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La sorprendente castidad de nuestros antepasados

    miércoles 9.mar.2016    por Pepe Cervera    0 Comentarios

Según un estudio publicado recientemente en la reputada revista Nature en la historia evolutiva de la Humanidad hay una considerable cantidad de intercambio de genes, naturalmente vía otro tipo de intercambios. De las varias ramas en las que están divididos nuestros ancestros hay mezcla genética entre prácticamente todas en algún momento del Pleistoceno Medio en adelante: entre los representantes más antiguos de nuestro propio grupo y los Neandertales orientales, entre éstos y los misteriosos Denisovanos (sólo conocidos por sus genes), que a su vez se cruzaron con un desconocido pariente; entre los Neandertales occidentales y los antepasados de europeos y asiáticos, que a su vez recibieron genes de los Denisovanos... El árbol de nuestra evolución en el último millón de años cada vez se parece más no ya a un arbusto muy ramificado, sino a una red: con conexiones horizontales que representan episodios de movimiento de genes entre ramas. Pudiera concluirse, como se comentó al publicarse el estudio, que lo más llamativo de estos hallazgos es el número de veces que las diferentes ramas se cruzaron entre sí. Pero lo cierto es que pensándolo un poco lo verdaderamente sorprendente es el escaso alcance de estos flujos genéticos, revelados porque se trata de episodios o incluso eventos aislados y muy poco numerosos a lo largo de un enorme tiempo de coexistencia. Teniendo en cuenta que los humanos, en todas sus variantes (al menos actuales) somos seres intensamente sexuales que hubiese tan poca mezcla nos está indicando que las barreras de separación entre los diferentes grupos de humanos fueron muy eficaces.  Interbreeding

En efecto, basta con atender 5 minutos a la publicidad en cualquier formato para darse cuenta de que el sexo nos rodea. Somos una especie muy dada a la práctica de la coyunda, y no es probable que las ramas hoy extintas de nuestros antepasados fueran muy diferentes, dado que nuestros parientes vivos más cercanos también son intensamente sexuales. Con toda probabilidad Neandertales, Denisovamos, nuestros más antiguos antepasados e incluso los misteriosos homininos que sólo conocemos por sus efectos en el genoma denisovano fueran tan dados a las experiencias sensuales como nosotros mismos. Y sabemos que los humanos actuales son capaces de practicar el sexo solos o acompañados de casi cualquier objeto, animado o inanimado; las anécdotas sobre situaciones MUY extremas de este tipo de casos abundan, y basta con repasar una lista de sinónimos del acto sexual para confirmar que a la hora del coito hay pocos límites. Y sin embargo lo que los datos nos indican es que a lo largo de un millón de años de evolución en el continente eurasiático los episodios de expansión carnal entre grupos fueron tan escasos como para contarse con los dedos de las manos.

Si consideramos que una generación son 20 años de vida estamos hablando de 45.000 generaciones de diversas ramas de humanidad que se mantuvieron en general fieles a su propio grupo de origen a la hora de practicar la coyunda, lo cual es verdaderamente sorprendente y en términos biológicos nos dice que las barreras de separación entre los distintos grupos tenían que ser muy estrictas. Las barreras geográficas sin duda jugaron un importante papel: todas las ramas de la humanidad sumaban por aquel entonces muy pocos ejemplares reunidos en grupos pequeños que vagaban por grandes extensiones, y Eurasia es muy grande. Es posible que simplemente no se encontraran entre sí más que como excepción, aunque en las estepas de Siberia los impedimentos al vagabundeo son muy escasos (y precisamente en esa zona parece haber mayor grado de intercambio genético). La escasa aportación de genes provenientes de los otros grupos en nuestro actual genoma sin embargo sugiere que las barreras de tipo etológico debían ser muy estrictas: en otras palabras, que en general los grupos diferentes debían encontrarse entre sí como regla general muy poco atractivos, incluso repugnantes. De no ser así compartiríamos muchos más genes sin ninguna duda, porque la mezcla habría sido mucho más vigorosa y animada, sobre todo en aquellos periodos tan fríos del Pleistoceno en los que arrimarse a quien fuera habría sido bienvenido. Una castidad sorprendente, y un curioso problema de separación de grupos en el que es interesante pensar.

Pepe Cervera    9.mar.2016 08:57    

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Pepe Cervera

Bio Retiario

Pepe Cervera es periodista, biólogo y, entre muchas otras cosas, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos. Colabora con diversos medios y es un apasionado de Internet.
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