Mar o Montaña Mágica (Por Tito Ros, guionista de Página2)
Es natural que ante la llegada de un nuevo año, seamos muchos los que nos planteemos abandonar un mal hábito o, todo lo contrario, recuperar una tendencia positiva. Me estoy refiriendo a todos aquellos que semanas antes del nuevo 2009 apagaremos definitivamente la última colilla o recuperamos, esta vez sí, el chándal para ir al gimnasio.
Nos planteamos esto todos los otoños porque en verdad lo estamos pensando durante todo el año y cuando quedan pocos días para un nuevo “curso” es estúpido no esperar uno días más. Lo mejor es dejarlo para después de las campanadas, de las uvas y… de la resaca. Entonces, ya se verá.
Algo parecido nos ocurre cuando nos llegan las vacaciones de verano, aunque en este caso, más que promesas, más o menos difíciles de cumplir, lo que nos auto infligimos son deberes. Y entre éstos, los más recurrentes son dos: pintar la casa y leer ese clásico de la literatura universal que suele estar contenido en dos volúmenes.
Pintar la casa solemos cumplirlo, pero… ¿leeremos este verano La montaña mágica, Guerra y paz, Ana Karenina, Los miserables o Dune (por citar 5, aunque la lista es más larga)?
Durante el año laboral decimos que no tenemos tiempo para enfrascarnos en una lectura vasta y densa, y puede ser verdad. No son tantos los momentos que tenemos para nuestro íntimo placer y además un tocho de tales proporciones es incómodo de leer en la cama y, mucho más, en un transporte público. Por lo tanto, nos decimos que lo haremos en veranito, cuando lleguen las vacaciones. No importa mar o montaña, agarraremos el primer volumen bajo una sombrilla y acabaremos el segundo a la sombra de un buen árbol. Tiembla Ana Karenina, temblad Miserables, vamos a por vosotros…
De todas formas, ya que a esto lo llaman blog, os quiero contar mi propia experiencia. Un verano, corría el de 1999, me decidí a empezar La montaña mágica, de Thomas Mann. En aquel entonces me encontraba en el Reino de León, me adentré en la República del Bierzo, llegué hasta Lugo y decidí que la meta de mi viaje sería Porto. Luego, ya regresé a Barcelona, y siempre con los dos volúmenes de gran literatura universal a cuestas, que me siguieron acompañando durante el resto de días de vacaciones que todavía me restaban.
Acabó el verano (en verdad se me acabaron las vacaciones), volví a ponerme la corbata y cuando me encontraba a algún conocido por el camino y me preguntaba cómo me habían ido las idem, sólo sabía responder que había estado internado en un balneario de Davos, que me dolía todo, que los médicos aconsejaban, que no se acercara tanto no fuera que le contagiase… Vamos, que me subyugó de mala manera la lectura de Mann.
De todo se saca una experiencia y la mía es que todavía no he leído ni Guerra y Paz ni Ana Karenina, ni Los Miserables, ni Dune… En lo que llevamos de verano (no estoy del todo de vacaciones pues os estoy escribiendo) ya me leído la Balada del viejo marinero, de Coleridge, y La monja alférez, de Thomas de Quincey, y he empezado La pasión de la nueva Eva, de Angela Carter.
Ahora, si alguien me para en el camino, le puedo decir que el albatros era numinoso, que sufrí mucho atravesando los Andes nevados y que prefiero la Lilith a la Eva. Y, además, me estoy dando más de un chapuzón, he recogido flores del sendero, he pintado la casa y sé, que de aquí pocos días me aguardan la autobiografía de Billie Holiday, un clásico (de sólo 219 páginas) de Chester Himes y, tal vez, Solaris, de Stanislav Lem.
¡Vivan las vacaciones!