El mundo celebró hace días las hazañas científicas y personales del gran Stephen Hawking. Sin embargo, el 60 aniversario de la muerte de otra científica brillante que tampoco ganó el Premio Nobel pasó mucho más desapercibida. Hablamos de Rosalind Franklin.
Hoy es el día perfecto para ello, ya que se cumplen 65 años de la publicación en la revista Nature de la investigación que revelaba la estructura en doble hélice del ADN. Lo dramático para la científica es que su rol se vería reducido a la de una mera asistenta técnica, mientras la gloria se la llevaban Watson, Crick y Wilkins. Este artículo incluía su famosa fotografía 51, en la que utilizó la difracción de rayos X para capturar la estructura de la molécula. Aquí empezaba una de las historias de discriminación de género más flagrantes de la ciencia.
Franklin falleció el 16 de abril de 1958 a unos tempranos 37 años de edad, pero en su corta vida condensó trabajos de calidad suficiente para varias carreras científicas notables. De hecho, en los años transcurridos desde su muerte se ganó el reconocimiento de científicos por su investigación sobre la estructura molecular del carbón, los virus y sobre todo, el ADN. Pero se le ha negado un reconocimiento social más amplio.
Sus imágenes, obtenidas a partir de difracción de rayos X permitieron a Francis Crick y James Watson –renombrados científicos de la Universidad de Cambridge– identificar la ansiada estructura en doble hélice de la molécula, que publicaron en el artículo mencionado más arriba.
Sin embargo, solo Crick, Watson y Wilkins –a la postre colega de Franklin– recibieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1962 por el descubrimiento.
Hawking nunca recibió un Nobel, principalmente porque su descubrimiento capital en 1974 –que los agujeros negros pueden emitir radiación– era completamente teórico y los Nobel tienden a favorecer a los experimentalistas sobre los teóricos. Por el contrario, el trabajo de Franklin nunca podrá ser acusado de carecer de rigor experimental. De hecho, su insistencia en recopilar datos sólidos y cuidadosamente cultivados en lugar de construir un modelo experimental, lastraron sus posibilidades de recibir el título de descubridora “del secreto la vida”. Por el contrario, Real Academia de las Ciencias de Suecia decidió honrar a Watson y a Crick por su modelo teórico.
Pero en realidad, lo que la acabó descalificando definitivamente para recibir el Nobel fue su fallecimiento cuatro años antes, ya que este premio solo pueden otorgarse a personas vivas. Pero es de opinión generalizada que, incluso si Franklin hubiera vivido, la hubieran ignorado igualmente.
Para empezar, la historia estaba contra ella. La última científica en recibir el reputado galardón antes de 1962 fue Gerty Cori, en 1947. Ella fue la tercera, después de Curie y su hija Irene. Aunque algunas mujeres científicas ganaron el Nobel más adelante –como la física Maria Goeppert-Mayer en 1963–, el ambiente académico y social de la época todavía discriminaba a las mujeres. Aun en 1974 la investigadora norirlandesa Jocelyn Bell Burnell –descubridora de los púlsares de radio– fue excluida en favor de su supervisor masculino.
La misma Franklin experimentó el sexismo en la ciencia de primera mano. Se graduó en la Universidad de Cambridge en 1941 cuando todavía no se reconocía a las mujeres como miembros de pleno derecho. También tuvo que soportar cobrar un salario más bajo que sus colegas masculinos y sufrir la falta de promoción en su carrera, incluso publicando trabajos en las principales revistas científicas del mundo.
Evidentemente, las rivalidades profesionales estaban del todo presentes. La imagen clave que reveló la estructura de doble hélice, conocida como “Fotografía 51” fue tomada por Franklin y su doctorando Raymond Gosling en el King’s College de Londres en mayo de 1952. Su colega Maurice Wilkings mostró esta imagen icónica a Watson en Cambridge sin el conocimiento ni el permiso de Franklin. Por su parte, Watson y Crick también tuvieron acceso a un informe del King´s College que Franklin había ayudado a preparar y que contenía información experimental vital. El mismo Crick reconoció que este informe fue la pieza que completaba el rompecabezas.
El hecho de que Franklin se mudara del King’s al menos reputado Birkbeck College en 1953 probablemente no jugó en su favor.
A pesar de esto, y si Franklin hubiera vivido podría haber recibido otro Premio Nobel de Química en 1982 por su investigación sobre estructuras de virus y de los complejos proteínicos de los ácidos nucleicos. En su ausencia, el galardón fue a las manos de Aaron Klug, su colaborador, que tanto hizo por restaurar su reputación en los años posteriores a la muerte de la científica.
Además de su trabajo sobre el ADN, Franklin demostró que la molécula de ARN se formaba en una sola cadena, en lugar de una doble hélice. También demostró a través de cristalografía de rayos X que las proteínas del virus del mosaico del tabaco –el primer virus descubierto– formaba una varilla hueca en espiral con ARN envuelto alrededor de él. Irónicamente, esto confirmó la hipótesis que James Watson había presentado a principios de la década de 1950. De hecho, este notable trabajo fue el precursor de la investigación sobre el virus de la polio, que Klug completó después de su muerte y publicó en su memoria.
La misma Franklin parece ver en este trabajo su verdadero éxito. La inscripción que ella misma compuso para su lápida en el cementerio de Willesden de Londres reza: “Sus invesigaciones y descubrimientos sobre los virus permanecen para beneficio de la humanidad”.
Vía The Conversation
@jesus_hidalgo
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