Arquicostura
lunes 3.oct.2016 por Julia Varela 0 Comentarios
Raquel solo tuvo una Barbie y "la usaba como modelo para diseñar ropa y espacios, construyendo sofás y elementos de su casa a escala". Habla una valenciana de 32 años que teje y desteje desde niña, que disfrutaba entre telas y botones en las mercerías y que tiraba de máquina de coser materna para idear la moda que lucía en la facultad de Bellas Artes.
En su afán por bordar, la casa, el aula y el estudio pronto se le quedaron pequeños. Entonces salió a la calle para tricotar el mundo. Raquel Rodrigo deja su firma en formato floral en muros y ventanas, con frecuencia abandonados. Los reconstruye y embellece a golpe de punto de cruz, un nuevo concepto de intervención artística que ella ha bautizado como arquicostura.
La idea nació a raíz de un proyecto en 2011 cuando le pidieron diseñar el interior y el exterior de una tienda de máquinas de coser: "Se nos ocurrió sacar la costura hasta la fachada, que se respirara desde fuera lo que ocurría dentro. Y así dimos con una tela metálica que se convierte en un soporte “transparente”. Desde lejos, no la ves. Sólo se percibe el bordado sobre la pared".
Echa mano de patrones clásicos, los que encuentra en revistas de punto de cruz que hoy rezuman aroma vintage. En su ordenador, las puntadas se convierten en modernos píxeles que adapta a las medidas reales del espacio en cuestión. Después, borda sobre un bastidor con cordones resistentes de algodón, yute y seda de unos 5 milímetros de grosor.
Hay que contar siempre con la corta vida del asunto: "El arte urbano es efímero, al estar en la calle dejas de tener el control de lo que pasa con las obras (agentes temporales, la luz del sol, el vandalismo, el propio paso del tiempo...). Cuando las instalo, soy consciente de eso, de que tienen un tiempo delimitado".
Como nuestra piel a la intemperie, la costura se corrompe, pero también cada nacimiento es un proceso de alegría e inquietud para su autora, que siente "cosquillas en el estómago" cuando comienza un nuevo panel. Aunque el mayor disfrute es la reacción de la gente, en general positiva, a excepción de algunas señoras mayores, puristas del punto de cruz que, como buenas expertas, suelen opinar sobre la fidelidad o no a la tradición.
También las personas ciegas, tienen bastante que decir frente a la arquicostura: "Una vez, pasaba una pareja de invidentes. Una amiga suya les iba contando lo que veía, y me acerqué a ellos. Les invité a tocar la obra. Al estar en relieve pueden distinguir formas y texturas, cada color tiene un tacto diferente". A Raquel le emocionó su cara de felicidad: "Me llegaron a decir que le propusiera al ayuntamiento de Madrid llenar las calles de mis bordados porque las puertas eran muy ásperas y no era nada agradable".
Para la madre de Raquel, bordar es una afición relajante después del trabajo. Algo que emulan ahora, en el paroxismo del hazlo tú mismo, jóvenes urbanos prestos a calcetar. Y le llaman urban knitting. Para su padre, la talla de madera es una forma de ganarse la vida. Como lo era antes la calceta, una necesidad si querías abrigarte.
Raquel también cree que hereda bastante maña de una abuela modista que falleció cuando era muy pequeña: "Creo que estaría orgullosa de mí si viera mi trabajo". Porque su costura está repleta de energía y es incontenible, tanto que cuando puede la saca al extranjero para colorear el cemento: "Quiero hacer florecer las ciudades del mundo", sentencia Raquel Rodrigo. Y para eso, lógicamente, hay que empezar por los cimientos.
Fotografías de Raquel Rodrigo