Carta de navegación

Últimamente me ha dado por imaginarme asomado en la barandilla del castillo de proa de una carabela portuguesa. Nunca fui marinero, pero siempre fui una esponja. Quizá eso me permitió autotitularme “ein Berliner” al poco de llegar al poblachón prusiano. Pero en Portugal todo ha sido diferente. Cuando pones los pies aquí no sientes la necesidad de integrarte, ya vienes integrado de casa, a no ser que traigas ánimo de vengar Aljubarrota. Nada más poner los pies en Lisboa te inunda un no sé qué de aventurero trotamundos ansioso por descubrir las Molucas. Y en Lisboa, donde el Tajo se hace mar, empiezan todos los sueños que dan la vuelta al mundo.