En el paraíso de los garífunas
lunes 29.abr.2013 por Santiago Riesco 0 Comentarios
En casa de Loyda, líder garífuna, cocinando con algunas de sus vecinas en la colonia Lacayo, dentro del sector Rivera Hernández de San Pedro Sula.
Wátina es la palabra que usan los garífunas para refererirse a la llamada que sienten estos afrodescendientes caribeños cada vez que tienen que hacer algo juntos, solidariamente. Y eso es lo que comprobamos el otro día en casa de Loyda, una de las líderes de la comunidad garífuna urbana de San Pedro Sula. En cuanto supo que queríamos grabar su barrio, su casa, su familia... llamó a todas sus vecinas y nos montaron una fiesta en un santiamén. La hospitalidad y la acogida son una de las señas de identidad garífunas, un pueblo que celebra los 216 años de su llegada a Honduras compartiendo su lengua, su cultura, su gastronomía, su folclore y sus ganas de vivir con todos los "ladinos" (así llaman a los blancos).
En el Caribe
Después de conocer a Loyda, a Triffy, a Botellita, a Nandi, a Lucy y a todas las mujeres garífunas de la comunidad urbana, nos desplazamos a la costa, al lugar del que proceden casi todas ellas. Ayer, domingo, llegamos a La Ceiba después de tres horas de viaje por carretera. Aquí hay otra misión claretiana que también atiende dos pueblecitos costeros mayoritariamente garífunas: Corozal y Sambo Creek.
Se trata de dos destinos turísticos muy apetecibles, en el costa Atlántica, bañados por el Mar Caribe y justo enfrente de Los Cayos, uno de los lugares que más visitantes recibe en Honduras. Aquí la ongd española PROCLADE está apoyando varios proyectos de desarrollo gestionados por la comunidad garífuna.
En la playa de Corozal han construido dos grandes chozas abiertas, con suelo de cemento, que sirven para que la comunidad tenga sombra durante todo el año junto al mar pero, sobre todo, sirven para que los garífunas puedan vender comida y bebida para financiar sus actividades.
En Sambo Creek han financiado varias lanchas que hacen las veces de taxis entre la playa y Los Cayos. También han construido dos casitas a pie de playa donde los turistas pueden dormir como si fuera un hotelito típico de la zona.
En Corozal, el joven Nelson -responsable de la pastoral garífuna- nos invitó a participar de la misa que celebran cada semana en la capilla dedicada al Cristo negro de Esquipulas. El templo es pequeño, sencillo, como una caja de zapatos casi en la misma orilla del mar. Los tambores y las danzas son la seña de identidad. Aquí se reza con todo el cuerpo, de pie, en un movimiento constante, levantando las manos y volviéndolas a bajar. Es una celebración viva, con unas ofrendas generosas pensadas para compartir con los que menos tienen. Y aunque no sabemos garífuna, nos ha sido muy fácil participar de su alegría y su necesidad de expresarla y contagiarla.
En la misa sólo había mujeres y niños. Los hombres, Nelson y párroco incluidos, se contaban con los dedos de una mano. A la salida las mujeres nos lo explican: "Nuestro pueblo es un pueblo de pescadores. Los hombres casi siempre han estado fuera mientras nosotras rezábamos por ellos". Y así es. La mayoría de los hombres garífunas están embarcados como marineros y pescadores en grandes buques; y los que no, están en Estados Unidos buscándose la vida para enviar algo de dinero a sus familias. Las mujeres garífunas, como en la mayoría de las etnias africanas, son las que llevan el peso de la casa, los hijos, las tradiciones y la fe. Aunque estas africanas vivan desde hace más de doscientos años en el paraíso.