En las tripas de la Tierra
Ocho y media de la mañana y Rafa López, el cámara de Huelva me dice que estamos ante lo que parece el vientre de una ballena. Que lo que vemos le recuerda la entrada a las entrañas de una especie de Moby Dyck gigantesca, en la que unos rugidos lejanos parecen los gases de una difícil digestión. Ante esta observación de un compañero, que también comparto, no he podido por menos que poner la palabra "tripas" en el título de este post. Pero nada más lejos de la realidad. No estamos en el mar, sino en la tierra, y lo que vemos es la entrada a una profunda mina en Almonaster La Real, Huelva. La hemos elegido porque es casi tan profunda como la chilena de Copiapó en el desierto de Atacama donde 33 mineros permanecen encerrados en lo que parece una prueba sicológica, más que física, diseñada por la mente de un realizador de realitys shows que ha enloquecido. Pero, por desgracia, es una agobiante realidad en la que cuenta, y mucho, el tiempo. En esta mina que se llama "Aguas teñidas" también se extrae cobre como en la de Chile, y grandes máquinas arrancan a pedazos el mineral. Nos hemos preguntado si en España podría pasar algo así, qué accidentes preocupan en las minas subterráneas que no son de carbón como las de Asturias y León, principalmente, donde los accidentes en la década de los 80 y 90 por la explosiones de grisú han forjado todo un protocolo de prevenciones y rescates. Nos ponemos el mono de minero, las botas con puntera de metal, el casco con la linterna, las gafas y un cinturón con un equipo de autorrescate que es como una pequeña cantimplora con aire que recuerda al regulador de buceo. Es todo obligatorio, la condición para empezar a descender por una rampa hasta los 500 metros de profundidad. La sensación es extraña. Las galerías son anchas, no son claustrofóbicas. La temperatura es de unos 25 grados pero la humedad del 95 por ciento hace que sudemos al mínimo movimiento. Sólo se oye el ruido incesante y fuerte de las máquinas, y donde no están si apagásemos la lámpara del casco reinaría la ocuridad. El conductor de Sevilla que nos ha traido hasta Huelva, y que se ha metido también, ha tenido un momento de agobio, de pánico ante un fugaz pensamiento de quedarse ahí encerrado durante días. Yo no lo pienso, no lo he querido pensar. Pero si ya intuía que el mundo de la mina es duro, ahora lo compruebo un poco más. Y eso que esta mina cumple con todos los protocolos de seguridad. Por ejemplo si tiene cuatro galerías separadas por 30 metros, en cada una de ellas hay una caseta, un refugio para 20 personas de material ignífugo y donde hay teléfonos, aparatos para sanear aire, comida y bebida para dos o tres días. Aqui, nos cuenta, uno de los técnicos de Seguridad lo que más preocupan son los incendios provocados por ejemplo por un posible cortocircuito de las máquinas. Sobre los derrumbes dicen que es raro que ocurran porque trabajan rellenando y alicatando cada hueco que dejan las máquinas, y que en ningún caso pasaría lo de Chile porque, a diferencia de la mina de Copiapó, tienen dos rampas de entrada o salida, y cuatro pozos de ventilación que en caso de ser necesarios se podrían utilizar si le colocasen una escalera provisional de cuerda por ejemplo. Además, a los lugares susceptibles de derrumbe o de desprendimientos sólo llegan las máquinas dirigidas por control remoto. Pero los derrumbes no son extraños. Hace unos días se produjo uno en otra mina de cobre también en Andalucía. Afortunadamente no había nadie dentro porque fue después de evacuar para una voladura controlada. Sólo estamos dos horas dentro pero cuando salimos da la sensación de que la luz del sol nos molesta. Los trabajadores se quedan en el tajo. La mina no para en las 24 horas, día y noche se araña la tierra...Aquí se sacó el año pasado más de un millón y medio de toneladas de mineral, pero quieren superar los dos millones. Y parece, por lo que dicen los gerentes y jefes de explotación, que de momento la tierra, la mina no llora, como ha pasado en Copiapó, como ya contaron a sus familias agunos de los mineros atrapados, avisando, quizá, de un mal presagio. Esperemos que no se les haga más largo el tiempo de poder ver de nuevo sus caras. Ánimo