Rescatados del menú
En un documental sobre las diferentes costumbres culinarias, un chino decía: "En China se come todo lo que vuela, menos los aviones y todo lo que tiene cuatro patas, menos la mesa".
Hace unas semanas, un grupo de activistas interceptó un camión cargado con 430 perros en una autovía del condado de Tongzhou cerca de Pekín. Los animales, apretujados, hambrientos y expuestos al sol, provenían de la provincia de Henan y viajaban con destino a un matadero de Jilin, para ser sacrificados y vender su carne posteriormente. Tras largas horas de negociaciones y amenazas de la policía a los activistas por la detención "ilegal" del camión, el conductor acordó liberar a los animales a cambio de 17,600 dólares. Los perros rescatados fueron distribuidos en diferentes veterinarias de Pekín, donde se recuperan de sus heridas y enfermedades. Final feliz para una aventura involuntaria.
Para los occidentales, comer carne de perro es una aberración, pero creo que se trata más de una cuestión de tradición. En España también se comen animales que en otros países son impensables. Recuerdo a una amiga extranjera, acariciar a un langostino y negarse a comerlo durante una visita turística por una de nuestras zonas de tapas y a otros mirar con cierto desagrado una riquísima ración de caracoles, angulas y ostras. Por supuesto no las comieron. Supongo que en nuestro caso, el rechazo a cierto tipo de alimentos tiene mucho que ver con la tradición y los afectos. Yo no podría comerme un pollo o un conejo si lo hubiera criado personalmente. Soy incapaz de comer insectos o gusanos y no digamos escorpiones, aunque estuve a punto de probarlos. Y si no fuera porque me gusta mucho, dejaría de comer cochinillo, he comprobado que tiene el mismo tamaño y aspecto que mi perro.
Toñi Fernández
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