¿Qué es el amor? Sabemos qué sentimos cuando lo sentimos: el pensamiento obsesivo, la sonrisa floja, las mariposas en el estómago, el andar aéreo. Pero ¿eso qué significa, en términos biológicos? Los humanos formamos parejas estables, más o menos, a largo plazo, a diferencia de cómo resuelven sus problemas reproductivos otras especies, y esto nos coloca en un selecto club de animales que establecen lazos de pareja permanentes, lo que supone cambios en el cerebro: no piensa igual una cabeza enamorada que una que no conoce el amor. Para estudiar estos cambios los científicos analizan lo que ocurre en el cerebro de los topillos, otra de esas especies que forman parejas de por vida, para comprender qué cambios en la química cerebral producen esta tendencia; de qué manera son diferentes los cerebros de los topillos emparejados de los que no lo están. En los topillos se denomina al fenómeno ‘lazo de pareja’ y cuando se establece afecta al modo como tratan a su pareja; en un estudio reciente colocaron electrodos en la parte frontal del cerebro de hembras de topillo, en concreto en el córtex prefrontal donde reside la capacidad de decisión y en el Núcleo Accumbens, relacionado con la sensación de placer en los mamíferos. Cuando estas hembras se abrazaban con sus machos se detectaban señales oscilantes enviadas desde el córtex prefrontal al núcleo accumbens: en la práctica el cerebro se enseñaba a sí mismo a sentir placer en presencia de la pareja escogida. Para comprobar la hipótesis los científicos usaron la optogenética, una técnica que permite introducir genes y activarlos a voluntad por medio de luz; así imitaron estas señales en topillos hembra ariscas, con lo que inmediatamente se pusieron a achucharse con los machos: en la práctica activaron el amor de los topillos con luz. Por supuesto nuestro enamoramiento no es igual que el lazo de pareja de los topillos, pero los mecanismos neuronales subyacentes son, con toda probabilidad, los mismos, como se ha comprobado con estudios de resonancia magnética funcional: las regiones del cerebro son las mismas. El amor de los topillos nos ayuda a entender el nuestro.
Tanatotranscriptoma: genes que se activan tras la muerte
¿Qué ocurre cuando un organismo muere? ¿Qué pasa dentro de sus células cuando el sistema ya no funciona, el corazón no late y el cerebro se inactiva pero la descomposición no ha comenzado aún? Un equipo ha estudiado el perfil transcripcional de miles de genes en dos especies de vertebrados, el pez cebra y el ratón, antes y después de la muerte del organismo, y ha descubierto que al menos 1.036 genes se activan después del fallecimiento: genes relacionados con el estrés, la inflamación, la inmunidad, el cáncer (la regulación del crecimiento celular) o la apoptosis (el suicidio de las células) son más activos cuando el individuo del que forman parte ha muerto. Es más: algunos se activan al poco tiempo de la muerte, pero otros entran en funcionamiento incluso 24 o 48 horas más tarde. Antes de que las células empiecen a digerirse a sí mismas, el proceso por el que dejamos reposar la carne para que esté más tierna, hay genes que se ponen en marcha activados por señales internas que no comprendemos aún. Pero comprenderlas es importante para cuestiones como los trasplantes de órganos, o para entender el control del sistema genético en general. Y va incluso más allá: en el caso de frutas o verduras el cómo se almacenan puede modificar este perfil de transcripción genética una vez que están cortadas, lo que altera su conservación y sabor: por eso no hay que guardar los tomates en la nevera, ya que el frío activa genes que hacen que pierdan sabor. Porque la muerte acaba con muchas cosas, pero no con la actividad genética. Al menos durante un tiempo.
Charles Proteus Steinmetz, el Hechicero de Schenectady
Nació en 1865 en una ciudad entonces alemana y hoy polaca con el nombre de Carl Augustus Rudolph Steinmetz, y su brillantez en las matemática y la física lo convirtió en una estrella en su universidad, pero su actividad política (era socialista militante) le forzó a huir a los EE UU en 1888. Allí comenzó a trabajar para una compañía eléctrica en Nueva York con tal éxito que a los pocos años nada menos que Thomas Edison adquirió la empresa sólo para hacerse con sus servicios. Descubrió la Ley de la Histéresis o Ley de Steinmetz, y su habilidad era tal que llegó a montar un laboratorio en la ciudad de Schenectady donde se dedicaba a sus experimentos y a donde peregrinaban científicos y tecnólogos (Einstein y Tesla eran sus amigos) para hablar con él y para someter problemas a su consideración. Se contaba como anécdota que General Electric le contrató para reparar un problema en un generador, y Steinmetz estuvo varios días haciendo cálculos hasta que se subió a una escalera y marcó un punto de la carcasa con tiza, diciendo: aquí hay varias bobinas defectuosas. Una vez reemplazadas el generador funcionó a la perfección, y él presentó una factura por 10.000 dólares que Edison protestó, a lo que respondió con su desglose: marca de tiza, 1 dólar, saber dónde ponerla, 9.999 dólares. Excéntrico, se cambió legalmente el nombre por Charles Proteus y llevó una complicada vida familiar en su mansión de Schenectady. Y todo ello padeciendo desde su nacimiento de cifosis, una deformación de la espalda de carácter genético que había heredado de su padre y abuelo. A pesar de su minusvalía se convirtió en uno de los personajes públicos más conocidos de principios de siglo, por su talento y su capacidad. Murió, respetado como el gran ingeniero que era, en 1923.