Es una piedra redondeada, un canto rodado aplanado de jaspe rojizo con vetas de cuarzo de unos 6 cm de diámetro que tiene varias marcas en su pulida superficie: agujeros y grietas de origen completamente natural. Pero dos agujeros, cerca del centro, son redondos y muy similares de tamaño, y debajo hay otro ovalado y horizontal de modo que a cualquier humano le recuerda a un emoticono ‘pasmado’: dos ojos, una boca. De hecho si se invierte la piedra al otro lado hay una grieta curva que lo hace parecer un smiley. Esto se debe a la pareidolia; esa tendencia que tenemos a ver caras en todas partes, debida a la importancia que tienen para nosotros los rostros; tanta que hay un módulo de nuestro cerebro dedicado a ello que se dispara en cuanto vemos dos puntos iguales horizontales y una raya debajo. Lo curioso del canto de Makapansgat es que apareció en esta cueva sudafricana en estratos de casi 3 millones de años de antigüedad, acompañado por restos de Australopithecus africanus; en otras palabras, quien vio la piedra en el lecho de un río a kilómetros de distancia (entre 4 y 32, según interpretaciones), la reconoció como curiosa y se la llevó consigo no era humano: era un australopitecino, con un cerebro no mucho mayor que el de un chimpancé. Pero ya con la capacidad de reconocer caras en un dibujo supersimplificado. El guijarro de Makapansgat ha sido llamado ‘la piedra de las muchas caras’, y se considera como el primer ‘arte encontrado’ de la historia. De la prehistoria, en realidad; el primer emoticono es anterior a la propia humanidad.

El amor y el nombre de los hijos
Es un incidente común entre los progenitores, sobre todo entre las madres: llamar a un hijo con el nombre de otro. Y cuando sucede siempre provoca una reacción; la persona aludida con el nombre que no es tiende a sentirse un poco molesta, incluso bastante, si hay pelusilla fraternal. Pero según un artículo recién publicado en la revista Memory&Cognition la razón de este tipo de traspiés linguísticos no es el desinterés, sino todo lo contrario: llamar a alguien que se quiere por el nombre de otra persona también querida es un signo de amor compartido. La sensación subyacente común (en este caso el amor filial) es lo que provoca la confusión: en efecto el cerebro almacena ‘juntos’ los nombres de las personas queridas en un cajoncito especial, y a veces al sacar de ahí el nombre se equivoca con otro ocupante del mismo contenedor. Los recuerdos están almacenados en redes neuronales que agrupoan por temas: los miembros queridos de la familia están tan próximos que resulta fácil confundir las etiquetas. Así que aunque en algunos casos pueda resultar catastrófico (recordemos la metedura de pata del Ross de Friends en su boda con Emily) en realidad la confusión de nombres es prueba de amor, no de desinterés. Por mucha rabia que pueda dar.
Carolina Herschel, la primera científica profesional
Nació a mediados del siglo XVIII y de niña resultó afectada por una enfermedad que la dejó afectada y limitó su crecimiento; se formó para ser cantante. Pero acabó siendo la primera científica profesional (que cobró por su trabajo), astrónoma afamada con 7 cometas descubiertos (primera mujer en descubrir uno), ayudante de su hermano William (descubridor de Urano) y receptora de numerosos premios de ciencia así como miembro de varias academias astronómicas. Varios de los cometas que descubrió llevan su nombre, así como un cráter lunar y un asteroide. También codescubrió con su hermano mas de 1000 estrellas variables y realizó un catálogo de nebulosas. La corona británica le pagó 50 libras anuales, un dineral entonces, convirtiéndola en la primera mujer pagada por su trabajo astronómico. En 1828 recibió el premio de la Royal Astronomical Society, siendo la primera mujer en recibirlo; la segunda sería Vera Rubin en 1996. Caroline Lucrecia Herschel murió a los 97 años de edad, poco después de recibir una medalla de oro de la ciencia del Rey de Prusia.
Sección de ciencia en 'Esto me suena' del día 29/3/2017