Así recuerda Antonio Gómez-Mallo a su tía Maruja... Maruja Mallo:
Cuando yo era niño, mi padre nos llevaba los fines de semana de visita a casa de mis tíos en la calle Velázquez 102. Era un piso enorme y luminoso donde vivían ocho hermanos: Emilita, Manolita, María Luisa, Ermitas, Lolita, Montserrat, Justo y Cristino, todos ellos solteros.
Después de comer Cristino se iba al Café Gijón. Tras la siesta, Justo tocaba el piano en la sala, ponía algún disco de música clásica o proyectaba películas "super-ocho" que alquilaba en un cineclub. Mi tía Maruja solía aparecer por allí a media tarde y participaba en la reunión como una hermana más.
Tenía predilección por charlar con Justo y con mi padre, y pasaban horas hablando de arte, música, filosofía, historia, química, etc..., siempre con el Larousse o el Espasa a mano para contrastar datos.
Maruja era entusiasta y divertida. Su risa era constante, sus razonamientos sopesados y contundentes. Le gustaban los avances científicos al igual que las culturas ancestrales. Leía muchísimo y estaba al tanto de todo. En ocasiones se presentaba sin avisar en mi casa para ver algún documental que le interesaba en la televisión.
Cuando vio que yo mostraba interés por su obra y acompañaba a mi padre a sus exposiciones, Maruja empezó a llevarme a visitar las galerías donde exponía. Y a partir de ahí, a enviarme a Macarrón a por material para sus cuadros, a charlar conmigo por teléfono, a invitarme a ir a exposiciones llevando a mis amigos de la facultad, y a compartir con nosotros sus viajes, sus experiencias y su avanzada forma de interpretar la vida y el cosmos.
Más tarde me di cuenta de que Maruja Mallo, mi tía, era un genio de la pintura.
Antonio Gómez-Mallo Conde
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