Selva, narcos, misioneros...
lunes 9.nov.2015 por Ricardo Olmedo 1 Comentarios
- A la pobre la desventraron...
- ¿Cómo...qué quiere decir?
- Pues eso, que le abrieron el vientre y le sacaron las tripas, para que todo el mundo viera lo que pasa con quienes no hacen lo que ellos ordenan.
En el patio de su casa en San Ramón de Pangoa, la hermana Susana responde a lo que le pregunto sin pestañear, con esa naturalidad de quien está acostumbrada a codearse con la desgracia, a convivir con la violencia, con los dolores que vienen sufriendo la misma gente, desde hace siglos. Esta mujer que pasa de los setenta, morena, pequeña de cuerpo y oriunda de Ayacucho estuvo por aquí, por Pangoa, en los estertores del terrorismo de Sendero Luminoso. Aunque también pasó lo suyo en las periferias de Lima, donde alguna vez escapó de un mal navajazo por esos barrios de arena y chabolas.
Hablo con la hermana Susana porque quiero contar lo que hacen los misioneros en este rincón de la selva central peruana. Y ella me habla de esa madre "desventrada" y de sus dos hijos huérfanos que andan por la calle y la tienen preocupada y ocupada. También me cuenta que esos terroristas de antaño se han reconvertido en narcoterroristas, que todo el mundo lo sabe, y esa madre se negó a los tejemanejes de estos tipos así acabó. En fin. Por aquí hay un par de aeropuertos militares que intentan controlar el tráfico de drogas. Otra cosa es que lo consigan...
La misión de San Martín de Pangoa la mantienen los misioneros combonianos. Ahora viven y trabajan aquí un filipino, un peruano y un mexicano. Mezcla interesante para estar entre colonos agricultores que vinieron de otros lugares de la región y entre nativos asháninkas y nomatsiguengas. Por cierto, está la federación que agrupa a los pueblos nativos en pie de guerra: reivindicando la regularización de la propiedad de sus tierras, la aplicación de la ley de consultas y que se frene la invasión extractora y devoradora de la selva amazónica. Esto ya lo he vivido en otras visitas a Perú- por ejemplo, cuando recorrimos el río Urubamba hace unos años- y me temo que volveré a verlo más veces. Camino de Pangoa cortaron la carretera así que aprovechamos para grabar la protesta y charlar con ellos entre arcos, flechas y rostros pintados con achiote y coronados con plumas de loro.
Ayer, nos montamos en el coche con Oscar, el misionero mexicano, y nos tragamos cuatro horas de baches, barro y de unos paisajes de los que quitan el hipo hasta que llegamos a la comunidad de Santa Teresita. Casi cien familias nomatsiguengas viven en este lugar, en medio de la selva. Vinieron hace 25 años huyendo de los machetazos y los destrozos de los terroristas de Sendero que entraban en las chozas y las quemaban con lo que hubiera dentro: persona, animal o cosa. Ahora viven como pueden, malvendiendo plátano y yuca a los que vienen a comprar aprovechándose de su aislamiento y de ese maldito camino de baches y barro. Ciudadanos de tercera en un país de primera en recursos naturales.
Lo que no he contado aún es que para llegar a Pangoa tuvimos que cruzar el impresionante Ticlio, un paso de montaña en estos Andes peruanos: 4818 metros de altitud. Y después de bajar el millón de curvas hicimos noche en Palca, en la casa de los misioneros combonianos. Allí disfrutamos de las mil y una historias del padre Luis Weiss, un alemán de 75 años que hace dos meses se cayó con el coche por un barranco de estos lugares: 60 metros de caída libre para terminar en el fondo del río. Pues ahí lo tienen, sin un rasguño, charlando por los codos y empeñado en que cenáramos un platos de espaguetis casi del tamaño del Ticlio. En fin, estas cosas que tienen los rodajes...
Idoya dijo
Menudas historias de supervivencia. Me alegro que, en ocasiones, el destino deje sin un rasguño a esa gente que tanto hace por los demás. Por cierto... 4818 metros de altitud, muchos metros.