Hasta luego, Marco
Llevo un par de días sin saber muy bien qué decir. En realidad, no hay nada que decir. Es el riesgo inherente a este deporte. La muerte, desgraciadamente, también forma parte del motociclismo. Y eso es algo que tienes que aprender cuando empiezas a dedicarte a esto.
Yo hasta el año pasado no lo sabía. Había ido una y otra vez hasta la puerta de la clínica de uno y otro circuito, después de caídas a veces durísimas. En el peor de los casos lo que tenía que contar es que una clavícula, una fractura, un dedo…dejaban fuera de combate a un piloto durante una buena temporada. Sin darte cuenta, en tu cabeza construyes la idea de que siempre será así.
Entonces murió Shoya. Y lo aprendí de golpe. Sin apenas tiempo para asimilarlo, ahora ha muerto Marco. Y te das cuenta. Que sepas que puede pasar, no resta ni un ápice de dolor. Duele. Duele mucho. Nunca estás preparado para contar algo así.
Desde la verja de la clínica te agarras con fuerza a esa misma cuerda a la que, al otro lado, se aferran su padre, su novia, sus amigos, su equipo…Todos tirando a la vez, para vencer a las tozudas imágenes que anuncian el peor desenlace. Todos tirando, tirando hasta la extenuación para arrastrar, para obligar a ese milagro que nunca llegó.
Se va un piloto aguerrido y pasional. Se va uno de los futuros más prometedores del motociclismo. Uno de esos deportistas que necesita cualquier deporte. Se va un hijo, un compañero, un amigo. Ese que siempre tenía un saludo, un minuto para ti en el paddock. Se va ese "niño grande", desgarbado, ingenuo y bonachón. Se va Marco Simoncelli. Un tipo auténtico al que tuve la suerte de conocer.
"Duro en la pista, dulce en la vida"(*)
Su carisma, su talento y su pasión se quedan para siempre con nosotros.
Hasta luego, Marco.
(*) Palabras que le ha dedicado su gran amigo Valentino Rossi