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El acento en el cerebro

    miércoles 2.mar.2016    por Pepe Cervera    0 Comentarios

Los humanos, como muchos de nuestros parientes primates, somos una especie jerárquica y xenófoba. ¿Suena duro? En cuanto conocemos a otra persona instantáneamente evaluamos por su aspecto y disposición si pertenece a nuestro grupo o no, y cuál es su situación en la jerarquía social. Los mecanismos que utilizamos o que somos capaces de desarrollar para efectuar esta implacable y automática clasificación son infinitos: desde el color de la piel al corte de pelo, los detalles de las facciones y por supuesto el modo de vestir y los innumerables detalles que lo acompañan sirven como significantes de procedencia y clase social. Entre los más sutiles diferenciadores de orígenes y estátus hay uno asociado con esa característica que consideramos tan únicamente humana como es el lenguaje: porque somos capaces de marcar diferencias incluso usando una herramienta para la comunicación como es el habla. Y uno de los más extendidos e importantes mecanismos para ello es el acento, que puede llegar a ser letal. Porque no basta que la otra persona hable nuestro idioma: simplemente el modo como lo hace nos sirve para diferenciarla y categorizarla. Y todo empieza en el cerebro.

 

En las sociedades clasistas como la británica el acento es determinante para la relación social, más incluso que la apariencia o el ropaje. Pero también en sociedades como la catalana el modo de hablar el idioma común puede ser la diferencia entre ser mejor o peor tratado; más o menos considerado en situaciones sociales. Y el problema empieza en el procesamiento mismo del lenguaje. Un acento extranjero puede hacer literalmente incomprensible lo que dice otra persona: para transmitir la misma información se hace necesario pronunciar hasta un 30% más de palabras para compensar la falta de eficiencia comunicativa. En experimentos realizados por científicos en Nimega, Holanda, las afirmaciones pronunciadas por un hablante nativo sonaban más confiables y verdaderas que cuando las pronunciaba un extranjero. Los que mejor acento tenían eran considerados como más honestos y fiables, mientras que quien hablaba con fuerte acento foráneo era juzgado como no de fiar.

Y el efecto va más allá del propio juicio moral, demostrando que e trata de un problema de procesamiento cerebral. Las afirmaciones realizadas por alguien con acento extranjero se recuerdan peor que las que se escuchan con ‘buen’ acento, lo que demuestra que no es cuestión de prejuicios, sino de cableado neuronal: simplemente estamos construidos de tal modo que un acento diferente, incluso al hablar nuestro propio idioma, se percibe como de segunda categoría. Lo cual tiene consecuencias, en este mundo cada vez más globalizado y en sociedades en las que es cada vez más normal tener personas que hablan con acentos múltiples y diversos. Tendremos que esforzarnos por evitar esta trampa de nuestro procesamiento mental, por el bien de todos. O acabaremos como Estados Unidos y Gran Bretaña, dos naciones separadas por un lenguaje común. Hablado, claro, con dos acentos diferentes.

Pepe Cervera    2.mar.2016 09:03    

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Pepe Cervera

Bio Retiario

Pepe Cervera es periodista, biólogo y, entre muchas otras cosas, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. Colabora con diversos medios y es un apasionado de Internet.
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