Cuando todos los billetes de un país suman una milésima de centavo
viernes 30.oct.2015 por Pepe Cervera 0 Comentarios
Todos hemos oído hablar de la hiperinflación alemana de los últimos años de la década de 1920, y de cómo esta espantosa experiencia de privación y ruina allanó el camino al ascenso de Hitler y el partido nazi. Los malos tiempos de la economía argentina también tuvieron épocas de inflación desbocada en las que la práctica habitual era cobrar todos los días y nada más recibir el dinero correr a comprar algo, lo que fuera, porque al final del día ese dinero valdría mucho menos. La situación en la actual Zimbabue es similar. Pero la peor inflación de la historia conocida no es ninguna de éstas, sino la que se produjo en Hungría tras acabar la Segunda Guerra Mundial. Su resultado fue la impresión y uso cotidiano de billetes de 100 billones (con ‘b’) de pengős (ver debajo), la moneda húngara del momento, que llegaron a ser inservibles por valer en la práctica cero. Hasta tal punto que cuando el 1 de agosto de 1946 se introdujo para atajar el problema una nueva moneda, el forinto, se calculó que la suma de todos los billetes en circulación en todo el país valían al cambio una milésima de centavo de dólar, o una milésima de forinto. No es extraño que la gente se deshiciera de los inservibles billetes arrojándolos a las calles como confeti.
Decisiones tomadas en los últimos meses de la guerra por el gobierno, aliado entonces de los nazis y en plena derrota, iniciaron el proceso, que se descontroló durante la ocupación soviética hasta acabar en un resultado grotesco; el baile de ceros hace difícil comprender la magnitud del fenómeno. El catastrófico crecimiento de los precios acabó provocando la impresión de billetes con mayores y mayores denominaciones, culminando en el de 100 billones de pengős. En enero de 1946 se introdujo a fines contables una nueva unidad, el adópengő (pengő fiscal) que acabó cambiándose a uno por mil trillones de pengős; a partir de julio el desmadre era de tal calibre que el adópengő se aceptó como moneda de curso legal con el fin de quitar ceros a las transacciones. La solución pasaba por crear una nueva moneda, el forinto, que se introdujo a un cambio de 1 forinto por cada 400.000.000.000.000.000.000.000.000.000 pengős; es decir, una tasa de uno a cuatrocientos mil cuatrillones. Dado que el cambio del forinto respecto al oro se fijó en 13,21 forintos por gramo de oro es posible calcular el valor representado por todo el papel moneda en circulación en Hungría en aquel momento denominado en pengős, que suma la extravagante cantidad de una milésima de centavo estadounidense de la época. Esto es una inflación, y todo lo demás, tonterías.