LA 415
Algunas veces, hay noticias que se quedan tan pegadas al corazón de los periodistas, como esos caramelos de café con leche, los toffes, que te sellan las muelas y que son imposibles de quitar durante largos minutos. Algo así me ha pasado con esta historia desde que anoche la leí en algunos digitales, y hoy la he visto en el vídeo que ha hecho la compañera Loreto Fernández desde la redacción de Galicia.
La noticia es la muerte de Agapito Pazos. Y dicho así, nadie puede entender porque ha sido noticia. No es nadie famoso, ni popular, ni conocido por haber hecho algo maravilloso, ni terrible, que es en lo que la mayoría de las veces reparamos los periodistas, eso que románticamente llamamos hacernos eco de lo mejor y lo peor del ser humano.
Es más, la vida de Agapito transcurrió sin apenas hacer ruido, al menos fuera del Hospital Provincial de Pontevedra donde pasó 79 de sus 82 años. Allí, en las escaleras de lo que entonces era una casa de Beneficencia, lo dejarón por el 1928. Quizá porque quien lo engendró no tenía medios, o porque era un bebe al que la fortuna no lo había tocado ni con salud corporal, sufría de distrofia muscular, ni mental, tenía discapacidad síquica.
Así que Agapito pasó allí su infancia, se hizo hombre, maduró, envejeció y murió entre esas cuatro paredes que recorría con su silla de ruedas, mirando el mundo recortado que le mostraba la ventana de la 415, su habitación, en la que le llegaron a empadronar. Un pequeño universo que parece que le hacía feliz, aunque ni siquiera era capaz de contarlo con palabras, pero sí con una sonrisa que asomaba siempre a sus labios, como cuentan los que día a día convivían con él.
Y quizás es una historia que se nos queda grabada, porque da para imaginar cómo es una vida asi hasta que su corazón dejó ayer de latir. Porque es como un relato o un cuento. Escoged vosotros el que os sugiera. Yo me quedo con uno que refleje que murió igual que vivió, tranquilo. Que sabía que llegaba su fin, como dicen que vaticinaba a otros enfermos del hospital. Orgulloso de haber sido responsable de las llaves del botiquin y del almacen de los medicamentos como le encomendaron..... y sobre todo, quizá, con la imagen del mar grabada en su retina. Ése que vió cuando tenía 60 años, la única vez que salió del hospital porque los enfermeros lo llevaron de excursión a la playa de A Lanzada de O Grove.
Dicen en el Hospital de Pontevedra que la 415 está ya ocupada por otro paciente...no sé si el espíritu de Agapito volverá para quedarse allí, o más bien correrá por la playa de A Lanzada desafiando a las olas para caer rendido en la arena al llegar la noche, y descubriendo un mundo nuevo que en vida se le negó...Pero esto, ya sí que es, de un final de cuento.