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La ciencia y la culpa de Mouttet

    martes 23.oct.2012    por Pepe Cervera    1 Comentarios

En los primeros días de mayo de 1902 el gobernador del territorio francés de Martinica, Louis Mouttet, tenía un problema. Tras una larga y distinguida carrera en el servicio colonial (y a pesar de sus radicales ideas socialistas de juventud) Mouttet había alcanzado la cúspide de su profesión, y desde Fort-de-France, la capital de la isla de Martinica, controlaba la colonia. Pero al norte la ciudad de Saint Pierre estaba inquieta: desde un par de años antes el Monte Pelée, un volcán cercano a la población, daba señales crecientes de actividad. Con 30.000 habitantes Saint Pierre era un centro comercial y un activo puerto; sus ciudadanos y prensa, preocupados, se preguntaban si las cada vez más frecuentes e intensas explosiones y humaredas podían suponer un problema. ¿Era quizá el momento de evacuar la ciudad? Mouttet tomó la iniciativa: dejando a sus hijos en la capital se embarcó con su esposa rumbo a la ciudad amenazada. En cuanto llegó, el 6 de mayo de 1902, se reunió con los componentes de una comisión científica que había organizado previamente reuniendo a todos los sabios de los que pudo echar mano: dos profesores de ciencias naturales del liceo, un farmacéutico, un teniente coronel de artillería, un ingeniero… Bajo su dirección, el 7 de mayo la comisión decidió que no había peligro ninguno en la creciente erupción. El análisis iba a hacerse público en la mañana del día 8 de mayo de 1902.

LouisMouttet
A las 8:02 del 8 de mayo de 1902 el Monte Pelée explotó, enviando una nube de gases, vapor y ceniza a más de 1.000 grados de temperatura hacia Saint Pierre a una velocidad de cientos de kilómetros por hora. Ni Louis Mouttet, ni su esposa, ni los miembros de la comisión científica estaban entre el escaso puñado de supervivientes de la catástrofe. La ciudad entera quedó arrasada, y sus más de 30.000 habitantes perecieron. Desde entonces, y tradicionalmente, se echó buena parte de la culpa a Louis Mouttet, al que se acusaba de haberse negado a evacuar la ciudad por razones políticas para favorecer su propia carrera, y económicas, para evitar perjudicar al comercio.

La comisión de Mouttet tenía sin embargo sus razones para pensar que la erupción del Pelée era inofensiva para Saint Pierre. El volcán solo había dado señales de actividad en 1792 (apenas sin testigos) y en 1851-52, y siempre con un tipo de erupción (freática) relativamente inofensivo. Una comisión de estudio había concluido tras la erupción de 1851-52 que el Monte Pelée era un volcán de lodo pintoresco y nada peligroso. Además, otros volcanes de la zona estaban en erupción en aquel momento, lo que se consideraba ayudaba a aliviar la presión interior y hacía menos probable una explosión. La vulcanología como ciencia no existía (de hecho se desarrolló como disciplina propia a partir de este suceso) y el tipo de erupción que arrasó Saint Pierre es conocido hoy como ‘Peleano’, lo que demuestra que era una categoría desconocida entonces para la ciencia (aunque Pompeya ya había sido arrasada por una erupción peleana el año 79). El gobernador Mouttet demostró con su presencia, y con su muerte, que su confianza en sus expertos no era fingida ni de cara a la opinión pública. Su decisión fue tomada con los mejores datos y análisis disponibles en aquel momento. Su culpa hoy se considera fue motivada por razones políticas, para tener un chivo expiatorio, que además estaba muerto. La administración francesa carecía de los conocimientos, y de la capacidad, para evacuar Saint Pierre.

Por algo muy similar acaban de condenar a seis años de cárcel por homicidio a cinco sismólogos y un funcionario de protección civil en Italia. Por ser incapaces de predecir el momento y la intensidad del terremoto que el 6 de abril de 1009 destruyó la villa de L’Aquila y mató a más de 300 personas. La clave de la condena: el lenguaje tranquilizador del comunicado que publicó el 31 de marzo la Comisión Nacional de Predicción y Prevención de Grandes Riesgos, que formaban estos científicos y funcionarios, sobre los numerosos sismos de baja intensidad que habían azotado la región en aquellas fechas. Sismos que, según la acusación, hubieran debido provocar una alerta de la comisión, dado que el pueblo había sido arrasado por grandes terremotos en 1349, 1461 y 1703.

Con el debido respeto a las decisiones judiciales, la sentencia es injusta, y además peligrosa. Injusta, porque la predicción de terremotos no es una ciencia exacta; la región de Italia central presenta constantes sismos de baja intensidad, ya que la península itálica está en una zona de actividad tectónica. Si se evacuasen los pueblos y ciudades cada vez que hay pequeños terremotos nadie podría vivir allí. El truco consiste en evaluar cuándo los movimientos sísmicos leves son el preludio de un gran movimiento, y eso es lo que la ciencia no sabe hacer con certeza. Los antecedentes indican periodos irregulares de más de un siglo entre grandes sismos en L’Aquila. No hay descuido en la vigilancia, puesto que no hay métodos fiables para separar los antecedentes de un gran terremoto del ruido constante de ligeros reajustes común en la zona. La ignorancia es de toda la especie humana, no de esos científicos en particular. Culparles a ellos es así injusto.

Pero además es peligroso, porque puede estrangular el libre flujo de información científica. Nadie querrá correr el riesgo de publicar resultados preliminares si resulta que le pueden encarcelar si se equivoca. Cualquier sismólogo se lo pensará muy mucho antes de trabajar en métodos o desarrollos de predicción de terremotos, si un fallo puede dar con sus huesos en chirona. La ley, en demasiadas ocasiones, no comprende la ciencia, sus mecanismos y sus carencias. La política, demasiado a menudo, busca chivos expiatorios para cubrir las carencias de los gobiernos. Culpar a Louis Mouttet por tomar una decisión equivocada de acuerdo al mejor conocimiento científico del momento fue injusto. La decisión del juez italiano respecto a los miembros de la comisión es incluso peor.

Pepe Cervera   23.oct.2012 10:30    

1 Comentarios

Gran artículo, Pepe, señalando un dilema que fue letal para muchos (300 en L'Aguila, 30.000 en Saint Pierre y otros más en otros lugares y tiempos). Y un dilema que será vital, potencialmente, para futuros casos, ya que la historia se repite o se repetirá en temas sismológicos). Ciencia, política, justicia y habitantes o pobladores. Pudiera parecer 4 partes, pero la política y la justicia tienen mucho de ciencia (o al menos así se anuncia en sus respectivas academias). En definitiva no es fácil ponerse en la piel de las partes. Pero si yo fuera sismólogo con responsabilidad ante tranquilizar o alarmar a un población ante un posible terremoto o explosión volcánica, recurriría al lenguaje del oráculo de Delfos, pronunciando frases que se puedan entender como tranquilizadoras o como alarmantes, según se lea. Sé que suena casi a risa, pero si me falta conocimiento porque la ciencia aún no ha evolucionado lo suficiente en estos temas y soy responsable de pronunciar un dictamen científico, ¿qué otra cosa mejor puedo hacer?.
Saludos.
;-)

martes 23 oct 2012, 15:05

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Pepe Cervera

Bio Retiario

Pepe Cervera es periodista, biólogo y, entre muchas otras cosas, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. Colabora con diversos medios y es un apasionado de Internet.
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