Paseo por el amor y la muerte
miércoles 29.abr.2015 por Pepe Cervera 0 Comentarios
Es una metáfora vieja como el mundo decirle a la persona querida que sin ella uno muere; que el otro es la razón misma que mantiene nuestra vida en marcha. Supone darle tanta fuerza a nuestro cariño que lo designamos como el motor de nuestra existencia; es poner en manos de la persona amada lo más valioso que tenemos, nuestra vida. Es una exageración tan usada y abusada, tan romántica y bobalicona que pocas veces se oye en el mundo real de hoy. Y sin embargo las conexiones de nuestro corazón y nuestro cerebro, de nuestro cuerpo y de nuestra mente, son tan intensas y estrechas que la frase ‘morir de amor’ describe una realidad tangible y letal. Se puede morir de amor, y se muere, todos los días. Quizá aún más impresionante es que se puede vivir de amor, y se vive, también todos los días. No es una exageración ni una anécdota. Y tiene explicación, e incluso terminología: Síndrome del Corazón Roto, miocardiopatía inducida por estrés, o de Takotsubo. Cuando el ser querido nos deja atrás nuestro corazón se rompe y podemos llegar a morir, de amor o de desamor.
El fenómeno se produce por una súbita descarga en el corazón de hormonas del estrés como la epinefrina (adrenalina) y norepinefrina a causa de una situación traumática. Estas hormonas forman parte de la respuesta normal del cuerpo ante una situación de peligro. Pero en determinados casos pueden provocar que los músculos del corazón se debiliten, lo cual hace que el latido se vuelva errático; el ventrículo izquierdo del corazón, encargado de impulsar la sangre hacia la aorta y la mayor parte del cuerpo, se deforma. En las ecografías o los rayos X la forma del corazón está alterada, y recuerda la de un tipo de trampas japonesas para pulpos (tako tsubo); fue en Japón donde se definió por primera vez la enfermedad. Los síntomas recuerdan a los de un infarto, pero no hay obstrucción de vasos coronarios ni se daña el miocardio, aunque si no hay tratamiento la persona puede morir por insuficiencia cardiaca aguda. Si se trata adecuadamente, el ‘corazón roto’ puede superarse sin dejar secuelas. Su mera existencia destaca la íntima conexión que existe entre cuerpo y mente: el desencadenante del problema cardiaco es nuestro conocimiento de que hemos perdido (o algo le ha ocurrido) a una persona querida. La mera idea pone en marcha un mecanismo que nos puede matar. Que a veces lo hace.
En la literatura médica, y en las anécdotas clínicas, se conocen muchos casos de parejas que después de toda una vida juntas y estando ambos enfermos en un asilo u hospital mueren con pocas horas de diferencia; a veces de forma casi simultánea. Es como si ambas personas esperasen para dejarse morir saber que la otra ya ha dejado este mundo; como si la partida de la persona amada diese permiso al fin para morir a su pareja. Pero también al revés: en ocasiones una persona muy enferma no muere y resiste mucho más allá de lo que los médicos hubiesen pensado, como si estuviese rechazando el momento final para no ser el primero en partir. Sabemos que ‘datos’ no es el plural de ‘anécdota’, pero las estadísticas refuerzan estas percepciones.
Según un estudio británico de 30.000 supervivientes el riesgo de ataque cardiaco o ictus cerebral durante el mes siguiente al fallecimiento de su pareja era el doble del normal. Un metaanálisis de 15 estudios con más de 2 millones de historias clínicas estimaba que quien pierde a su esposo o esposa tiene un 41% más de probabilidades de morir en menos de 6 meses; y el porcentaje no era muy diferente en parejas menores o mayores de 65 años. Un análisis británico indica que la mortalidad de madres que pierden a sus hijos es un 133% superior a la de su grupo de edad en los dos años siguientes. El corazón no es el único órgano que se ve afectado por la pérdida de un ser querido; el sistema inmunitario se debilita, lo que empeora la salud en general. Amar nos hace bien, pero la pérdida del amor nos hace daño físico real, y nos puede incluso matar. Somos mucho más románticos de lo que pensamos, y mucho más una unidad y no un cuerpo y un alma separados.
Titular descaradamente tomado en préstamo de la versión española de la película de John Huston de 1969.