Jeanne Moreau, una dama contra la norma
domingo 26.jul.2015 por Javier Tolentino 0 Comentarios
Jeanne Moreau ya sacudió las líneas estéticas de la Nouvelle Vague francesa por proponer una sensualidad fuera de la norma que impusieron algunas de las grandes damas del cinema francés, tan sólo sería necesario recordar Los Amantes (1958, Louis Malle) o quizás con François Truffaut en 1962, un Jules y Jim que conmovió o desestabilizó a los entonces capellanes de Chartres y Notre Dame. Por no citar ese idilio con swing de género, Ascensor para el cadalso con un Louis Malle de rodillas ante Miles Davis y una Moreau intentando tocar la trompeta de uno de los grandes músicos de América. Jeanne Moreau, solicitó el guión al realizador estonio Ilmar Raag
quien desde el principio había pensado y soñado que la protagonista de Una estonia en París (Una dama en París), debía de ser ella, Jeanne Moreau que a punto de cumplir los noventa años da sentido a la tercera película de Ilmar Raag, la historia de un exilio, la memoria y el retrato de una mujer que optó por agotar la vida, sin medir sus consecuencias. En el relato no hay fuerza, tampoco sutileza, es la austeridad que se le presupone a la Europa del Norte y soviética. Dos retratos,de dos mujeres que se contraponen: una, consume los tiempos desde el desparpajo de la libertad, en oposición a la otra, que opta por la norma, que mira por las consecuencias y que cree que hay prácticas que pueden erosionar los poquitos restos amorosos que queden después del naufragio. La dama interpretada por Jeanne Moreau piensa que si hay un hombre guapo y atractivo, lo mejor es dejarse ir. La otra mujer se lo piensa, opina que ese guión necesita algo de amor.
Me gusta la película de Ilmar, quizás le falta carácter y se convierta en un relato muy previsible pero probablemente no sea lo importante esa cierta inocencia pazguata que destila el film, será eso lo que lleve a dos retratos de mujeres, casualmente ambas de Estonia. Una que hizo del deseo la forma de apaciguar a sus fantasmas -el abandono, el exilio, las grandes guerras europeas- y la otra, una mujer de este tiempo, consumida por el poderío económico alemán de los nuevos tiempos, exiliada por la ley mordaza y las leyes liberales pero con una mejor relación con la ética, con el amor y quizás con la independencia.
Entre el amor y el deseo, de coincidir ambos, hay un tramo y un paso por el que cada una de estas mujeres transita y optan. Parece decirnos el director que de comerse la vida a mordiscos, la factura con el paso del tiempo puede ser la misma que nos desvelara Jim Jarmusch en Flores rotas, de optar por el proceso amoroso, esa experiencia puede construir un punto final diferente.