La otra vida de Anastasia
viernes 13.oct.2017 por Ricardo Olmedo 1 Comentarios
Anastasia tiene 19 años y podría llevar varios metida en la prostitución de medio pelo y amargura, merodeando por el solar donde salen los autobuses en Maungu, a medio camino entre Nairobi y Mombasa.
Anastasia podría llevar una vida destrozada a cachos, viendo pasar las horas bajo la chapa de su casa de adobe en un barrio polvoriento de Maungu, a medio camino entre Nairobi y Mombasa.
Anastasia, que se quedó sin madre cuando tenía dos años, tiene un padre al que pillaron como chivo expiatorio del crimen de un comerciante, perpetrado una noche por un grupo de matones en este rincón de arena y adobe de Maungu, a medio camino entre Nairobi y Mombasa.
Anastasia, que es la segunda de tres hermanos, se podía haber quedado sin padre porque, a resultas del crimen del barrio, lo encarcelaron unos cuantos años en una prisión keniana, que no es precisamente un cinco estrellas, y a punto estuvo de no volver con vida a Maungu, a medio camino entre Nairobi y Mombasa.
Anastasia, que tiene muchas ganas de aprender, de estudiar, de ser algo en la vida, se podía haber quedado sin nada si el padre, que salió alcohólico de la cárcel, no hubiese tenido el coraje de ir al colegio de las Hermanas de San José y haber implorado que le dieran una plaza a su hija en el internado de Maungu, a medio camino entre Nairobi y Mombasa.
Pero las vidas cambian. De pronto, un golpe de viento hincha la vela en la buena dirección y solo hay que saber manejar el timón para aprovecharlo. Eso fue lo que hizo Anastasia, a la que me he encontrado esta tarde mientras rodábamos en la escuela secundaria de las Hermanas de San José, una obra financiada desde España por Manos Unidas. Aquí hay 170 chicas en un centro con internado, el único en la zona para que las jóvenes estudien secundaria. En tantos lugares de África y América latina son los internados los que están propiciando que las chicas puedan estudiar en un ambiente seguro y estable.
Y las cosas están cambiando. Ya hay tres gobernadoras en Kenia. Poco a poco, las mujeres formadas están llegando a puestos de responsabilidad, terminan estudios superiores, se casan cuando ellas quieren –o no- y saben que el futuro de este país y de este continente pasa por sus manos. Pole pole, como dicen aquí, o sea, despacio. Pero avanzan.
De esto me hablan con orgullo Abygael, Tumaini, Xina, Carolina…compañeras de Anastasia que sueñan con ser profesoras, abogadas, cocineras de muchos tenedores. Saben que la única salida son los estudios y que no lo tienen fácil porque todavía muchas jóvenes de su edad ya han sido entregadas en matrimonio por sus familias. Y otras han comenzado a terminar sus días merodeando por la estación de autobuses, para ganarse la vida malamente en una cama sucia y triste de un barrio de Maungu, a medio camino entre Nairobi y Mombasa.
Fausta Rosales José dijo
Hay buenas historias, Dios sigue caminando con su pueblo, a través de unos, llega a los otros.