Una sola persona muerta violentamente es una tragedia. Si son 20.000 como es el caso de Japón tras ser arrasado por el tsunami y si son 316.000 como sucedió en el de hace poco más de un año en Haití, y contamos las 100.000 personas que mueren diariamente de hambre o por causas prevenibles en el mundo... la tragedia adquiere tintes indescriptibles.
Los de Pueblo de Dios acabamos de llegar de Haití impresionados por lo que hemos visto. Se que ya no toca hablar de este país “inexistente” porque ahora hay que hablar de Japón y Libia y, la verdad. es que sus tragedias no son tampoco pequeñas. En ambos casos, además, hay una “razón económica” cosa que no sucede en el paupérrimo Haití.
Japón llora a sus muertos pero saldrá adelante porque es la tercera economía del mundo y si necesita ayuda la tendrá, en cambio Haití se irá sumiendo y consumiendo cada día más en la miseria. Aún en las tragedias siempre ha habido clases.
Un año después del terremoto el país está de pena. Tan solo se ha retirado el cinco por ciento de los escombros y en Puerto Príncipe, la capital del país, no se recoge la basura. Más de un millón de personas vive en tiendas de campaña, en situaciones infrahumanas sin esperanza de salir de ellas. A medida que disminuye la ayuda humanitaria aumenta el hambre porque la producción del país está bajo mínimos. Para muchas personas comer una vez al día es un lujo. Del gobierno y sus gobernantes, mejor no hablar.
Donaciones
Los “países donantes” se comprometieron a aportar 10.000 millones de euros pero al país solo han llegado 1.000 y la gente no sabe bien en qué en que se ha empleado ese dinero.
Las cosas que se han hecho –y no son pocas aunque insignificantes teniendo en cuenta las necesidades del país- se deben a las ONG y entidades de las Iglesias (Cáritas, Manos Unidas, congregaciones religiosas, protestantes…) que han rentabilizado al máximo los donativos recibidos. Han levantado escuelillas de quita y pon para que los niños, además de todo lo que han perdido no pierdan también los estudios, han construido algunos cientos de casitas de madera, han repartido herramientas y semillas a los campesinos… Con su entrega y generosidad han abierto una escotilla a la esperanza en medio tanta desolación.
Los Salesianos y Salesianas de don Bosco, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y otras muchas organizaciones religiosas están dando de comer diariamente a decenas de miles de niños. La situación en el país es tan grave que han aumentado los “restavek”, como se llama a los niños y niñas esclavos de la “domesticidad”.
Si nos olvidamos de Haití su futuro será tan negro como la piel de sus ocho millones de habitantes. Nosotros, al menos, no te olvidamos.
Julián del Olmo, Director de Pueblo de Dios
