Amor por esas cosas de papel
Leemos en el metro, en el autobús y no sólo mientras los esperamos. En casa leemos en la cama, en el sofá, incluso hay quien lee en el wc. Y no hace ser un loco de los libros para eso. Un amigo andaluz me contaba un día lo mucho que le asombraba ver a tanta gente leyendo en el transporte público de Madrid y Barcelona. Y me consta que es un gran lector y que en su ciudad hay algunas e las mejores librerías que he visto. Pero es esa estampa de la gente inmersa en su libro mientras anda, mientras espera, mientras come un bocadillo, mientras va de un lado a otro… la que a él, como a mi, nos sigue llamando la atención. Y no porque nos interese saber qué están leyendo, que es lo de menos: novela, ensayo, poesía, ciencia-ficción, historia…(o esos de las bermudas y alpargatas que con la mochila al hombro consultan la consabida guía turística agarrados a la barra del metro o del autobús). Lo que me llama la atención es qué busca o qué encuentra tanta gente en esas páginas.
Una respuesta posible la daba Harold Bloom en “Cómo leer y por qué” (Anagrama, 2000): placer estético, formación de la personalidad, y una búsqueda de pensamientos profundos, de otras formas de ver y de sentir, una nueva subjetividad… Todo ello, evidentemente Bloom lo plasma en su libro –como ya hizo con “El canon occidental”, la obra que le hizo conocido en nuestro país- mediante ejemplos de libros y de autores mayoritariamente anglosajones, pues esas son sus fuentes (exceptuando a Cervantes y a Borges). Pero da igual.
La cuestión es leer, sin motivo y sin excusa. Leer por leer. Simplemente porque gusta, porque se siente amor por esas cosas de papel que caben en cualquier bolso o maletín, o en la mano si se me apura, que se pueden sacar en cualquier parte en un momento dado y echar un vistazo, unas líneas, unas páginas, y quien sabe, tal vez entre una y otra estación de metro nos aporten una nueva idea, nos lleven a una reflexión, o simplemente nos hagan sonreír o emocionarnos. ¿Cuándo fue la última vez que sentí eso mientras leía?
Este verano, sin ir más lejos, sentí y compartí la pasión por la aventura de Kerouac y compañía “En el camino” (Anagrama1957), el olor a azafrán y especias de la India antigua que desprenden las páginas de “La encantadora de Florencia” (Mondadori, 2008), el último libro de Salman Rushdie, me alcanzó el mensaje moralizante que Irene Nemirovsky predicó en “El maestro de almas”(Salamandra, 2009) y me inquietaron las aventuras y desventuras de Lisbeth Salander en la segunda entrega de la trilogía de Stieg Larsson (me falta el tercero, pero prefiero espaciarlos). ¿Quién da más? Os paso el testigo.