Compleja y oscura góndola
miércoles 15.oct.2014 por Pepe Cervera 0 Comentarios
Como tantas otras cosas que se han convertido en símbolos de una ciudad, la góndola veneciana no surgió de la estética, sino de la necesidad. Desde su fundación en el siglo V por refugiados que huían de las invasiones bárbaras de la Península Italiana la ciudad de Venecia se ha caracterizado por vivir en el agua, y del agua. Las condiciones de la laguna donde se haya la ciudad no son sin embargo propicias para la navegación a vela dentro de la ciudad, de modo que a lo largo de los siglos se fue creando un tipo particular de embarcación a remo especialmente adaptada a funcionar como taxis, y vehículos privados, en una ciudad con canales por calles. El resultado de esta evolución, y de ciertos escandalosos hechos de su pasado, es la actual e icónica góndola, convertida en emblema de la ciudad y exprimidor de turistas. La sombría elegancia de ataúd de esta barca tan particular ejerce una especial fascinación, y ha creado su propia mitología. La historia, sin embargo, es mucho más oscura.
Hoy las góndolas tienen exactamente 280 piezas de 8 maderas diferentes (caoba, roble, castaño, cerezo, olmo, abeto, alerce y tilo) y son cuidadosamente asimétricas para facilitar su manejo por un único gondolero que maneja un remo (NO una pértiga: no toca el fondo) a través una compleja pieza llamada forcola, una horquilla de nogal de especial forma para que pueda realizar las maniobras. En la actualidad, y se dice que desde el siglo XVI y por vía de legislación, las góndolas son idénticas: de un negro funeral, descubiertas y con los adornos y herrajes severamente limitados en cuanto a estética. Pero no siempre fue así: de hecho la uniformidad se adoptó como un intento del gobierno de la República Serenísima de Venecia por controlar los excesos de sus habitantes. Excesos en lujo, y en desvergüenza, puesto que los venecianos derrochaban ingentes cantidades en góndolas ‘tuneadas’ y decoradas en exceso. Y además las usaban como casas de citas.
En el siglo XVIII se calcula que había activas en Venecia más de 10.000 góndolas, muchas de las cuales contaban con un elemento hoy ausente: una especie de habitáculo conocido como Frunze, que se podía cubrir con un paño espeso, con lo que se disponía de una discreta cabaña flotante. Pronto las góndolas así pertrechadas se convirtieron en el lugar favorito para los amantes, a salvo de ojos indiscretos y alejados de las casas y del mundanal ruido. Los frunzes comenzaron a decorarse como hogares, con espejos, cuadros y tapices, y los libertinos hicieron de las góndolas su retiro favorito. El mítico Giacomo Casanova las usaba con frecuencia, aunque también gustaba de gastar pesadas bromas a los gondoleros, como desamarrar sus barcas en la madrugada. Los hoy también mitificados especialistas del remo tenían también bastante mala fama y eran considerados pendencieros, jugadores y (debido sin duda a sus conocimientos secretos) chantajistas. En el siglo XIX todavía Lord Byron usaba góndolas así equipadas como su lugar predilecto donde dormir cuando sus juergas provocaban que su esposa le echara del palazzo que ocupaba. Hoy han quedado reducidas a reclamo turístico y quedan apenas un centenar, reemplazadas en la tarea del transporte ciudadano por los vaporettos y las lanchas privadas. Su licencioso pasado y su compleja tecnología no se han olvidado, sin embargo.