Otro cuento de Navidad
La mañana era tranquila, su acompañante se bañaba en la piscina del barco y la tripulación cumplía al milímetro todos sus deseos. De vez en cuando, la imaginación se le iba.
Estaba seguro que había comprado en Bulgari todo lo que necesitaba, y guardaba una sorpresa que había visto hacía unas semanas en la rue Montaigne. Tenía champán francés más que de sobra, vendrían algunos amigos de los yates vecinos. Sólo le faltaba saber qué sorpresas les prepararía el cocinero. Nada de caviar, ni langosta, por favor. Algo sencillo, pero esmerado.
La fiesta tendría un momento especial cuando el grumete negro apareciera vestido de Santa Claus, o died Marós...
Ay! qué cosas tiene la cabeza! Por un momento pensó en su infancia, en la inquietud con que esperaba Novi God. El hielo en los cristales, su padre intentando sintonizar la Voz de América, las mujeres atareadas en la cocina, preparando ensalada Olivier (más o menos, nuestra ensaladilla rusa) para un regimiento... Aquella vez que su madre lo envió a comprar mayonesa a última hora. Dos horas de cola.
Aquéllo era Novi God, pensaba, mientras por la megafonía de la zoan de piscina sonaba ligera una cierta música lounge... Bueno, a los chicos en Moscú con su madre tampoco les faltará nada. No, desde luego que no conocerán aquellos discursos del secretario general (Breznev) que daba paso a la cena del año. Qué buenas aquellas ensaladas! Y la mandarina. Venida de Abjasia, una de las pocas que comíamos al año. Envuelta en papel amarillo. Qué pocos papeles de colores veíamos!
Y, luego, la sorpresita que algún mayor siempre guardaba. Una botellita de brandy armenio o georgiano. Qué gritos! Cómo se ponían! Ahora me sobra el mejor cognac francés.
Novi God al sol, sin nieve! Qué cosas!
Tumbado en su hamaca se le ocurrió una idea. La próxima vez que le viera, que viera al primer ministro le comentaría sus ideas. Primero, que en Novi God siempre haga frío; segundo, que vuelvan las mandarinas de Abjasia (para eso hemos reconocido su independencia), y tercero, recuperar estas fiestas con versos de Pushkin. Una idea como para ganar un premio Nobel.
Miró su copa y pidió al camarero otro Cosmopolitan...
PD.- Este post es una adaptación de un pequeño relato que acabo de leer en una revista rusa.