Pozo a pozo
martes 10.feb.2015 por Santiago Riesco 0 Comentarios
Un pozo. Hierba seca. Otro pozo. Más tierra ardiendo. La estación seca en la región beninesa de Djougou es muy dura. El termómetro alcanza sin esfuerzo los 48 grados y el gran río Oueme, que desemboca en Porto Novo confundiéndose con el mar, es ahora un recuerdo que discurre casi de forma testimonial. Se podría confundir con el Manzanares. Incluso por la suciedad.
No llueve. El sol reseca la sabana y el horizonte cimbrea borroso. Pareciera que las zarzas fueran a arder en cualquier momento. Vamos a visitar un pozo. Es el primero que han ayudado a perforar los Misioneros Combonianos desde la reciente misión católica de Toko – Toko fundada la Navidad de 2008. En un lugar donde hay cinco mezquitas por cada capilla católica, el padre Juan José Tenías se ha propuesto que no haya ni una sola aldea sin agua potable. Y de la buena. Llegamos a la comunidad de Affon. Nos esperan Gastón y Bio, presidente y catequista de los católicos en esta pequeña localidad. El pozo tiene sólo diez metros y da un agua limpia y cristalina. La calidad es excepcional. El zahorí que lo localizó no tuvo en cuenta que el palito señalase un lugar pegado a la capilla protestante. Y el pastor protestó. Hoy, al ir a grabar, estaba celebrando el culto y le ha faltado tiempo para salir a dar las gracias. Estaba encantado con que la misión católica hubiese construido tan cerca de su capilla un pozo tan estupendo. Los musulmanes, incluidos los pastores pehúl, también se han acercado. Todos estaban agradecidos: “mersí bocú; mersí, mersí”.
Desandamos los ocho kilómetros que separan Affon de Toko – Toko para visitar el pozo de Timbá. Tres kilómetros más allá. La comunidad, con los ancianos y su consejo en pleno, se reúnen con los dos combonianos que forman la misión. Juanjo, de la zaragozana Erla; y Salvador, mexicano de Tijuana. Resulta que la aldea ha crecido mucho y ya son 3.000 personas. Aunque los católicos son apenas 150 y ya construyeron un pozo –este de 14 metros de hondo- no hace demasiado. Pero no hay agua suficiente para todos. Eso sin contar con que los musulmanes tienen el suyo junto a la mezquita sólo para uso y disfrute de los hijos de Mahoma. Y sin contar que el Gobierno de Benín ha instalado un grifo del que mana el agua cuando el encargado de la cisterna tiene a bien abrirlo y, por supuesto, cobrar a tanto el litro. Parece que no hay mucha demanda. Una locura africana.
Dicen los catequistas de Timbá que están dispuestos a volver a trabajar. Que no tienen problema, otra vez, en acarrear arena desde el cauce del río Oueme. Que no les importará dar de comer a los tres técnicos que se encargarán de hacer los anillos de cemento y en picar y picar hasta dar con el agua del manantial. Que ellos se encargarán de recaudar los 100.000 francos “cefa” entre los vecinos con el compromiso de que la misión católica ponga el millón novecientos mil restante para poder acometer la perforación. En total un pozo sale por 3.000 euros. Una locura globalizada. Le hierve a uno la sangre cuando comprueba que por esa mísera cantidad se puede dar tanta vida a tantas personas. Es un insulto de la humanidad. Un suicidio global.
Los misioneros no prometen nada pero se van tras haber escuchado la petición de la comunidad y después de exponer –no sin problemas debido a la complejidad de las lenguas en la región y la interpretación aleatoria de los traductores de lopká- las condiciones de compromiso por parte de los vecinos de la aldea que se ocuparán de parte de la perforación y se comprometen al mantenimiento posterior.
El padre Juanjo se empeña en que veamos el pozo de Toko – Toko, el último que han perforado. Lo han financiado, desde Madrid, los Amigos de Comboni. Cuando llegamos el misionero aragonés se disculpa porque la placa se ha borrado. “Mi gozo en un pozo”, piensa Juanjo mientras le tranquilizamos diciendo que lo importante no es quién lo ha financiado sino quiénes se están beneficiando. Y empieza a llegar gente. Mujeres y niños con bolsas de caucho enganchadas a largas cuerdas y barreños inmensos de aluminio brillante sobre sus cabezas. No se mueven un milímetro a pesar de que los llevan sin hacer el más mínimo esfuerzo por mantener el equilibrio.
Ayer estuvimos en el Centro de Salud de Gaounga, con las Hijas de la Caridad del Sagrado Corazón. Aquí los amigos españoles de la Fundación “Salvador Soler Mundo Justo” han financiado el sistema de agua que ha sido una bendición para los enfermos de la región y, sobre todo, para las mujeres que vienen a la maternidad. Nada menos que 400 niños al año nacen en este lugar. Un espacio donde lunes y viernes medio centenar de embarazadas acuden a su revisión mensual.
El agua es bombeada por un motor hasta un depósito que está situado en lo alto de una torreta. Desde ahí, por gravedad, se distribuye a todos los grifos del centro sanitario. Un auténtico lujo que a nosotros nos parece de lo más esencial.
Y volvemos a la misión cuando el sol se está poniendo. La sabana de Benín arde por los cuatro costados y el humo convierte el atardecer en un paisaje hostil que es el reflejo de la guerra del africano contra la naturaleza. Pero de esto ya escribiremos otro día. Ahora hay que echarse el “Relec”.