Entre imanes y reyes
miércoles 11.feb.2015 por Santiago Riesco 0 Comentarios
Arde la sabana beninesa. El termómetro de Juanjo, el misionero comboniano que nos acoge en su casa, marca 35 grados en el interior. Cuando lo sacamos fuera se queda en los 50. “Es que no tiene más” grita con acento maño al tiempo que se ríe. El padre Juanjo es un cura enamorado de África y los africanos. El termómetro que le regalaron en su última visita a España sólo marca hasta 50 grados. De ahí para arriba no sabemos cuántos puede haber de más. A nosotros, a las tres de la tarde, nos parece una broma de mal gusto. Es como si nos estuvieran horneando para que cojamos el tostado de piel que se gastan por estos lares. Un infierno. Y seco. Muy seco. Tanto que apenas abres la boca para dar las gracias en lengua lokpá con un “kokalé”, ya necesitas beber agua. O la bebida fermentada de mijo local. Una suerte de cerveza a la que llaman “kuchutú” con olor y sabor a sidra a punto de caducar. Perfecta para mitigar la sed y, sobre todo, para olvidar el calor.
Decía que aquí no se prevén nevadas importantes y que en Toko – Toko seguimos sin internet. Intentaremos que vayan llegando nuestras crónicas con el “pincho” de Juanjo. Para ello se requiere escribir en un documento, adjuntarlas en el correo electrónico y rezar para que no se nos acabe la paciencia y para que lleguen al buzón de Ricardo Olmedo y para que él encuentre un rato y para que las pueda publicar en nuestro blog. Muchos condicionantes. Pero no desistimos. Aunque se nos derritan los sesos y nos suden los dedos.
Llevamos ya unos días grabando mezquitas grandes, medianas y pequeñas. Imanes muy circunspectos y rodeados de consejeros e imanes cercanos y campechanos que nos invitan a entrar en sus mezquitas domésticas para acompañarles en su repetida invocación a la grandeza de Alá. Al mismo tiempo, cada vez que llegamos a una aldea, se repite el mismo ritual. En primer lugar vamos a saludar el rey tradicional. Siempre es un anciano baribá, la etnia más antigua de la zona. Y la minoritaria.
Hoy hemos estado en la aldea de Sissi. Un sitio al que sólo se puede llegar andando porque la carretera de tierra acaba junto a un río. Para vadearlo hay que hacer equilibrio sobre unos tablones clavados con puntas que, milagrosamente, no se han caído tras pasar con la cámara, el trípode, los micros y hasta con una maleta llena de baterías, discos y “porsiacasos”.
Hemos llegado con la hora un poco justa. Es domingo y veníamos de la misa en la iglesia principal de la misión acompañando al misionero que se desplazaba hasta esta aldea para celebrar la segunda de las tres que tiene cada domingo.
El jefe estaba en la capilla esperando. Le hemos saludado medio de paso. Dos horas después, al acabar la misa, hemos acompañado a Juanjo hasta la casa del anciano. Y allí estaba esperándonos. Otra vez. Aquí, en Benín, son expertos en esperar. Le encontramos debajo de un mango, sentado en un trono de madera que no parecía tal, con su tafetán en la cabeza, un traje típico de color irreconocible rematado con puntillas blancas y lo más impresionante: un reloj dorado de 007 y unas botas de fútbol con tacos de un brillante azul combinado con amarillo. Tras presentarle nuestros respetos y rendirle pleitesía, nos hemos hecho una foto con él. Lo pedía a gritos. Luego hemos intercambiado bromas por gestos, pues nuestros chistes tenían que traducirlos del español al francés, del francés al lokpá y del lokpá al baribé. Cuando le llegaba el chiste, ya había caducado.
Son los jefes gente con alma de niño que hacen sonreír a todo el poblado. Ancianos que parecen haberlo visto todo y a los que no les preocupan las mismas cosas que al resto de sus vecinos. Parece que no cuentan pero sin su visto bueno nada se puede hacer. A pesar de que hay alcaldes elegidos democráticamente, los reyes siguen siendo la autoridad moral. Cuando hay alguna disputa o cuando hay que tomar alguna decisión que afecta a la vida de la comunidad. Es el jefe, el rey, el que tiene la última palabra. No será oficial, pero es la que vale. Y nosotros de guasa con sus botas horteras de futbolista y su reloj de oro de pichiglás. Se partía de risa porque nos había hecho creer que era un mindundi. Y casi lo logra.
Los imanes son muy diferentes. Como en la viña del Señor, los hay para todos los gustos. Ayer pudimos saludar a un par de ellos. Uno, el vecino de los misioneros, es amigo de los de verdad. Ha donado las 15 hectáreas en las que han construido la casa y la iglesia de la misión. Ahora los misioneros le han ayudado a construir su pequeña mezquita. Y ayer nos recibió con los brazos abiertos junto a su familia. Bromeamos con él y nos invitó a grabar cómo rezaba en el interior de su pequeño templo en dirección a la Meca. El bueno de Juanjo hizo como nuestros últimos Papas. Entró, se quedó en pie, y acompañó a los hermanos musulmanes en su plegaria al único Dios.
Después fuimos a la mezquita principal de Toko – Toko. Pero no estaba el gran imán. Aprovechamos para saludar al rey del pueblo y, en lo que se cambiaba de traje para poderle grabar, llegaron los consejeros del líder musulmán para indicarnos que nos estaba esperando en su casa para dejarse saludar. Dicho y hecho. O casi. Cumplimentamos al rey de Toko – Toko con los habituales malabarismos idiomáticos y nos dirigimos a la morada del imán. Allí nos esperaban media docena de engalanados mahometanos sentados en el suelo junto al propulsor del Corán en el lugar. Todo mucho más distante. Ceremonioso. Con más cautela. Midiendo los gestos y escuchando cómo los traductores se esforzaban en no interpretar. Nos dio la bienvenida y aprovechó para criticar a los protestantes que aún no le habían pedido audiencia. Y, de paso, le pidió al misionero –como gesto de buena voluntad- que le construyese una mezquita para seguir con el buen rollo y la hermandad. Toma ya. Porque esto es África.