Cada semana, cuento un pedazo de la vuelta al mundo en moto en Radio 5. En este episodio salgo de El Cairo en dirección sur. Recorro el valle del Nilo, el verdadero Egipto, porque este país solo se entiende poniendo el gran río africano en el centro de su geografía. El desierto choca contra su cauce y hace brotar una vegetación exuberante de la que vive el 80% de la población, tradicionalmente enganchada al ciclo de crecidas del Nilo. Palmeras y campos de algodón se ven por doquier. Y casuchas de techo de paja. Y burros y niños bañándose en acequias marrones y mujeres cubiertas de pies a cabeza. Dicen que a lo largo del curso fluvial hay más de 4.000 poblaciones, la mayoría pequeñas aldeas donde sobreviven los fellahs, campesinos egipcios. La impresión que tengo al recorrer la carretera que va hacia el sur es la de estar dentro de una sola ciudad interminable. Hay mucha gente y también mucho tráfico. La circulación es densa y peligrosa. La vía va paralela a un canal del río y hay numerosos puentes que enlazan las dos orillas. Antes de cada puente, hay un obstáculo para que los conductores aminoren la marcha y evitar así que embistan a los niños, los carromatos, las motos chinas, las furgonetas, los coches viejos o los enormes camiones que los cruzan y salen a la vía principal. Así que voy todo el rato acelerando, frenando, esquivando, acelerando, frenando… Es un zigzag interminable y agotador.
Al atardecer llego a Luxor, la antigua Tebas, la ciudad de las cien puertas, la capital del Imperio Nuevo del Antiguo Egipto, donde se encuentran el templo de Karnak, el Valle de los Reyes y los colosos de Memnón. Tan legendaria ciudad a mí me parece un poblachón polvoriento de pedigüeños y turistas. Pero como cada vez hay menos turistas, la desproporción entre unos y otros resulta excesiva. Luxor es la ciudad del acoso al turista. En cualquier lugar al que uno encamine sus pasos, no estará solo. Siempre habrá alguien que le ofrezca un paseo en calesa, un crucero por el Nilo, hachís, una túnica, una figurita, un buen hotel, un restaurante, especias, bebidas o que directamente pida dinero. Tanto es así que en la mayoría de comercios se ha colocado un cartel visible en el que se anuncia “No hassle”. O sea, no se acosa, no se molesta. Vano esfuerzo, porque el hassle está en todos sitios y a todas horas, incluso en las tiendas donde ponen el dichoso cartel.
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