Sudán del Sur: la mirada de Buma
jueves 9.jul.2015 por Ricardo Olmedo 0 Comentarios
La tengo clavada en la memoria, pero en ese rincón donde duele, de donde no hay forma de sacarla. Convivo con ella como con otras que también permanecen en el mismo lugar. Estoy hablando de la mirada de un niño, del pequeño Buma. A las puertas de la misión de Mapourdit, en lo que era entonces el sur de Sudán y ahora es Sudán del Sur. Y mira que han pasado años. Nada menos que once años. Allí, de pie ante la puerta de la misión, la mirada de Buma contenía tantas cosas que, a día de hoy, todavía las estoy digiriendo. Allí estaba el final de una guerra que asoló esa tierra. Allí, el hambre de verdad, que no es tener ganas de comer sino la certeza de que tampoco voy a comer hoy...ni mañana. Allí, el desamparo de quien perdió padre y madre en el descontrol brutal, en el desparrame de la guerra. Allí, las dudas de cómo vivir en medio de un lugar perfectamente arrasado como solo saben hacerlo los jinetes apocalípticos. Y allí, también, la esperanza que tomaba cuerpo en torno a la misión de los combonianos. Un hermano italiano, médico, me enseñaba orgulloso su tienda de campaña-quirófano, se dejaba la vida curando a los enfermos de lepra o se resignaba ante la insuficiencia cardíaca del pequeño Akol.
En Yirol, el sevillano José Javier Parladé, toda la vida en Sudán, con el pie destrozado por un accidente de moto, no paraba de hacer cosas. Ocho años mas tarde, cuando volví a lo que era Sudán del Sur, allí seguía, cojeando pero entregado a levantar escuelas. Parladé, viejo lobo misionero entre el pueblo dinka, me advertía una y otra vez que la independencia del país no era la panacea. Se empezaba por ahí pero había que cambiar la mentalidad de guerra...ahora me acuerdo de esto cada día, cuando las alertas de google me escupen a la cara los dramas actuales de ese país, que es como un recién nacido al que no cuidan, pilla todos los virus y pasa lo que pasa (esto fue una imagen de Daniel Moschetti, otro italiano al que conocí en Kenia y reencontré en Juba).
Me vienen a la memoria la ciudad de Malakal, tomada ayer por los rebeldes, hoy por el Gobierno; y la misión de Leer (hoy destrozada), la guardería, el centro ganadero y agrícola, aquellas estudiantes de la etnia nuer que soñaban con ser veterinarias...sueños rotos, malditamente rotos. ¿Qué habrá sido de Talí, aquel lugar que tardamos un día en llegar por culpa de la lluvia y de un coche sin tracción a las cuatro ruedas?, ¿y qué estará pasando con los miles de retornados que volvieron desde Jartum, que ya entonces vivían en pueblos de plástico y madera, con sus ollas vacías y su leña mojada?, ¿y de radio Bakhita, la que montó el bueno de Alberto Lamana, el único medio que contaba libremente lo que pasaba en el país?
Se cumplen hoy cuatro años de la independencia. Sudán del Sur es un país marcado por la sombra alargada de su vecino del norte, por los conflictos tribales, por los intereses del petróleo, por los manejos en la sombra de las empresas chinas y de otros países, concesionarias del oro negro, por muchos virus que no dejan crecer a este recién nacido que también tiene otras muchas cosas buenas. Cuatro años ya, como once son los que pasaron desde ese día de 2004, cuando una mañana de octubre me miró el pequeño Buma. Preguntarme qué habrá sido de él es tan inútil como necesario.
Tengo que volver a Sudán del Sur.