La globalización del balón
Del balón de fútbol, por supuesto.
El fútbol es la globalización en esencia. Y Rusia sigue la regla. Como en todo el mundo, el país se para cuando juega su selección. No hay noticia más importante. Los medios de comunicación se transforman en hinchas y le dedican sus mejores espacios. Todo para conocer qué han hecho o como se encuentran sus jugadores. El antes, el después y el durante.
Cuando el equipo consiguió clasificarse para los cuartos de final de la Eurocopa, miles y miles de aficionados salieron a las calles para celebrarlo. Llevaban sus banderas y sus caras pintadas con el blanco, el azul y el rojo. La ciudad era una fiesta con los coches pitando acompasadamente y el orgullo nacional exacerbado gracias a los caprichosos giros de un balón de fútbol. Y eso que aquí todo pasa dos horas más tarde.
Antes los aficionados, y los que no lo son tanto, pero les toca porque es lo que toca, se habían congregado en bares y cafés para ver el encuentro en redonda comunión. Como en todo el mundo, la misma liturgia. Los uy! cuando Rusia estaba cerca de marcar, los uff!, cuando pasaba el peligro y los saltos y los gritos cuando conseguía un gol. Igualito, igualito que cualquier otro país.
Hoy toca Holanda. Los hinchas desean todas las calamidades futbolísticas a todos los holandeses, menos a uno. Porque, ironías del destino, el entrenador de los rusos es holandés. Un viejo conocido, Guus Hiddink.
Su popularidad en Rusia es tan grande, que esta semana superaba la mismísimo Valdimir Putin.
Así que hoy vuelve toda la liturgia. Banderas, caras pintadas, silbatos, bocinas, los bares a reventar... Todo con la esperanza de poder celebrar a eso de la una de la mañana el resurgir del orgullo nacional.
Es la globalización que nadie representa mejor que un balón de fútbol.