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La cofia de abogados y marineros

    miércoles 18.sep.2013    por Pepe Cervera    0 Comentarios

Los humanos no hemos dominado el planeta Tierra gracias a nuestras garras o nuestros colmillos, sino por un órgano que tenemos entre las orejas: el cerebro. Originalmente un procesador relativamente simple para que los animales pudieran predecir cuándo el entorno se volvía peligroso y huir, el nuestro acabó convertido en una verdadera máquina de establecer correlaciones. A nuestro cerebro le encanta resolver enigmas, es decir, nos recompensa con un chute de placer cuando establecemos relaciones entre causas y efectos. Es el efecto ¡Ahá!, la razón por la que adoramos resolver rompecabezas y que nos cuenten historias. Y es razonable que la evolución lo respalde: cuanto más conozcamos las relaciones causa-efecto a nuestro alrededor mejor podremos entender, y por tanto manipular, el entorno, y mejor nos irá en la vida (dejaremos más descendientes). Lo malo es que muchas veces el cerebro no tiene manera de distinguir cuándo ha comprendido una verdadera relación causa-efecto y cuándo simplemente ha presenciado una correlación; algo casual pero carente de sentido. Éste es el origen de las supersticiones; esas correlaciones espurias que mucha gente está convencido de que son reales. Si pasas por debajo de una escalera, o se te cruza un gato negro, tendrás mala suerte; si encuentras un trébol de cuatro hojas la tendrás buena... Quizá una vez le sucedió a una persona, que lo contó, y desde entonces esa causa y ese efecto están firmemente unidos en la mente de muchas personas. La mayoría de las supersticiones son algo absurdas. Pero las hay que se llevan la palma, como la de la toca del abogado. Porque durante dos milenios los abogados han estado dispuestos a pagar fortunas por un pedazo de membrana de la placenta en la creencia de que su posesión mejoraría su capacidad de convencer a un tribunal, y los marineros porque pensaban que impedía ahogarse. En algunos rincones del mundo aún se piensa que esa membrana es especial.

En inglés se llama 'Caul', pero la palabra proviene del latín (caput galeatum, cabeza con casco) y se traduciría al español por cofia o placenta. Se trata de un accidente de la naturaleza, algo que ocurre de modo natural en un (muy reducido) número de los miles de partos que tienen lugar cada día. En uno de cada 80.000 sucede que el bebé nace con parte de la membrana que forma el saco amniótico adherida a la cabeza; en algunos casos también a la cara, y muy de vez en cuando cubriendo todo el cuerpo, como una burbuja. Cuando la membrana recubre la cabeza como un gorro se consideraba que el fenómeno era una profecía de futura grandeza, puesto que el niño nacía tocado, cubierto con un gorro natural. De modo que en la antigüedad se decía que traía suerte; todo tipo de grandes y famosos personajes habían nacido con esta anomalía, desde Julio César (por supuesto) a toda una serie de emperadores romanos. Uno de ellos, Diadumeniano, se dice que recibió este nombre porque nació coronado con una diadema, probablemente un resto de toca en forma de banda en su cabeza. En este caso la suerte no le fue muy propicia, pues murió a los 10 años de edad tras reinar (?) menos de un año.

Pero la leyenda de la suerte que traía esta anomalía anatómica resistió los siglos y las pruebas de su fragilidad lógica. Las madres que tenían un niño con esta característica recibían la membrana, cuidadosamente retirada de la cabeza del niño, para conservarla como un preciado tesoro. Los marineros pagaban fortunas por una de ellas, igual que los abogados. Y se vendían, incluso hasta bien entrado el siglo XIX, como queda constancia en alguna novela de Charles Dickens. En refranes polacos y rusos se asocia con la gente de suerte, y en Cuba al parecer sigue siendo considerado un augurio muy positivo. Los humanos, cuando se nos considera como especie, somos unos animales extremadamente extraños.

Pepe Cervera   18.sep.2013 08:30    

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Pepe Cervera

Bio Retiario

Pepe Cervera es periodista, biólogo y, entre muchas otras cosas, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. Colabora con diversos medios y es un apasionado de Internet.
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