Los 80 hijos de Justina
lunes 11.may.2015 por Santiago Riesco 0 Comentarios
Apenas nos miramos y parecía que nos conocíamos de toda la vida. Justina es una madrileña nacida en Vijuesa, un pueblecito de Zaragoza. Cuando tenía nueve años, junto con su madre y sus otros cinco hermanos, viajó a Madrid. Ahí estudió enfermería y, cuando tenía 21 años, sintió que quería entregar su vida a los demás. Y en eso anda, entregando vidas que rescata del abandono y de un futuro incierto para que hagan florecer las vidas de matrimonios que no pueden tener familia por esos caprichos infames de la naturaleza. De modo que Justina Miguel Gil, desde hace 19 años, se encarga de poner en contacto a niños sin padres con padres sin niños. De dar vida a más no poder.
Sor Justina ingresó en las Franciscanas Misioneras de María como enfermera y sus superioras enseguida la enviaron a Senegal. Era el año 1973. Pero sólo estuvo un año aprendiendo francés y casi de paso para Burkina Faso -que de aquellas aún se llamaba Alto Volta-. Ahí pilló la malaria y la cosa se complicó tanto que a los cuatro meses estaba trabajando en el hospital de Niamey, en Níger, donde no paró de dar vida como enfermera durante nueve años. Luego regresó a Burkina Faso para quitarse la espinita de su anterior paso fugaz y, durante otros siete años, trabajó en una maternidad ayudando a traer vidas a este mundo tan mal repartido. Aquí la cosa comenzó a torcerse con una lesión en un ojo y porque los antipalúdicos empezaron a no hacerle efecto. De modo que no tuvo más remedio que regresar a Madrid para recuperarse. Era 1990 y había estado 19 años dándolo todo en África. Parecía que había llegado el momento de descansar. Pero los caminos de Dios son inescrutables y, seis años después, más o menos con la salud recuperada, se ofrece para volver a la misión y sus superioras le confían una de las actividades más hermosas que jamás hubiera imaginado: la Pouponniere de Dakar. Un hogar cuna en el que recogen a niños huérfanos de madre (algunos de padre y madre), bebés abandonados y recién nacidos cuya madre ha caído enferma y no puede atenderlos durante el primer año de vida. Y tiene 80 muñecos de entre 0 y 12 meses que no dejan de llorar, de reír, de ponerse malos, de tomar biberones y papillas, de pedir que les cambien el pañal, de solicitar baños, mimos, masajes en la tripa para los cólicos y que les cojan y les canten para dormirse después de que les llenen de besos.
Justina insiste una y otra vez en que sus niños son los más guapos de Senegal. Conoce a todos y cada uno de ellos por su nombre. Sabe cuál es su juguete. Impresiona escuchar a un bebé llorar en una sala repleta de cunas y que la hermana diga el nombre de un bebé para que una de las chicas que colaboran con ella en este Hogar Cuna se dirija hasta su camita y lo coja para calmarle.
En la Pouponniere han sacado adelante, desde 1955, a más de 4.000 niños. La inmensa mayoría han vuelto con su padre o sus familiares después de superar el primer año de crianza. Alrededor del 12% han encontrado una nueva familia en Senegal, en Italia o en España.
Son ya 19 años los que sor Justina lleva dando vida en esta misión. Ahora tiene que cuidarse un poco más porque ya ha cumplido los 78. Cada año va a España a que el cardiólogo controle su corazón al tiempo que se reúne con las familias de los más de 40 niños de chocolate que viven y dan vida en nuestro país. Ellos son los que le curan realmente el corazón.
Nosotros nos vamos de la Pouponniere para pronto volver. Mañana nos espera sor Hortensia en la misión rural de Thies, a hora y media de Dakar.
Nos llevamos a sor Justina muy dentro y, con ella, las historias de Clemence y sus hermanas de la corrala en el barrio de Ouakam; de Angela, Ambroggio e Isabel y el amor gigante por el pequeño André que muy pronto irá con ellos a Milán para formar parte de su familia; de Joseph Malick y su bebé Christelle; de Benedicta y la felicidad por haber encontrado un trabajo de cocinera en un hotel; de un grupo de 14 monjas de 10 países empeñadas en demostrar con su testimonio que el Pueblo de Dios es mucho más que el título de un programa de televisión en el que os contaremos todas estas historias y muchas más.
Seguimos en contacto (si el wifi y el cansancio nos lo permiten)