Animales de aeropuerto
lunes 3.feb.2014 por Julia Varela 2 Comentarios
Los viajeros se dividen entre los que hemos perdido un vuelo y los que no. Quería ir a París, pero falló el despertador. Subí al taxi con las legañas puestas, sobreviví sin aliento al control de seguridad e, intrépida y agobiada, me presenté en la C49. Pero dos de Aena me dijeron, "oiga, ya es tarde, hemos desenganchado el finger".
Me entró un berrinche de respiración entrecortada, sin poder argumentar que, en realidad, no era desconsuelo. De ese avión no dependía ni el curro ni el amor gabacho de mi vida, aunque los de alrededor estarían imaginando un dramón de cine. Fue solo un asunto de aceleración, de adrenalina a tope por aquella carrera loca hasta la T4. Frente al mostrador de la puerta de embarque frené de sopetón entre lágrimas.
Se llora a menudo en los aeropuertos. Las despedidas, los reencuentros y tal. Pero también surgen otras emociones en esos espacios que atraviesan millones de personas cada año. Unos 187 millones en España durante 2013.
El principio es la llegada. Aquí suelen darse dos especímenes opuestos. Están los que confían en las posibilidades de su aparato locomotor y en la rapidez y puntualidad del transporte público o privado. Disfrutan del trayecto ajetreado y la facturación in extremis. El reloj siempre al límite, se arriesgan al cierre, son los más rápidos en desenfundar el iPad y quitarse cinturón y botas en el arco de seguridad.
En el otro extremo, tenemos al ultra precavido, el que se toma al pie de la letra lo de las dos horas previas al despegue. E incluso 30 minutos más por si acaso. Suda cuando el atasco le impide llegar con la antelación deseada y se envolvería él mismo en plástico, junto a la maleta, para evitar riesgos. Se detiene con mimo en la disposición de sus objetos personales sobre las bandejas antes del escáner. Sus líquidos están en orden, todos bien ceñidos al mandato de los 100 ml y separados en sus respectivas bolsitas transparentes.
En el momento de hacer cola frente al embarque, la ansiedad se apodera de algunos que pretenden encabezar la comitiva pese a que el vuelo es de asientos asignados y faltan tres cuartos de hora. Uy, fíjate, que dicen por megafonía que primero entran los pasajeros de las filas posteriores y el susodicho cagaprisas está en la 6. Menudo chasco.
Aparece de repente el tardón, el que entra de último en la cabina frente al murmullo indignado del resto de pasajeros. Claro, no encuentra espacio para el equipaje de mano, pero su filosofía es take it easy porque el mundo en general es bueno. La azafata con zapatos y medias prietas de señora antigua hace acto de presencia, sonríe un pelín falsa, baja su maleta a la bodega y caso resuelto.
Una vez dentro del avión, los patrones se repiten un vuelo tras otro. Nunca sobran las advertencias:
*Ojo con tocar el abrigo del meticuloso porque lo ha depositado con holgura y requetebien doblado en el compartimento donde, efectivamente, debería ir tu maleta.
*Precaución con el que lleva su casa a cuestas y también necesita tu asiento para expandir sus múltiples enseres.
*Atención al que duerme y cabecea hacia ambos lados hasta chocar con tu hombro. Ese que solo despierta cuando su olfato le avisa de que el carrito de comida/bebida se aproxima.
*Paciencia con el eterno insatisfecho, que refunfuñará hasta conseguir que le trasladen junto a la salida de emergencia.
*Templanza con el caluroso que abrirá el chorrazo de aire frío minutos después de que lo hayas cerrado por aviso corporal de estalactitas.
*Alerta con el listillo que empezará a fingir mareos o inventará motivos físicos, psíquicos o paranormales para justificar la necesidad de que le asciendan a primera.
Al lado de estos, existen otros tantos sujetos comunes del microcosmos aeroportuario, ese escenario de transición, como la estación de tren y autobús, como el ascensor, la escalera, el umbral y el pasillo. Lugares por los que transcurrimos sin percibir que ahí también cristalizamos. Sitios de paso minusvalorados pero que tienen su emoción y socio-poesía. Lo habitual es obviarla, mientras solo pensamos en el punto de destino.
@VarelaJulia
paruz dijo
y los que vivieron meses en un aeropuerto!!Otra vez la ficción(La Terminal) es superada por la realidad : Mehran Karimi Nasseri, 18 años en un aeropuerto de París
Rene Becker, cuatro años en un aeropuerto de Palma de Mallorca
Zahra Kamalfar, 10 meses en un aeropuerto de Moscú
Hiroshi Nohara, cuatro meses en un aeropuerto de Ciudad de México
Masaaki Tanaka, un mes en un aeropuerto de Taiwán
:
Bocanegra dijo
Ni Karim(¿Benzemá?), ni Nohara, ni Tanaka. Aquí la que batió
el record de espera fue la protagonista de esta canción:
...............
...............
Le sonrió
con los ojos llenitos de ayer,
no era así su cara ni su piel.
"Tú no eres quien yo espero".
Y se quedó
con el bolso de piel marrón
y sus zapatitos de tacón
sentada en la estación.