En memoria de Enriqueta
viernes 13.jul.2018 por Ricardo Olmedo 0 Comentarios
Estoy convencido que pasa en más ocasiones. Pero casi nunca lo sabemos: que se emita el reportaje y alguno de nuestros protagonistas haya muerto en ese tiempo que transcurre desde que lo hemos grabado hasta la fecha de emisión. Hoy es uno de esos escasos días en que lo hemos sabido.
Me acaba de llamar Manuela Zdanovich, una misionera argentina que trabaja en Chokwe, Mozambique. Nos fuimos con ella a visitar en su casa a Enriqueta, una de las diez mil personas con sida y/o tuberculosis a la que hacen un seguimiento de su situación. Me impresionó lo que vi y lo escribí en el blog del programa: “mientras cae la tarde sobre este barrio de Chokwe y el sol se anaranja para la foto del turista, las verdades van saliendo a borbotones, como parece que se le va la vida a Enriqueta mientras me mira, ojos brillantes, sonrisa clara, atardecer amargo”.
Eso escribí, maldita sea, aquella noche. Y lo vuelvo a releer con un triste escalofrío mientras pienso en Michel, Sifisio y Wilson, los hijos de Enriqueta. Niños sin padre, de los que nunca tuvieron infancia si entendemos por “infancia” ese algodonoso tiempo feliz de cuidados, juegos, afectos y alegría.
Todos tenemos datos (contagio, prevalencia, huérfanos, mortalidad…) Yo, además, tengo nombres. Y rostros. Y miradas que vienen desde el pasado y se me clavan, haciéndome las grandes preguntas, los pocos interrogantes que nos machacan, maldita sea, sabiendo que no tenemos respuestas.
Aquel día en Chokwe yo escuchaba pasmado a la hermana Manuela pensando qué bien me iba a quedar la entrevista: me contaba lo duro que le resultaba tener que cerrar los ojos a cuatro o cinco muertos cada día. Pero seguía adelante, con una rocosa convicción interior y una fe hormigonada. Y ahora que, en la distancia, me cuenta lo de Enriqueta, me tiemblan los dedos en el teclado y no encuentro las palabras bajo las turbias aguas de la tristeza.
Decía al principio que estoy convencido que pasa en más ocasiones: algunos de nuestros protagonistas no están vivos cuando salen en la tele. Normal. Si voy a contar las hambrunas del Turkana, las penurias y abusos de los niños de la calle, la oculta lepra del norte de la India, la vida loca de los mareros de El Salvador, la arriesgada defensa de los derechos humanos en Centroamérica, la extinción programada de bosques y nativos brasileños o la pandemia del sida en el sur de África… lo normal es que pase lo que ha sucedido.
El reportaje se emite el domingo y se titula "La larga sombra del sida". Pues eso, que nadie piense que lo que ve en la tele que yo hago es un cuento. Aquí no hay teatro ni trampa ni cartón. Aquí no se trata de entretener. Aquí se trata de contar lo que hay. Aquí se muere la gente de verdad. Aquí hay otros que están junto a los que se mueren dejándose también la vida. Lo sé porque lo he visto... y porque la hermana Manuela me lo acaba de contar.