Acaban de matar a otro...
miércoles 11.nov.2015 por Ricardo Olmedo 0 Comentarios
- Acaban de matar a otro...
La voz temblorosa del padre Tarsicio, que se une a nosotros al final de la cena, anuncia la tragedia. Una nueva. Pero desgraciadamente habitual en estos barrios de arena y violencia de esta ciudad peruana de Trujillo: hace dos días volvió a pasar.
- Me lo han dicho en casa de una familia a la que he ido a visitar. Y la gente se pone a contar más y más casos. Y yo les digo que hay que hacer algo. Dicen que sí, pero nada, se ponen otra vez a contar sucesos.
Todo el mundo sabe porqué ha muerto ese hombre esta tarde. Se trata de un colectivero, conductor de una red de coches que hace una determinada ruta. Se trata de un colectivero que, posiblemente, no ha pagado el "cupo", es decir, el impuesto de la extorsión de las bandas criminales de la ciudad. Todo el mundo lo sabe... y casi todo el mundo paga. Desde la cárcel, los jefes mafiosos dan sus órdenes, envían sus recados de muerte y pasa lo que pasa. Todo el mundo lo sabe.
A esa cárcel va el padre Tarsicio dos veces por semana. Este misionero comboniano, con la cuchara de sopa en la mano, comienza entonces a contarnos cosas, mirando al vacío, como diciéndoselo a si mismo:
- Los celulares entran en la cárcel y ellos dan las órdenes de ejecución. No deberían entrar esos teléfonos, pero entran, la policía, ya saben...
- La verdad es que ser un policía honrado es peligroso...
- En la cárcel se paga por todo. Las familias tienen que pagar por visitar a su familiar interno, por dejarle comida o tabaco, por todo...
- Hace dos años mataron al director de la cárcel. Y luego a su hermano...
- La cárcel deshumaniza...
-Cuánto dolor, cuánto sufrimiento...
- Yo estoy feliz de poder entrar en la cárcel. Hablo con ellos, les doy ánimos. Algunos se alegran de estar dentro, de lo contrario ya no estarían vivos. Hay gente que ha encontrado un sentido a su vida por pasar por la cárcel. Celebramos con ellos la fe, la vida, pese a todo...
- A mi me dicen, padre, no vaya por ahí, no se meta en esos sitios, cuidado con tal calle...y yo digo ¿para qué si no estoy aquí?...
El padre Tarsicio, que también lleva cartas de amor, abiertas, entre presas y presos, sigue con la cuchara suspendida en el aire. La sopa fría. El ánimo entero. La voz temblorosa. La cena indigesta.