Daniel, de nuevo
jueves 12.nov.2015 por Ricardo Olmedo 2 Comentarios
Cuando las lluvias grandes del 97, el agua inundó el viejo cementerio y la riada acabó llevando los muertos al centro de la ciudad. Donde, a lo mejor, alguno no había estado en vida porque este barrio queda demasiado lejos del centro. Este barrio queda demasiado lejos de todo, sobre todo de unas condiciones dignas para vivir.
En una parte del distrito del Porvenir, lejos, muy lejos del centro de esta peruana ciudad de Trujillo, llevo dos días. Dando vueltas entre los arenales donde la gente levanta sus ranchitos, cuatro palos, dos esteras, varios plásticos y comienzan a vivir allá y seguir subsistiendo. En estos barrios marrones, donde se confunden las casitas con la arena, me he vuelto a encontrar con Daniel. Hace 9 años que no lo veía. Nos conocimos en Cerro de Pasco, en los Andes peruanos, a más de cuatro mil metros. El paisaje y el paisanaje eran otros: mineros, contaminación brutal, los niños del plomo, la explotación laboral... Daniel era el único que defendía a los mineros. Nadie se sindicaba por las represalias. Con Daniel no se atrevían.
Ahora me lo encuentro en los arrabales de Trujillo. De la grisura de Pasco a los arenales de estos cerros. Allá, al cementerio entre arenas, donde algún muerto quedó vivo, va Daniel a primeros de noviembre a rezar por los difuntos. En un lugar donde el más allá no es problemático. Lo chungo está en el más acá. En los jóvenes callejeros, en las familias destrozadas, en los que cada año matan una media de cincuenta personas en el distrito, en un chaval que tiene 17 años y 10 asesinatos a su espalda, en las extorsiones, en la prostitución desesperada, en las tasas brutales de alcoholismo y de violencia intrafamiliar.
Pues aquí me he vuelto a encontrar a Daniel Nardin, con esa sonrisa que le delata como un hombre bueno. Este italiano está volcado en la educación: se pasa el día al tanto de las seis escuelas parroquiales, para que los coles sean el corazón del barrio, desde donde se pueda comenzar a cambiar las cosas, a irradiar otros valores, a dar oportunidades a los chavales. Y no todos tienen suerte: algunos pequeños son enviados por las mafias a cobrar las extorsiones. Vaya tela. Por cierto, un día llamaron a Daniel para amenazarlo. Y al que llamó le dijo: tu voz me suena, yo te conozco, tienes a tu hijo en nuestra escuela. Y el tipo colgó. No volvieron a molestarlo.
Ya lleva nueve años en este lugar. Feliz como solo lo puede estar un misionero como él, convencido de que este es un lugar estupendo para seguir dejándose la vida por los demás. Como aquel otro Daniel, el que se apellidaba Comboni.
Carlos dijo
No estaría mal una invasión de cadáveres. Las autoridades tendrían que refugiarse en los áticos de la banca y de las multinacionales
Idoya dijo
Qué bien contado y qué valiente Daniel. Cuánta gente anónima haciendo tanto bien y que no protagoniza primeras planas.