Cada semana damos en Radio 5 un nuevo paso en la vuelta al mundo en moto Ruta Exploradores Olvidados. Estamos en África y nos dirigimos a las fuentes del Nilo azul descubiertas por el madrileño Pedro Páez. Hemos llegado a Sudán desde Egipto en un barco, nos encontramos en una aldea llamada Wadi Halfa, esperando la moto, que sigue sin llegar tres días después de la fecha prevista porque el lanchón de los vehículos ha tenido misteriosos problemas.
Wadi Halfa es un moridero. Podemos quedarnos aquí para siempre acompañados del polvo y de una vida que pasa lenta. Mi rutina es siempre igual. Despierto pronto, al alba casi. Tomo café soluble con agua fría. Salgo fuera de la habitación. Sorteo los lechos de los otros huéspedes desperdigados por los pasillos. Visito la insufrible letrina donde la ducha comparte espacio con el agujero de la placa turca. Salgo a correr antes de que el calor lo haga imposible. Regreso sudado tras una hora de pisar arena y localizo algo de comer dando una vuelta por el mercado, único lugar que parece tener algo de vida durante el día.
Este villorrio pasmado en la galbana no revive hasta el anochecer. Entonces se llena de gente la plaza principal. Al caer el sol, una animada multitud surge de no se sabe dónde y se sienta en sillas de plástico para ver la televisión. Hay decenas de monitores diseminados por el pueblo. Los habitantes de Wadi Halfa se quedan embobados delante de la pantalla admirando teleseries árabes, viejas películas de serie Z o partidos de fútbol. Sus rostros negros brillan con la luz de los televisores. Mientras se entretienen dan cuenta de una básica cena cuya composición depende de lo que haya disponible ese día en los asadores hechos con bidones metálicos cortados longitudinalmente y en los que arden unas débiles brasas. Ayer fue pescado, hoy era pollo.
El pueblo carece de saneamiento. Los hombres orinan en cuclillas sobre la arena, a la vista de cualquiera. Se levantan la galabiya por encima de las rodillas y listo. A las mujeres, que visten coloridas y delicadas túnicas que cubren cabello y rostro, no las vemos hacerlo, pero es seguro que usarán el mismo desierto que se extiende infinito en derredor.
Cuando termino la cena, saludo al gordo y simpático dueño del negocio, siempre vestido con una impoluta galabiya blanca y me voy caminando hasta el albergue levantando nubecillas de polvo a mi mortecino paso. Hala, un día consumido más, mañana será otro día exactamente igual a hoy. La moto no llegará porque el barco tiene misteriosos problemas mecánicos y volverán a decirme que no me preocupe, que llegará mañana. ¿Hasta cuando durará este eterno sueño de la marmota? Imposible saberlo. No hay modo de romper el maleficio. Todo es una incógnita en Wadi Halfa, el lugar donde el horizonte terroso es infinito, donde la realidad vivida vuelve a comenzar donde terminó y donde la teoría de la relatividad con su elástico espacio / tiempo aquí cobra todo su sentido.
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