Tenía 24 años y dos hijos
sábado 14.nov.2015 por Ricardo Olmedo 1 Comentarios
Tenía 24 años y dos hijos. Y no tenía una vida mínimamente digna. Ni por asomo. Cansada, desesperada de esa vida que no es vida; llena de miedo cuando la hora anunciaba el regreso a casa de un borracho: el padre de sus hijos. Harta de las palizas y de ese pozo sin fondo, de ese callejón sin salida que es la miseria. Bueno, sí, hay una sola salida para quienes viven esa ceguera de la desesperación. Y es la que eligió ella. Y consigo se llevó a sus dos criaturas. El veneno hizo el resto...
Voy hablando con Conrado Franco mientras recorremos estos barrios en las faldas del volcán Misti, en Arequipa. Se suceden los barrancos, de un gris volcánico, con casas y más casas a medio hacer, lugares de invasión, donde asientan su pobreza la gente que viene de fuera buscando oportunidades. Como le pasó a la mujer de la que me habla Conrado cuando me cuenta lo preocupado que están por los suicidios, goteos de muerte, entre esta gente joven y adolescente. Acabamos de salir de la reunión de un grupo de mujeres que, a la caída de la noche, se encuentran para charlar de sus cosas, para analizar su realidad, para darse cuenta de qué les pasa y porqué les pasa. Hablo con Soledad y aunque estoy a menos de un metro casi no la oigo, porque susurra, con la mirada baja, cuando me habla de lo que pasa puertas adentro de las casas de estos barrios entre barrancos. Se anima su voz cuando me dice lo mucho que aprenden todas en estos encuentros semanales que organiza la parroquia:"somos personas, sabe usted, y nadie tiene derecho a hacernos daño". Entonces sí que me mira e incluso esboza una leve sonrisa. Ahí queda eso.
Hay luces en la oscuridad gris de estos barrios. Esto es lo que vengo a contar. En el programa nunca nos quedamos en el lado amargo. Siempre cruzamos para comprobar que otro mundo es posible. Por eso vamos a las reuniones de estas mujeres que quieren vivir de otra manera, o al comedor donde los niños del barrio de Canteras sacian su hambre, o a la espléndida escuela infantil donde aprenden y son felices estos hijos de la escasez, o al policlínico Espíritu Santo que visitan cada día casi 2000 personas.
Voy por estos arrabales de Arequipa de la mano de Conrado, un misionero comboniano de Palencia que lleva 22 años en Perú. Junto a sus compañeros está viviendo esta aventura difícil de llevar adelante la parroquia del Buen Pastor por estos lugares donde se acaba Arequipa y parece que se acaba el mundo. Lo que no se les acaba es la alegría con que lo hacen y las ganas de seguir adelante. Doy fe de ello.
PAMELA CASTRO dijo
Hola Ricardo, leo con alegría lo que escribió y bueno darles gracias a usted y su equipo, por habernos escuchado y poder dar a conocer a todos el trabajo de misión que realizan nuestros queridos padres Combonianos en todo el mundo, creo que toda persona deja un despacito de su corazón en todo lo que hace con amor.