El letal refuerzo entre guerra y religión
viernes 15.abr.2016 por Pepe Cervera 0 Comentarios
La violencia masiva y desaforada hace que la gente se eche en brazos de la religión buscando ayuda y consuelo. Y no importa cuál sea el origen de la violencia y la guerra: allá donde la muerte campa más gente considera que su religión, sea la que sea, es importante para ellos, su presente y su futuro. A la viceversa, es sabido que las regiones donde la religiosidad es intensa tienden a ser particularmente proclives al estallido de violencias, e incluso de guerras. De este modo es fácil que se establezca un círculo mortífero por el cual la guerra tienda a engendrar religión, que a su vez tienda a provocar guerras y muertes en un ciclo sin fin y sin esperanza. No se trata de percepciones o de estimaciones a ojo: se trata de análisis que demuestran que el sentimiento y la práctica de la religión (cualquiera que esta sea) aumentan en las regiones en guerra, lo que nos confirman esta inquietante posibilidad. Porque donde hay más guerra tiende a haber más religión, incluso cuando el origen de la violencia organizada no es religioso. El miedo y la desesperación son productos de la guerra, y actúan como refuerzos de las ideas religiosas. Ambos fenómenos se refuerzan y avivan mutuamente.
¿Y cómo sorprendernos, si sabemos que en el pasado hubo hasta hombres de religión e iglesia que tomaron las armas? En Europa Occidental, eso sí, cumplían rigurosamente las prescripciones de su religión, que les imponía no derramar sangre, de modo que empleaban en combate martillos de guerra para matar a sus enemigos, sin verter una gota. No sólo el Obispo Absalón de Dinamarca dirigió personalmente a sus guerreros en combate contra los paganos: la violencia organizada y la religión organizada siempre han estado entrecruzadas, y hasta las guerras más modernas acaban por usar la imagen de la guerra santa o contra el infiel como mecanismo de cohesión social ante la amenaza. Los mecanismos de la mente y de las sociedades humanas pueden actuar de esta manera en una dinámica letal en la que los peores rasgos de nuestra personalidad colectiva se refuerzan entre sí. Si la religión puede llevar a la guerra, y la guerra empuja hacia la religión, estamos perdidos: el futuro se presenta oscuro y lleno de violencia. Y de religión.