2 posts de marzo 2011

Una lágrima por Liz

Elizabeth Taylor nunca tuvo tiempo de estudiar interpretación. Pero jamás desentonó enfrentada a las grandes figuras formadas en el riguroso método del Actor’s Studio, porque supo recurrir a su memoria afectiva para construir sus personajes. Aprendió el oficio de estrella en los platós de la Metro, tras haber firmado su primer contrato en Hollywood con solo diez años.

Pero la pequeña Liz se convirtió enseguida en una mujer bellísima y ansiosa de vivir. Recién salida de la adolescencia, en menos de un año se enamoró del hotelero Nick Hilton, se casó, se desilusionó y se divorció. Y en seguida llegó su segundo matrimonio, con el actor ingles Michael Wilding, con quien tuvo dos hijos. Pero ya nunca dejaría de alimentar a la prensa del bajo vientre, con una turbulenta vida sentimental, jalonada por ocho bodas.

Un lugar en el sol fue la película donde la Taylor se sintió actriz por primera vez. Con veinte años Liz tocó la gloria, al más puro estilo hollywoodiense. Disfrutó de una serie de éxitos comerciales con melodramas exóticos, aventuras de época y romanticismo en technicolor. Y alcanzó el estrellato en ‘Gigante’, una producción épica típicamente americana. Por entonces, con solo 23 años, Liz se casó con el productor Michael Todd, de 47. Eran felices y acababan de tener una hija cuando él falleció en un accidente de avión. Ella buscó consuelo entre los brazos de Eddie Fischer, marido de su amiga y colega Debbie Reynols. Así, su cuarta boda fue otro escándalo. Y aunque la Taylor ganó su primer Oscar (por ‘Una mujer marcada’) la Metro no le renovó el contrato.

La estrella pasó tres años sin brillar hasta que llegó ‘Cleopatra’, el mayor hito de su carrera. Cobró un millón de dólares. Deslumbró al público. Y además vivió su amor más intenso con Richard Burton, con quien formaría una pareja atormentada durante trece años, se casaría y se divorciaría dos veces, adoptaría a una niña enferma de polio y rodaría once películas. Burton la amó como solo se ama en el cine. Pero tuvieron el romance más escandaloso y autodestructivo de la historia de Hollywood. Hasta el Vaticano condenó el pecado de su amor porque los dos estaban casados. En '¿Quien teme a Virginia Woolf?' --donde Liz ganó su segundo Oscar-- los dos monstruos se autoretrataron como bebedores insaciables, volcánicos hasta la agresión mutua y siempre insatisfechos. Pero con un amor interminable.

Su cuerpo espléndido fue siempre frágil. Pero vivió más de lo que sus médicos esperaban, con la piel y los huesos dañados. Pasó más de 20 veces por los quirófanos. Luchó contra la diabetes y el cáncer. Se dejó arrastrar por el alcohol y las pastillas. Pero todos esos datos amargos de su biografía ya no cuentan. Tampoco sus peores películas ni sus dos matrimonios, postreros y fugaces, con un político vacuo y con un obrero alcoholizado. Ni siquiera importan sus cualidades como mujer independiente, rebelde y solidaria, que se esforzó en la lucha contra el sida. Ya solo cuenta su eterno esplendor, la belleza que nos fascinó hasta casi impedir que la valoráremos como actriz. Y sobre todo, aquella inolvidable mirada de color violeta, cuyo recuerdo invita a la melancolía.


Con el heredero senusita libio en Roma

Hasta hace pocas semanas, hablar de la Confraternidad Senusita musulmana de Libia hubiera sido extravagante y exótico. Ahora se trata de una de las vías que las grandes potencias y organizaciones internacionales estudian a fondo. La desesperación por la encrucijada en la que parece hallarse el levantamiento de los libios contra su autócrata, Gadafi, ha llevado, por ejemplo, a la Casa Blanca, a convocar en Washington esta semana a uno de los descendientes del primer rey libio, Idris al Senusi, para que les ilustre sobre su historia.

Entre Roma y Washington vive Idris al Senusi, mismo nombre del fundador de la dinastía, casado con Ana María Quiñones de León. Y en Roma, este 11 de marzo recibió por primera vez a una televisión, al equipo de Informe Semanal.

Idris está en contacto permanente con los rebeldes que ahora, como hace casi un siglo, cuando luchaban contra la ocupación italiana, han convertido la capital de la Cirenaica, Bengasi, en su capital. Su madre pertenecía a una de las 140 tribus de Libia, y sus lazos de comunicación con esa red capilar que conforma el tejido social del país es por ello fluida.

-Yo tengo dos primos, Muhamed, que vive en Londres, y otro, Ahmad, que acaba de ser liberado de las cárceles de Gadafi, después de 30 años, en Bengasi. Yo me pongo al final. No quiero ser rey, mi verdadero título es seyed, sabio en árabe, líder espiritual, para abreviar.

Ante la misma bandera que izan los rebeldes

Idris tiene tras de sí una bandera de la época constitucional de su país –la Carta Magna fue aprobada por el parlamento que se reunía seis meses al año en Trípoli y otros seis en Bengasi, en 1951. La misma bandera que empuñan e izan los que se han levantado contra Gadafi, en el poder desde que derrocara a la monarquía en 1969. Idris explica el porqué de las tres franjas.

"La primera es roja por la sangre derramada en la guerra anticolonial contra Italia". Italia ocupó Libia entre 1911 y 1951. En la década de los 20, el líder Omar Mujtar, de Cirenaica, condujo una campaña de liberación tan sangrienta que se calcula murieron en ella 100.000 de los 800.000 habitantes de entonces. "La franja central negra, con la media luna y la estrella, es el estandarte senusita" –continúa Idris. "Y la última, la verde, alude a la riqueza de Libia; recuerda lo ricos que podrían ser los cuatro millones de Libia. Es el número real de habitantes. La cifra de siete millones incluye a los inmigrantes, y no es correcta".


Hace un día soleado en Roma y los rayos que entran por la ventan rebotan sobre un escudo antiguo de Libia que luce sobre un caballete en el despacho. Un ordenador portátil de la última generación, tres teléfonos móviles y una secretaria frenética parecen empeñarse en proporcionar a Idris al Senusi un torrente continuo de datos y seguimientos detallados de lo que está ocurriendo en su país de origen. Al que espera volver más pronto que tarde para “echar una mano en lo que pueda. Hacer lo que me pidan. Ser una referencia para que los apoyos no vayan a parar a las manos equivocadas”.

La confraternidad Senusita

Idris al Senusi, el primer rey libio, era tío abuelo de este Idris al Senusi, nieto aquel a su vez del fundador de la Confraternidad Senusita. Descendientes directos de Mahoma, por la línea del cuarto Imán de los 12 que se conmemoran en el Islam, la de Hasan, hijo de Fátima, nieto del Profeta. Equivalente de los hachemitas en Jordania, o los alauitas de Marruecos, los senusitas libios siempre han sido líderes espirituales antes que políticos. El rey Idris se caracterizaba porque sabía mantener un perfecto equilibrio entre los intereses de los musulmanes, y los occidentales. En su época, lo mismo hablaba con los Hermanos Musulmanes, que con los oficiales británicos y norteamericanos a quienes permitía tener bases militares en su país.

Fue esto precisamente, y su declaración de neutralidad en los conflictos de Suez en 1956, y la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza en 1967, que dio alas a oficiales como Gadafi, para derrocarle dos años después aprovechando que el rey se hallaba de visita médica en Turquía.

Gadafi accedió al poder cinco días después de que el hombre llegara a la luna, un símbolo adecuado del lunatismo que iba a caracterizar su largísima dictadura. Por cuyo final aboga ahora otro Idris al Senusi.

En Occidente, una Libia equidistante como la de la década de los 50 y 60 sería un sueño. Por el que ya se está trabajando fuera de los focos; un espejismo que se quiere convertir en realidad.

Informe Semanal.


Dicen que la noticia es una fotografía de la realidad y el reportaje, su radiografía: Un viaje a las entrañas de las cosas que pasan. En Informe semanal, cada semana intentamos acercarnos al espectador a nuestra manera: con una forma de hacer periodismo que se ha hecho reconocible a fuerza de años y experiencia y que pretende ser reposado pero ante todo, veraz.
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