Yo estuve allí (3)
Y ésta es la camarera que Daniel y yo intentamos reclutar para nuestra hinchada.
Mañana volveremos a la carga. Esperemos que esta vez lleve pintados en la cara los colores de España. Será una buena señal. Ya les contaré.
Y ésta es la camarera que Daniel y yo intentamos reclutar para nuestra hinchada.
Mañana volveremos a la carga. Esperemos que esta vez lleve pintados en la cara los colores de España. Será una buena señal. Ya les contaré.
Lo prometido es deuda. Aquí tienen una imagen del inquebrantable apoyo que los rusos daban a su selección de fútbol durante el encuentro de semifinales contra España.
Allí realmente es aquí. Ví el partido, la semifinal, en Moscú. Lo ví con mi amigo Daniel Utrilla, corresponsal de El Mundo. Estuvimos en un sport café lleno a reventar de hinchas rusos que confiaban.
Daniel había áconsejado que debíamos mimetizarnos. Llevar algo ruso y hacernos pasar por italianos o portugueses. Por si acaso. Por si ganábamos en el último minuto de penalty injusto y la afición rusa no se lo tomaba muy deportivamente. Él apareció con camiseta de la antigua Unión soviética, aquélla de CCCP, siglas de la URSS en cirílico.
De esa guisa llegamos al bar. Repleto. Había gente hasta en la calle. Allí, bueno aquí, se confiaba en la victoria. Todo el país soñaba con un sueño. Hasta había una chica con una pancarta NO PASARAN escrita en castellano. Todos llevaban la bandera.
A la camarera de la foto le pregunté, bromeando, si apoyaba a España. NO, NO me dijo rotundamente.
Todos gritaban Rassía, Rassía. Necesitamos un gol. Rassía, adelante, estamos contigo.
Cuando su equipo pasaba del centro del campo aplaudían, gritaban... Confiaban.No quiero imaginar que hubiera pasado si llegan a marcar.
Daniel y yo, comedidos, comentábamos las jugadas. Él, futbolero como pocos, me decía que el partido estaba chupado, que los nuestros dominaban el ritmo, que sólo era cuestión de madurar un poco más la situación para ir marcando goles. Yo no lo veía tan claro. Al final, como todos saben, se impuso su sabiduría.
En el descanso salí a la calle para comentar por la radio el ambiente que se vivía allí, es decir, aquí. Ni coches, ni gente. Moscú, ciudad fantasma. Todos delante de la tele gritando Rassía, Rassía.
Cuando empezaron a llegar los goles, pregunté de nuevo a la camarera si ya apoyaba a España. Esta vez su no fue en minúsculas.
El comentarista ruso, con dos cero en contra, decía que todavía se podía. Y la gente confiaba...
Al final, este país dejó de soñar con un sueño y volvió a los atascos del tráfico.
Mañana Daniel y yo volveremos al mismo bar para ver la final. Un poco por superstición, lugar talismán y todo eso, y otro poco por ver si unimos a la camarera a la marea roja.
La cita era a las once menos diez de la mañana. En la Plaza Roja, junto a la puerta Spasskaya. Allí en la calle, estábamos varias decenas de informadores. Primer control.
Un policía nos hacía pasar de cuatro en cuatro. Comprobaba en su lista que habíamos sido acreditados. Segundo control.
Otro encargado de seguridad nos conducía, bordeando la muralla, hasta el lugar de la reunión. Nada más entrar, había que dejarlo todo. Sólo se puede pasar al despacho con una libreta para las notas y el miniDisc. Hay qe encenderlo para que un funcionario certifique que efectivamente es un instrumento de grabación. Los teléfonos móviles desconectados se quedan amontonados en una vieja caja fuerte abierta de par en par. Tercer control.
Inmediatamente, Seguridad nos hace pasar bajo un arco detector de metales y vuelve a comprobar que, efectivamente, estamos acreditados. Cuarto control.
Luego, todos juntos, recorremos pasillos y pasillos de puertas cerradas con precintos de seguridad. Pienso en cine . En lo que decía Billy Wilder de Ernest Lubitsch. Decía que era capaz de decir mucho más con una puerta cerrada que casi todo el mundo con una bragueta abierta.
Pero, bueno, seguimos por los pasillos. Hasta llegar al Despacho Representativo. Verde y de altísimos techos. Son más de las doce, cuando entran el presidente ruso, Dimitri Medviedev, y el Rey de España, Juan Carlos I.
Unos minutos después, desandamos el camino. El regreso a la calle, afortunadamente, dura mucho menos.
Lo que se dijeron el Rey y el presidente es otra historia. Otra historia que ya les he contado por la radio.
Del balón de fútbol, por supuesto.
El fútbol es la globalización en esencia. Y Rusia sigue la regla. Como en todo el mundo, el país se para cuando juega su selección. No hay noticia más importante. Los medios de comunicación se transforman en hinchas y le dedican sus mejores espacios. Todo para conocer qué han hecho o como se encuentran sus jugadores. El antes, el después y el durante.
Cuando el equipo consiguió clasificarse para los cuartos de final de la Eurocopa, miles y miles de aficionados salieron a las calles para celebrarlo. Llevaban sus banderas y sus caras pintadas con el blanco, el azul y el rojo. La ciudad era una fiesta con los coches pitando acompasadamente y el orgullo nacional exacerbado gracias a los caprichosos giros de un balón de fútbol. Y eso que aquí todo pasa dos horas más tarde.
Antes los aficionados, y los que no lo son tanto, pero les toca porque es lo que toca, se habían congregado en bares y cafés para ver el encuentro en redonda comunión. Como en todo el mundo, la misma liturgia. Los uy! cuando Rusia estaba cerca de marcar, los uff!, cuando pasaba el peligro y los saltos y los gritos cuando conseguía un gol. Igualito, igualito que cualquier otro país.
Hoy toca Holanda. Los hinchas desean todas las calamidades futbolísticas a todos los holandeses, menos a uno. Porque, ironías del destino, el entrenador de los rusos es holandés. Un viejo conocido, Guus Hiddink.
Su popularidad en Rusia es tan grande, que esta semana superaba la mismísimo Valdimir Putin.
Así que hoy vuelve toda la liturgia. Banderas, caras pintadas, silbatos, bocinas, los bares a reventar... Todo con la esperanza de poder celebrar a eso de la una de la mañana el resurgir del orgullo nacional.
Es la globalización que nadie representa mejor que un balón de fútbol.
Recuerdo que durante un tiempo, Ramón Trecet despedía sus "Diálogos 3" con esta frase, Buscad la belleza, es la única rebelión que merece la pena en este cochino mundo.
Este fin de semana he estado en un festival de jazz en las afueras de Moscú. Tiene lugar en una antigua finca de recreo de los zares. Palacios, pabellones de caza y recreo, bosques y jardines. Como Aranjuez o La Granja, pero en ruso.
El festival se llama Usadba Jazz y dura cuatro días. Sólo he podido estar uno, pero ha significado una reconciliación con el lado más luminoso de la vida, que afortunadamente también existe.
En el inmenso recinto había cuatro escenarios. Allí van los moscovitas con sus familias a pasar un día de "picnic" y a escuchar a figuras consagradas y otras que no lo son tanto, pero que interpretan su música con una pulcritud y un sentimiento arrebatadores.
El inmeno recinto estaba dividido en varias categorías. La superior aquí no se llamaba VIP, sino aristocrática. Un detalle para ver como corren los tiempos por este país.
Pero lo importante, la música. Pude escuchar a un grupo ruso de R&B que parecía salido de las orillas del Mississipi. Luego a ocho ucranianos que cantaban a capella temas tradicionales de su país tamizados por la internacionaliad del jazz. Eran cuatro chicos y cuatro chicas con una orquesta en sus gargantas. Para terminar, actuó un saxofonista ruso, Igor Vudman. Cuando sacaba la vena clásica, uno podía pensar en John Coltrane y cuando miraba hacia su interior, le encontraba alguna conexión con nuestro Pedro Iturralde. Claro, que le acompañaban un batería, una pianista y un bajo de quitar el hipo. Allí hubo desafíos musicales, improvisaciones espeluznantes y gusto por la interpretación. Una descarga de sutilidad.
Ya ven, se cumple el dicho de Jaume Sisa, cualquier noche puede salir el sol.
Lo dicho, para reconciliarse con el lado luminoso de la vida y reafirmar la belleza como la gran rebelion de la existencia.
Seguramente, ustedes no lo sepan. Pero hoy es el Día de Rusia. Se celebra desde 1994. Conmemora la Declaración de Soberanía respecto a la URSS que realizó la Duma, ya saben, el Parlamento.
No es extraño que ustedes no lo sepan, porque la mayoría de los rusos tampoco saben porqué hoy es el día nacional de su país. Lo dicen las encuestas.
Para el común de los ciudadanos hoy es fiesta. Además, como cae en jueves, tienen un hermoso puente. Para disfrutarlo, tuvieron que trabajar el pasado sábado. Pero eso, es lo de msnos.
Lo extraño es que este día no haya calado más entre la población. La mayoría de los rusos tienen el orgullo nacional muy arraigado entre sus sentimientos.
Precisamente, el pasado martes ví el partido de fútbol entre las selecciones de Rusia y España en un bar. Me sorprendió que cuando sonaba el himno todos se pusieron en pie y, con respeto religioso, empezaron a cantarlo. Siguieron en pie escuchando el himno español y lo aplaudieron cuando terminó.
En el local estábamos varios españoles, que nos mirábamos sorprendidos...
Luego, ya saben, lo que pasó y como terminó el encuentro...
Al irnos, muchos rusos nos daban la mano y nos felicitaban.
Hay que sabe perder con deportividad. ¿Porqué qué es un partido de fútbol comparado con todo lo que ha sucedido en Rusia en los últimos 18 años?
El orden varía, pero el resultado es el mismo. Cada vez que voy a España, y me encuentro con conocidos que hace tiempo que no veo, me preguntan por tres cosas. No falla. Siempre tengo que responder lo mismo.
1- El KGB. Debe ser por las novelas de espías de la guerra fría. El KGB no existe. Fue disuelto hace años y sus competencias repartidas entre decenas de organismos.
Lo más parecido que queda es el FSB.
No digo que no haya servicios rusos de inteligencia. Porque, claro, que los hay. Todos los países los tienen.
Lo que, a continuación, tengo que aclarar es que yo no me siento espiado. No hay dos malencarados sujetos en mi puerta o siguiendome los pasos. Aunque, tal vez, me equivoque y exista un dossier con mi nombre en alguna oscura oficina...
Por cierto, una amiga mía acaba de decirme que algo pasa con mi teléfono...
2- La mafia. Se ha hablado tanto del tema. Hoy en día Rusia no es Chicago años 20. Aquí no están las bandas rivales tiroteándose de esquina a esquina.
Claro que hay grupos de presión y juegos de intereses. Y no niego que algunos de ellos pueda tener carácteres delictivos. Ni tampoco que en alguna región controlen determinados sectores de la economía...
Pero eso, se lo aseguro, a simple vista, no se ve.
Ultimamente a quienes me preguntan por este asunto, les tengo que decir que Coslada no está en Rusia.
3- Las chicas. Amigos y amigas me preguntan si son tan guapas como dice la leyenda urbana
Debo decir que sí, que en este país hay muchas mujeres hermosísimas. A lo que añado que hay otras muchas que deben tener otros encantos.
Creo que pasa, más o menos, lo mismo en todos los países del mundo. Lo que vemos en la tele y en las revistas no viaja en el metro.
En este punto no puedo explayarme todo lo que me gustaría. Y no sólo por discreción. Lamentablemente mi experiencia con esas "diosas" de interminables piernas es más bien pobre.
Y, si alguna vez avanzo en este tema, tampoco se lo contaré.
El mundo de la farándula rusa se atreve con su presidente. Unos cuantos famosos del papel couché dan su opinión sobre Dimitri Medviedev en la revista OK!
La más atrevida es la conocida modelo Eva Herzigova. Confiesa que no lo conoce personalmente y que sólo lo ha visto por televisión. No importa. La guapísima Eva afirma que Medviedev le parece 100 por 100 hombre. Fuerte, valiente y cortés. Un tipo que gusta a las mujeres rusas.
Diplomática la chica. Porque el presidente mide menos de metro setenta, su atuendo es de lo más formal y anodino y, públicamente, no se le conoce ningún rasgo que le pueda hacer objeto del deseo femenino.
Al ganador de Eurovisión, Dima Bilán, le parece un tipo simpático. El presidente le llamó después de su éxito en Belgrado y tuvieron una conversación normal y distendida.
Otro de los entrevistados dice que, en una conversación privada, Medviedev le dijo que la vida es un proyecto y un enigma absoluto. Otro destaca el gusto del presidente por la pintura europea; y otra que le aseguró que la personalidad debe ser formada antes de los 25 años.
La estrella del fútbolo ruso Andrei Arshavin lo conoció cuando su equipo, el Zenit de San Petersburgo, ganó la Copa de la UEFA. Arshavin vió a Medviedev como un chico de barrio y, sobre todo, seguidor del Zenit. En su opinión, no se puede pedir más.
Y, ya que hablamos de fútbol, cuidado mañana, que los rusos están muy crecidos con sus últimos éxitos. Ganaron el Mundial de hockey sobre hielo, Eurovisión y la Copa de la UEFA. Están convencidos de que la racha continuará frente a España.