Mindanao sigue sufriendo y sin ser noticia
Moro: se dice del musulmán de Mindanao. Es lo que aclara nuestro diccionario de la RAE en su sexta acepción del término. Y de moros, de la isla de Mindanao y de un español va el asunto.
Ya sé que Filipinas está lejísimos y que la noticia de 250 muertos, 10.000 viviendas destruidas y 130.000 evacuados sería un notición si pasara en Sevilla –o en Nueva York-. Pero incluso sucediendo en Mindanao, una isla más grande que un centenar largo de países, ¿no creen que debe ser noticia?
Zamboanga, la más española de las ciudades de Mindanao, donde se habla el chabacano, acaba de pasar por uno de los momentos más duros de su historia reciente. Me lo confirma Ángel Calvo, misionero claretiano, 40 años por aquellas tierras. A Ángel le conocimos en un viaje del programa y contamos el trabajo por la paz y la reconciliación que lleva a cabo desde que llegó allí, cuando la ley marcial del presidente Marcos hizo explotar la rebelión del Frente Moro de Liberación Nacional (MNLF) y se vio envuelto en una situación de conflicto, destrucción, violencia y muerte. Todo un bautismo de sangre y fuego. Con el tiempo entró en escena también el Frente Islámico de Liberación Nacional (MILF).
Después de años de violencia y negociaciones con ambos grupos, el MNLF, que nunca se ha desmovilizado y entregado las armas, se ha visto marginado por el gobierno central y por el de la región autonómica viendo cómo se llegan a acuerdos con el MILF. Hace tres semanas el frente moro entró en Zamboanga y la dura reacción del Gobierno ha provocado la enorme crisis de violencia que he contado más arriba.
Ángel Calvo puso en marcha hace años el “Peace Advocate Zamboanga”, conocido por sus iniciales: PAZ. Se trata de un grupo formado por cristianos que colaboran con musulmanes para promover una cultura de la paz. El PAZ dio lugar a otra organización: el Movimiento Interreligioso Solidario por la Paz. Se trata, en palabras del propio Ángel, de ser una invitación a todos los creyentes, desde el terreno común de la fe en Dios y el compromiso por la paz.
Durante estos días de horror y violencia, Ángel ha movido sus hilos para proponer un cese el fuego humanitario con la idea de que las partes se sienten a negociar. No pudo ser: “nos hemos sentido fracasados y con una gran frustración. La opción gubernamental ha sido la más dura porque vieron como una gran provocación el despliegue de las fuerzas del MNLF”, comenta el misionero.
Mindanao lleva décadas envuelta en una situación bélica que tiene su origen siglos atrás. Los diversos grupos étnicos que adoptaron la religión islámica antes de la llegada de los españoles nunca se sintieron sometidos al gobierno de Manila. La religión les confirió una especial unidad cultural que ha supuesto una resistencia a todo poder impuesto. Su identidad “mora” –recuperando una acepción dada por los españoles a estos habitantes de Mindanao—fue recuperada para constituir el “Bangsa Moro”, la nacionalidad mora, en contraste con el resto de los habitantes de las Filipinas.
“Ahora nos toca la curación tantas heridas abiertas, además de la rehabilitación de las relaciones sociales sobre todo de las comunidades cristiana y musulmanas”, me dice Ángel. Este aventurero de la paz también ha promovido una oenegé llamada Katilingban para sa kalambuan,- que significa “comunidad para el desarrollo”- con el objetivo de abordar la situación de cientos de familias pobres. Katilingban tiene como idea motriz de su acción el que sean las familias, a través de la organización comunitaria, las que tomen conciencia de su situación y trabajen para cambiarla. Desde España, ongs como Manos Unidas o Proclade lleva varios años apoyando los proyectos de este misionero. Ya se han levantado varias nuevas comunidades y construido cientos de casas. Es decir, ya hay muchas familias que, gracias a la organización comunitaria, han encontrado una forma digna de vivir.
Calvo ha hecho del trabajo por la paz y la reconciliación el centro de su vida misionera. Enmarcándolo en el diálogo interreligioso. Acabo con sus palabras: “una propuesta de dialogo supone conocer a fondo las raíces de la crisis económica que padece la gran mayoría de nuestros pueblos y de las injusticias que provoca un sistema que perpetua la marginación de las minorías. Las víctimas del sistema son siempre, en el fondo y en la forma, los excluidos, los sin-poder. Este debería ser el punto de encuentro de los creyentes en un dialogo sincero desde su creencia en un Dios de la vida que protege y da esperanza a las víctimas de la injusticia”.