La cura de la sangre de dragón y la invención de 'finalín'
miércoles 8.mar.2017 por Pepe Cervera 0 Comentarios
Aunque suene a ingrediente de pócima mágica no se trata de una metáfora: la sangre del dragón de Komodo podría ayudarnos a luchar contra las bacterias resistentes a los antibióticos, que cada vez proliferan más. Los dragones de komodo son los más grandes de una familia de grandes lagartos que viven en el Sureste asiático, en concreto en la isla de Komodo y algunos islotes cercanos, aunque algunos parientes suyos (como los lagartos monitor) ocupan numerosas zonas de los alrededores. Los dragones son carnívoros y matan con una técnica particular: tienen veneno en la boca, pero sobre todo su saliva es un monstruoso hervidero de bacterias. Cuando muerden a una presa la infección provocada la debilita o mata, y de hecho sus mordeduras a humanos son muy graves debido a esta característica: en la práctica emplean bacterias como su veneno particular. Lo curioso es que en las peleas entre ellos también se muerden unos a otros, pero sin efectos aparentes: esto inspiró a un científico a buscar en su sangre agentes antibacterianos. Y los encontró: 48 variedades desconocidas de AMPs (AntiMicrobial peptides, péptidos antimicrobianos), unas moléculas pequeñas que poseen muchos animales para combatir a los microorganismos, pero que los dragones de Komodo parecen haber desarrollado al máximo. Las suyas resultan ser superpotentes, e inhiben fuertemente el crecimiento de bacterias patógenas. Aunque aún en fase inicial estos nuevos AMPs prometen, ya que su modo de acción es diferente del de los antibióticos y por tanto la resistencia bacteriana no interfiere con su capacidad. Es posible que a partir de ellos se puedan desarrollar medicamentos para detener infecciones cuando los antibióticos nos fallen; a base de sangre de dragón.
La invención de Finalín (endling)
Hacia mediados de la década de los 90 un médico estadounidense llamado Robert Webster acuñó una nueva palabra para designar una categoría muy particular. La palabra en inglés es ‘endling’, (se podría españolizar como ‘finalín’) y designa específicamente al último ejemplar de una especie en extinción: ese animal final que es la personificación del fin de una especie. A pesar de los esfuerzos de su creador la palabra no fue aceptada por los diccionarios estadounidenses; recordemos que allí no hay academia, pero para incorporar neologismos los editores de diccionarios exigen que la palabra se utilice, normalmente en fuentes escritas. Mano a mano con un amigo Webster envió una carta a la revista científica Nature defendiendo su creación, y ahí se quedó todo. Hasta que años después en Australia repescaron el término para una exposición sobre el Tilacino o ‘tigre marsupial’, un animal extinguido en tiempos históricos, y desde allí se relanzó. Ahora ‘endling’ (finalín) ha sido usada en obras musicales, antologías literarias y relatos de ciencia ficción, en parte porque su existencia unifica una serie de ejemplares conocidos que fueron los últimos de su estirpe: (Martha, la última paloma pasajera; Celia, el último bucardo; Turgi, el último caracol arbóreo polinesio; Booming Ben, el último pollo del brezal, o Solitario Jorge, el último galápago de Isla Pinta) que fueron los últimos de su especie. Y también en parte por su sonido en inglés, que evoca árboles genealógicos y una alegría sonora que contrasta con su significado. Robert Webster murió en 2004, pero su palabra le ha sobrevivido, y desgraciadamente prospera.