Isola del Garda: piratas, monjes, duques, príncipes y Alberta
martes 30.oct.2012 por Nómadas 4 Comentarios
Por Laura Alonso (@LauraRNE)
No es la princesa Vitilde, hija del rey Vitolfo, ni la cantante de ópera Adelaida Malanotte, amante del conde Luigi Lechi de Brescia, ni la archiduquesa rusa Maria Annenkoff, esposa del duque de Génova, Gaetano Ferrari. Pero en su sonrisa, sus ojos claros y su larga y rizada cabellera pelirroja hay algo de cada una de esas mujeres que, sea leyenda o sea realidad, tuvieron la fortuna –en los dos sentidos de la palabra– de pasar parte de su vida en Isola del Garda, una isla de cuento.
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Alberta Cavazza nos recibe a nuestra llegada al enclave donde su familia reside desde 1965 y que, por motivos económicos, decidieron abrir al turismo en el año 2002. Y con ella desgranamos, a lo largo de dos horas, la historia y el atractivo de la isla y de la villa del neogótico veneciano que es casa y museo.
Y, como los cuentos comienzan con “érase una vez”, así iniciamos también este viaje en el que encontraremos piratas, monjes, duques e incluso al mismísimo Napoleón Bonaparte.
Cuenta la leyenda que cuando Brescia, en la Lombardía italiana, fue invadida y arrasada por los Longobardos, el señor de la ciudad, Marco Nonio, y su hijo Antonio fueron hechos prisioneros y llevados a la isla. Vitilde, la hija del rey Vitolfo, visitó el lugar y se enamoró de Antonio, con el que se casó en secreto. Cuando su padre descubrió el engaño, ordenó que fuera recluida en el islote, mientras que Antonio era encarcelado en la otra orilla, en la Roca de Manerba reconocida, hoy día, como Parque Natural.
Años después, en una noche de tormenta, Antonio consiguió escapar y quiso la tempestad que su embarcación fuera a naufragar en una roca, donde encontró a su amada. Para no ser separados de nuevo, el joven decidió ocultarse en una gruta, donde Vitilde y Antonio mantuvieron su romance durante mucho tiempo. Desde la cueva, año tras año, Antonio rescató a muchos pescadores en noches de tormenta, lo que hizo que, finalmente, fuera conocido como el Eremita de la Isla.
ISLA DE LOS MONJES
Por supuesto, no hay rastro de la leyenda en la isla. Sí hay constancia de que fue habitada en la etapa romana. Se han descubierto, de hecho, unas lápidas que se encuentran ahora en el Museo Romano de Brescia. Amable y acogedora en uno de sus frentes, es escarpada y peligrosa por el otro, al igual que su devenir. Su lado más canalla nos lleva a la época en la que sirvió de refugio a piratas que asaltaban los barcos que cubrían las rutas del Lago di Garda. Por el contario, durante largos períodos de tiempo, albergó comunidades religiosas y místicas, entre ellas, como sucede en toda la zona, la de los franciscanos que, también aquí, dejaron su huella. Por ese motivo es conocida como la isla de los Monjes. De hecho, a principios del siglo XIII, San Francisco de Asís visitó el paraje y convenció a su propietario para que le dejara construir una ermita –una de las más antiguas de Brescia– en la zona más rocosa. En ella recalarían tanto San Antonio de Padua como San Bernardino de Siena, ideólogo de la transformación de la ermita en un verdadero monasterio, centro religioso y de meditación al que se retiró en el siglo XV.
Se dice que también Dante Alighieri visitó la isla y de ella hace mención en la Divina Comedia. “Hay un lugar en el medio, donde trentino pastor y el de Brescia y el Veronese bendecir podría, si tomara ese camino”. ("Infierno", canto XX).
De esa época datan también los limoneros –tan vinculados a la zona y sobre todo a Gargnano y a DH Lawrence– y la escuela construida hábilmente en forma de media luna por razones acústicas y cerrada durante la época de la República Veneciana, tal como nos explica Alberta.
Suprimidas las órdenes religiosas y cerrado el monasterio por orden de Napoleón Bonaparte, la isla se convirtió en refugio de criminales hasta que fue adquirida, a principios del siglo XIX por el conde Luigi Lechi de Brescia.
El conde Lechi construyó una lujosa villa sobre las ruinas del convento, comenzando así un nuevo capítulo en la turbulenta y novelesca historia de la isla. La vivienda no solo alojó entre sus paredes a políticos, escritores o compositores como Donizetti, sino que fue el refugio de la cantante de ópera Adelaide Malanotte, amante de Lechi y conocida por sus interpretaciones de las obras de Rossini.
Tras un breve período en manos gubernamentales, al ser considerado como un lugar estratégico desde el punto de vista militar, el enclave pasó a manos del duque Gaetano de Ferrari (no están emparentados con los fabricantes de coches, matiza Alberta) en 1870. De Ferrari se casó con Maria Annenkoff, hija adoptiva del Zar de Rusia y verdadera artífice de la actual fisonomía de la isla, gracias primero a la recuperación de los jardines y a la introducción de plantas exóticas y tropicales y, después, a la construcción del palacio neogótico en el que hoy reside la familia Cavazza-Borghese. En el interior se pueden ver, por cierto, fantásticas imágenes y pinturas del duque y la archiduquesa o de su hija, la princesa Anna María, con el uniforme de enfermera con el que sirvió en el hospital de Saló durante la Primera Guerra Mundial. Anna María desapareció en las profundidades del Lago di Garda hace ahora 88 años, pero antes introdujo el apellido Borghese en la familia al casarse con Escipión, Principe de Sulmona y aventurero feroz, descendiente de Camillo Borghese, cuñado de Napoleón, al que descubrimos, por segunda vez, vinculado a la isla. También se conservan imágenes de Camillo en la villa.
Como tantas otras villas de la zona, el palacio de Isola del Garda fue requisado por el régimen fascista y regalado al sobrino de Mussolini, editor del periódico oficial del fascio. Los Mussolini celebraron allí las Navidades de 1944.
Tras la guerra la propiedad volvió a manos de la familia, en concreto, del padre de Alberta, Camillo Cavazza, casado con la inglesa Charlotte Chetwynd-Talbot, quien sigue residiendo en la isla y a quien debemos el actual diseño, disposición y cuidado de los espléndidos jardines que, hoy por hoy, sigue cuidando personalmente y donde ha introducido plantas aromáticas. Tres de sus hijos residen en la villa y utilizan pequeñas lanchas para desplazarse a diario a sus trabajos –vinculados con la agricultura y el turismo– o para llevar a sus hijos al colegio.
ISOLA DI GARDA
Al margen de su fascinante historia, estamos ante la mayor de las islas del Lago de Garda, paraíso para la natación, la vela o el windsurf. Tiene, aproximadamente, un kilómetro de longitud y se puede acceder a ella, en ferry, desde Gardone Riviera, Garda o Saló, entre otros puertos. La villa recuerda al Palacio Ducal de Venecia, según el proyecto de Luigi Rovelli, al que se añadieron las terrazas del jardín, mezcla de estilo inglés e italiano. En el interior predomina el mármol rojo de Verona, el estuco veneciano y la madera en techos y suelos. Y las estancias que están abiertas al público albergan obras de arte, instrumentos musicales, muebles y juguetes de época.
Puede ser visitada entre abril y octubre y el precio oscila entre los 25 y los 30 euros, en función del puerto de salida. Alberta ejerce de anfitriona y con ella podréis tomar un café o una copa de vino en la espectacular terraza de la villa, desde la que hay una magnífica vista del lago.
Enlaces de interés
- Isola di Garda:http://www.isoladelgarda.com
- Turismo de Brescia:http://www.bresciatourism.it
Fotos: (c) Laura Alonso