Una de las ventajas de hacer una serie de televisión que se emitirá en RTVE es que su vida puede extenderse a través de lo que llaman "productos derivados", que son esos soportes que alargan el contenido para comercializarse fuera del formato televisivo, básicamente copias de reproducción privada (DVDs), libros y merchandising variado. Estos productos derivados suponen para las empresas comercializadoras la ventaja de gozar de espacios publicitarios en TVE que no incumplen la normativa legal que prohíbe la publicidad, pues se considera autopromoción, de modo que la empresa editora del libro de una serie como Diario de un Nómada verá su libro anunciado en una campaña de promoción en Televisión Española. Lo cual hace pensar a sus estrategas será bueno para la venta.
Y en esas estoy, porque Diario de un Nómada tendrá su libro y tal vez su colección de DVDs. Pero a mí lo que me importa no son los anuncios ni fichar por una gran editorial española que forma parte de un grupo internacional, sino la oportunidad que voy a tener de explicar en un libro distribuido comercialmente en todos los puntos de venta de España, algo que es mi empeño literario principal. No es lo importante la moto sino el viaje, pero la moto convierte el viaje en algo diferente. Y creo que eso lo pueden entender hasta las personas que no viajan en moto. Y por eso me parece tan importante el contrato por el libro, porque la promoción irá dirigida a que lo lea un público general, y tal vez así algunos puedan entender qué nos lleva a los motoristas a hacer lo que hacemos.
Hoy he terminado este párrafo que creo ilustra el mensaje que quiero transmitir.
"Para conocer el lago Titicaca viene a recogerme Efrain, un joven guía de turismo y miembro de los uros. Es un tipo pequeño, delgado y vivo que me explica algunas curiosidades de su tribu mientras navegamos en una barca con capacidad para treinta personas, en su mayoría jóvenes norteamericanos y algún mochilero europeo. Este público es habitual en los grandes centros turísticos y cada vez que voy a alguno de ellos los encuentro. No pocas veces reconozco rostros ya vistos. Todos siguen un itinerario parecido, marcado por las guías turísticas internacionales. Todos acaban en los mismos hostels de dormitorios compartidos. Todos toman los mismos trenes y autobuses. Todos se agolpan en los cuellos de botella del turismo barato. Sin embargo, en los recorridos que hago por estos caminos y pistas endiabladas de la Patagonia y el Altiplano andino, no los veo porque por ahí solo se pierden los locales que viven en aislamiento y algunos chalados del viaje overland como yo.
Comprendo que viajar es una experiencia enriquecedora y maravillosa se viaje como se viaje. No hay jerarquías en el modo de hacerlo, pues de haberlas, los verdaderos dioses de este universo en movimiento que formamos los viajeros serían los ciclistas que dan la vuelta al mundo, cruzan África, Asia o van de Alaska a Patagonia. Su esfuerzo me admira y los considero héroes. Ellos convierten el viaje en moto en un cómodo paseo. Pero yo no viajo para medirme con nadie en la dureza afrontada, sino para aprender, conocer y comunicar. Para encontrarme a mí mismo y encontrar historias que contar. Y ya sé quien soy y lo que quiero transmitir. No me hace falta sufrir más para hacer crecer mi autoestima ni mi talento narrativo. Me encanta viajar en motocicleta por el dinamismo, por la euforia, por la alegría del acelerador. Porque puedo pararme donde quiera y no dependo de transportes públicos, horarios fijos ni rutas preestablecidas. Me apasiona porque siendo un modo de transporte tan austero y esforzado, me permite volar sobre las piedras, sentir el viento en la cara, disfrutar de las buenas carreteras y afrontar como un desafío los caminos sin asfaltar. Soy ágil, soy ligero, soy veloz. Soy aire, sol y libertad. Soy yo.
Conocí en el 2009 a un chico llamado Pascal en Estambul. Venía desde Australia con su novia en una BMW igual a la mía. La llamaban Francois. Hicimos buenas migas y charlamos durante horas en la capital turca. Un día le pregunté cómo había empezado él a fantasear con el gran viaje en moto. Estábamos en una calle estrecha y concurrida, sentados en una terracita con sendas cervezas efes, viendo la vida pasar, disfrutábamos de uno de esos preciosos y sencillos momentos para los cuales lo habíamos dejado todo atrás. Me miró y me dijo.
—Yo era mochilero, ¿sabes? Recuerdo que un día me encontraba en India, embutido en uno de esos autobuses llenos de gente. Olía mal y tenía el codo de mi vecino clavado en las costillas. Llevaba horas allí, con ganas de orinar, sufriendo los baches y sabiendo que me estaba jugando la vida en manos de un conductor con sueño acumulado, posiblemente drogado y al que solo le importaba llegar cuanto antes para sacar un puñado de rupias por otro viaje. Entonces vi a través de la ventanilla una moto cargada de equipaje. Pasó como una exhalación. Sorteó los tuc tuc, las bicicletas y mi autobús en unos segundos. Nos adelantó sin esfuerzo. Lo seguí con la mirada y me fijé en que su matrícula era europea. Me dije allí mismo: he visto pasar a Dios y quiero ser él.”
Ja! Ja! Ja! Muy bueno.
A veces pasa. Solo hay que mirar ...
Publicado por: pepe | 10/12/2014 en 04:59 p.m.