Lo del agua es serio
lunes 9.oct.2017 por Ricardo Olmedo 0 Comentarios
Los niños pequeños de Katangini no conocen la lluvia. No saben de la experiencia de los cielos reventones con nubes cargadas, de ese capote gris que cubre vidas y haciendas, de esa bendición del llanto continuado y espeso que riega los sembrados de los que comen todo el mundo. No, los pequeños de Katangini no conocen qué es eso de saltar en los charcos, de juguetear con los goterones, de ejercer de niño en medio de la tormenta, entre el susto y el gamberreo.
Ese no saber de los niños muda en tragedia y angustia para los padres. Que llevan mucho tiempo esperando a la lluvia en este rincón de la Kenia rural y olvidada. Donde solo los baobabs parecen que no se inmutan ante la sequía prolongada. Parecen, digo, porque había que preguntarles a los baobabs cómo se sienten salpicando de troncos gordos y ramas finas este paisaje tristón donde las cabras enloquecen buscando algo verde que llevarse a la boca.
Pero los habitantes de Katangini resisten. El truco es que, aunque no llueve, al menos tienen agua porque hace unos años la ong Manos Unidas financió un proyecto de distribución a través de varios puestos que se desparraman por el lugar. Un pozo alimenta grandes depósitos instalados en un alto. Y, desde ahí, la gravedad lleva el agua a través de cientos de metros de tuberías hasta los grifos. Cada mañana el ajetreo de los bidones amarillos es el mismo y todos los vecinos pagan una pequeña cantidad para poder mantener la instalación.
El sistema funciona…a prueba de elefantes porque hace unos meses, con esto de la sequía, vino uno que estaba seco y con dos trompazos mandó un tanque de 24.000 litros al suelo. No me gustaría a mí, que siempre llevo mi botellita en la mochila, encontrarme con un elefante sediento por los senderos resecos del lugar
Jacinta me cuenta que antes dedicaba cuatro horas diarias a ir a por agua para su casa. Por eso me he empeñado en ir a charlar con una vecina de la zona, porque en esto de la mejora del acceso al agua son ellas, las mujeres, las que han ganado en calidad –y cantidad- de vida. Y los niños, aunque no sepan lo que es la lluvia, tienen menos enfermedades gastrointestinales. Dicho de otra forma: no se mueren a puñados por las diarreas que las criaturas pillaban antes de tener agua a diario. Y en el cole ya funcionan las letrinas y pueden regar un poco el suelo de arena de las aulas que antes eran una nube de polvo que apenas dejaba ver la pizarra.
En fin, que todo son ventajas. Cosa que ya sabemos -en teoría- quienes cada mañana abrimos un grifo sin darle mucha importancia a lo que pasa a continuación.