Los erizos del castaño
Hola a todos. ¡Feliz día del libro!, aunque sea con retraso ¡Qué todos los días sean el día de los libros! Para celebrarlo os dejo una historia, un "cuento" un poco más largo de lo habitual. A modo de curiosidad os diré que este texto también es un descarte, un jirón de la novela que pronto verá la luz. Desmonté algunas tramas de la obra, este pedacito formaba parte de una de ellas. La música que os dejo abajo, al final del texto, acompaña bien la lectura.
Un cuento "Los erizos del castaño" (que os recomiendo imprimir) y una rosa, aunque sea esta...
Espero que os guste. Un abrazo... ¡nos vemos en los Telediarios!
"Los erizos del castaño"
Salió del cine completamente aturdido, impactado, muy conmovido, como marcado a fuego por una sensación totalmente nueva: el deseo de amar y ser amado. Tenía entonces poco más de trece años. Llovía. Su padre le había llevado a una de esas sesiones dobles de cine dominical. Estrenaban una de vaqueros,
En ese preciso instante, percibió por primera vez el rumor de la maquinaria del destino cuando este se pone en marcha, aunque entonces él no supiera qué se trataba de eso. Se enamoró de inmediato de ella. Sin duda, por estúpido que eso pueda parecer. Aun consiguió admirarla otra vez en uno de los suntuosos cines del centro. No volvió a ver a Erica, el personaje que interpretaba la estrella, la mujer que ya se había convertido en la inspiración de casi todos sus sueños. Su anhelado galanteo quedó en eso, sólo en quimera, en una torpe e inverosímil ambición, en un recuerdo efímero, el de aquella joven revelada en el resplandor blanco, gris y negro de la pantalla. Una damita que ya, seguramente, sería una anciana o estaría muerta, se decía recriminándose.
De poco servía la lógica a sus insensatas evocaciones, éstas le torturaron durante semanas de forma dulce y amarga a un tiempo. Desconsolado, pensaba en ella día tras día, noche tras noche. Hasta ese punto puede enajenarse por amor un corazón adolescente. Lamentaba entre sollozos, siempre en secreto, la imposibilidad de encontrarla, de tenerla. Así anduvo, ensimismado y melancólico, enamorado de un gris centelleo. La imagen de la actriz se fue difuminando en su mente, deshaciéndose lentamente hasta desaparecer, muy a su pesar.
Habría pasado poco más de un año de eso, cuando sucedió lo que él consideró, sin duda, un verdadero milagro. Su enorme infortunio se tornó inmensa satisfacción, gracias a un prodigio tan inesperado como inimaginable. Era el primer día de escuela. Toda la pereza del mundo pesaba sobre sus párpados y sus hombros aquella mañana fría de septiembre. Arrastró los pies hasta el comienzo de un nuevo curso de apariencia infinita e infinitamente tediosa, uno más. Para colmo de males, con la dificultad añadida de ser nuevo en el colegio. Sus padres se habían mudado de casa por enésima vez y ese era una vez más el resultado: una nueva y maldita incertidumbre para él. Entró en el aula asignada somnoliento y muy retraído. No conocía a nadie. Se sentó en los bancos del fondo intentando pasar desapercibido, mejor aun, ser invisible. Sólo deseaba que aquella mañana infausta acabara cuanto antes. Los demás chicos de la clase, la mayoría lo eran, fueron entrando uno tras otro saludándose alborozados, pendencieros, como viejos camaradas que volvían a encontrarse. Casi todos le dedicaron alguna miradita y algún comentario desdeñoso, repasos o advertencias burlonas, amenazantes. El novato estaba ya realmente aterrado. Empezaba a sentir mareos cuando, por la puerta, del mismo modo en que Erica asomara en la película, apareció ella abrazada a sus libros, la que le pareció la suma expresión de la belleza. A sus ojos, la muchacha más hermosa que uno pueda imaginar. Aquella niña le pareció exacta, clavadita a la joven de la pantalla. Cora, que así se llamaba, sin duda era una rara reencarnación. Ella era el milagro que tanto había suplicado. Lo que esperaba. Más linda y fascinante incluso, así, viva, en carne y hueso. Desde el momento que la vio, todo a su alrededor quedó silencioso, eclipsado, desenfocado, disipado en una apacible sordina. Ya nada importa, pensó con cara de bobo enajenado. ¿Cómo conquistarla? ¿Cómo conseguirla? Esa fue desde entonces la única cuestión, lo único que parecía importarle de verdad. Así transcurrió aquel curso, entre suspiros, embelesos y dudas, entre suspensos y frustraciones, entre temerosas aproximaciones y tímidos logros, entre sonoros fracasos y taciturnas ilusiones. Aunque su torpeza parecía tan inquebrantable como su determinación, hallaría el modo de tomar la fortaleza. Erica, la chica de la película, esa por la que hubiera atravesado la pantalla, a la que habría seguido hasta la perdición, era sólo el anuncio de la inminente llegada de Cora a su vida. La auténtica, la real, la que algún día, sin duda, sería su esposa...
Y así fue, por increíble que pueda parecer. Su tímida y temerosa perseverancia se vio recompensada un año después, cuando la inalcanzable Cora, harta de dar tiempo al tiempo, de esperar a que él se decidiera, en un insospechado arrebato de ternura, le declaró todo el amor que le guardaba. De haber esperado ella a que él hubiera dado el paso, eso tal vez nunca hubiera ocurrido. El caso es que, los críos enamorados, se hicieron inseparables y así, siempre juntos, crecieron, cambiaron, y atravesaron la edad de la inocencia. Llegaron incluso un poco más allá. Se casaron y, poco después, tuvieron una niña a la que llamaron Erica, en honor al hada premonitoria de la pantalla. Cuando nació su pequeña dulzura, ellos tenían veintidós años cada uno y eran felices, realmente felices. Quien sabe si para siempre, como suele suceder en los cuentos.
El tiempo de la crianza pasó lento y deleitoso. La niña acababa de cumplir dos añitos. Todo dentro de ellos y alrededor de sus tres preciosas vidas relumbraba. Todo estaba aun empezando cuando se partió en mil pedazos, cuando se fundió en el aire en un millón de centellas.
Pasaban unas cortas vacaciones en Galicia, cerca del mar, en la montaña. Habían alquilado una casita en la ladera, con buenas vistas a la costa cercana. Se levantaba al borde de un frondoso bosque, al final de una empinada y verde pradera, junto a un gigantesco castaño que llenaba de erizos los alrededores de la casa. Un lugar idílico salvo en mitad de una brutal tormenta. Ésta les pilló jugando y retozando con la niña en el prado. Primero fue sólo un chispear suave e insistente. Pero ante lo que parecía avecinarse, entre risas, corrieron a buscar refugio en su acogedora morada. Al poco, tras los primeros goterones, el agradable rumor de la lluvia fue convirtiéndose en estruendo. Ya anochecía y se fue la luz. Encendieron unas velas, un buen fuego y después de cenar, acostaron a Erica en el sofá, frente al reconfortante calor de la chimenea. Ellos se amaron sobre la alfombra, cerca de las llamas, lentamente y en silencio, con gran ternura. Luego, muy abrazados, contemplaron a través del ventanal el creciente rigor de la tempestad.
Una fuerza bestial se abatía sobre la montaña, sobre ellos, con tal impiedad que su ánimo se fue llenando de aprensión. Parecían navegar a bordo de una casa a la deriva, golpeada por gigantescas olas que rompían contra la fachada, contra el tejado, que empujaban con toda su furia puertas y ventanas, intentando abrirlas. A pesar del desvelo que les provocó la tronada, consiguieron quedar dormidos. A la mañana siguiente pareció ir amainando, aunque, no muy lejos, la borrasca aun descargaba con violencia sobre el mar. Cuando paró de llover y consideraron que lo peor había pasado, salieron con la niña a chapotear en la hierba encharcada con sus tres pares de botas de goma, a llenar los pulmones del buen olor a tierra mojada que perfumó la aparente calma. El cielo seguía oscuro, encapotado, pero todo brillaba enardecido por el aguacero.
La atmósfera se había cargado de ozono y también de electricidad, tanto, que los cabellos de su mujer y de su hija se erizaban de forma singular. Aquello les daba un aspecto absolutamente cómico y provocó no pocas carcajadas. – Parecéis dos preciosos erizos de castaño –, bromeó él con cariño. Decidió inmortalizarlas de aquella guisa. Corrió dentro por su cámara, una flamante Kodak. Pronto llovería de nuevo. Afuera, sus dos mujercitas le esperaban abrazadas, enfundadas en sus impermeables de colores y con el pelo cada vez más erizado, más de punta. Todos y cada uno de sus cabellos se alzaban al cielo como atraídos por un imán invisible. Descendió las escaleras del porche, y se tomó su tiempo para ajustar el diafragma y la velocidad del obturador. Luego, les pidió que miraran al objetivo, que le sonrieran aun más, si eso era posible. Estaba a unos diez pasos de ellas. Tras enfocarlas definitivamente, apretó el disparador. Justo en ese minúsculo intervalo, el que va del disparo a la veloz obturación, un resplandor imponente le cegó abrasándole la cara y el cuerpo. A la vez, un chasquido inimaginable le ensordeció por completo, los oídos parecieron romperse por dentro. La descarga y su estallido le empujaron además con tal fuerza, que voló literalmente hasta caer unos cuatro metros más atrás, otra vez bajo el pórtico de la casa. Durante un momento debió perder el sentido. Luego, completamente aturdido, sordo, medio ciego, con la ropa echa jirones y oliendo a chamusquina, consiguió incorporarse y mirar hacia donde estaban ellas. Sospechó de inmediato lo ocurrido y quedó petrificado. El lugar en el que, un instante antes, posaban su mujer y su hija, humeaba dentro de una siniestra circunferencia de campiña calcinada. El antes verde pasto se había convertido en terreno azabache, incinerado. Del enorme castaño cercano sólo quedaban rescoldos, más o menos grandes, que ardían esparcidos por todas partes.
De sus dos amores no quedaba nada, tal vez cenizas perdidas en las cenizas, alguna sombra perezosa ya sin cuerpo vagando confundida. Aquel rayo atroz puso fin a tres preciosas vidas, una centenaria y dos apenas estrenadas, las de Cora y Erica.
Desde aquel fatídico día no volvió a sentir realmente ganas de vivir. El relámpago dejó su vida cegada, espesa, pegajosa, pesada. Superflua e incomoda. Un agudo dolor le oprimía el pecho y el alma, le quitaba las ganas, lo agredía constantemente, lo mataba despacio. Dejó de creer, de confiar, de amar, de forma casi inexorable. Junto a ellas, la parca se llevó su juventud, le arrebató cualquier optimismo, toda su fe en la existencia. Borró de sus labios la posibilidad de una sonrisa. Su rostro quedó marcado a perpetuidad por un gesto de cansancio infinito. Nunca podría volver a ser feliz, pensó después del escueto funeral. Nunca más. Y en cierto modo no se equivocaba...
El cuarto día de octubre de 1962, en un cementerio que le pareció diminuto y hermoso, irreal, como todo, enterró dos cajas llenas con la tierra en la que se fundieron sus restos, algunos fragmentos de huesos, algo de piel convertida en pavesas. Luego regresó a Madrid conduciendo con lentitud, mientras pensaba en el modo de poder olvidar, de seguir viviendo sin querer vivir. Encontraría trabajo y se refugiaría en la fotografía, su naciente profesión. Nada refirió al juez, ni tampoco a los policías que se encargaron del atestado, sobre la posible instantánea de la escena. Temeroso, no volvió a utilizar aquella cámara. La guardó durante largo tiempo antes de atreverse a mirar, a correr el velo. La noche que lo hizo, que rebobinó la película, la sacó en el cuarto oscuro y la reveló, junto a veinte escenas colmadas de dicha encontró otra absolutamente terrible, chocante, extraña, insufrible. En el negativo había quedado impresionada la milésima de segundo exacta en la que, sobre ellos, cayó del cielo la desgracia más rotunda. Había captado el instante preciso en que la fatal luz de la centella se las llevaba, deslumbrando su espíritu para siempre. En el lúgubre retrato revelado en blanco, gris y negro sobre el papel fotográfico, desdibujadas, casi desvanecidas en la luminiscencia del rayo, madre e hija aun le miraban y le sonreían.
Aquella misma madrugada decidió acabar con todo, suicidarse. Seguro de lo que hacía, con calma y determinación. Sin temer en nada a la muerte. Machacó con en un mortero el contenido de un tubo de Optalidón, cincuenta grageas dulces y rosadas que luego disolvió en una copa de coñac y que bebió de un solo trago, un largo y amargo trago. El cóctel pronto le arrebató la conciencia, apartándole de aquella vida rota e inadmisible, de aquellos acres recuerdos.
Para siempre, tal vez para siempre.
Nudo de vidas. (Madrid, 1996)
Siempre había sentido con fuerza que tras una vida llega otra, y luego otra, y otra más, con todas sus muertes. Así tal vez hasta el infinito. O mucho más allá. No era consciente de las claves de ese convencimiento, tampoco podía explicarse cuando o como había llegado a asumirlo, pero poseía el dudoso don de saber lo que muy pocos saben. No se trataba sólo de conciencia o memoria. Las alucinaciones, por llamarlas de alguna manera, iban mucho más allá y le habían acompañado desde niño. De tanto en tanto, en el sueño o en la vigilia, como verdaderos recuerdos de su propia vida, le asaltaban imágenes, conversaciones, sensaciones, todas tan vívidas, tan ciertas, tan reales, que convertían la posibilidad de la reencarnación (o tal vez de la locura) en evidencia. Esa certeza determinaba demasiadas veces su forma de actuar. Si la vida llegaba a ponerse incandescente, si ya no había por donde agarrarla, si todo iba mal, muy mal, él sabía que siempre podría marcharse de ella, eso pensaba persuadido. Salir, para él, era una opción seria, admisible, probable. De ser necesario, daría un sigiloso portazo al hastío o la desesperación y la dejaría atrás, pasmada, detenida, relegada. El pálido y humeante rescoldo de una vida infame quedaría olvidado una vez más, las cenizas esparcidas tras la puerta, revoloteando. Al otro lado le esperaría otra existencia, posiblemente mejor, vislumbraba. Y así, una y otra vez, iría a renacer de entre las piernas de sus madres, de numerosas madres, saltando de cuerpo en cuerpo, de identidad en identidad. El río de sus vidas seguiría su curso por el arroyo de la eternidad, una eternidad de subsistencias fallidas hasta, tal vez, saber alcanzar la armonía. Más tarde o más temprano. Vivir y morir una y otra vez hasta aprender a vivir y a morir de forma digna, coherente, definitiva. Hasta que su alma se diluyera para siempre en la infinita calma del Universo, en la esencia de la serenidad, el recogimiento y la comprensión. Allí, nada tendría ya la más mínima importancia. La vida y la muerte, soñaba, serían entonces dos íncubos incomprensibles, dos percepciones ilusorias, superfluas, completamente inconcebibles.
No tenía exactamente recuerdos de otras vidas, eran más bien ensoñaciones, voces y presencias que asomaban en apacibles o pavorosas pesadillas. En especial las que arrastraba de la que suponía su penúltima existencia. Cora y Erica resultaban extremadamente reales, demasiado cercanas a su espíritu como para ser sólo dos frutos de su imaginación. Con ellas, en otro tiempo, había sido otro y el mismo. Recordaba haberlas gozado, haberse partido de dolor por su pérdida y su ausencia. Luego un acerbo sopor, flotar inerte girando en un torbellino de colores, entrar en una oscura y silenciosa placidez, en una nueva espera...
Por salir de dudas, por tener una certeza a la que aferrase, por no enloquecer, decidió indagar en un pasado que resonaba como suyo aunque no le perteneciera. Todo eran inexactitudes, vaguedades, pero guardaba nítidas algunas imágenes. Recorrer subiendo un serpenteante camino, muy lento, por una solitaria montaña entre un lago y el mar, o entre dos bahías. Detenerse frente a una verja alta y mohosa. Aparcar un coche pequeño, tal vez un Seat 600, junto a un caserón de piedra y madera. Una inscripción cincelada en el granito sobre la puerta principal, escrita en gallego bajo una concha de Santiago:
Casa do Ouro - Monte Louro, 1847 - Muros.
Tenía algo por donde empezar, tenía esas figuras en su recuerdo y una fecha muy concreta en la que situar los hechos. Buscó en un mapa de carreteras y durante toda una noche condujo hasta llegar a esa zona de la costa de Galicia. Encontró el pueblo y lo reconoció, y reconoció la montaña y el altozano en el que, entre castaños, le pareció divisar el caserón, la fatídica pradera. Halló el camino sin apenas preguntar, y ascendió por él conduciendo como si lo conociera, hasta llegar a una bifurcación y a la doble puerta de hierro. Todo estaba en silencio, solitario, seguramente cerrado a cal y canto desde hacía muchos años. Desde allí pudo distinguir sobre el portón la leyenda tallada en la piedra. No se atrevió a saltar la valla y entrar. Paseó por los alrededores investigando, buscando el fatal escenario que con frecuencia se revelaba en su memoria. Lo encontró. Un sudor frió le cubrió por entero y el corazón se le encogió hasta convertirse en una cereza latiendo acelerada. Fumó un cigarrillo mientras contemplaba el lugar con detenimiento, sin dejar margen a la fantasía, al engaño. Luego viajó hasta A Coruña y allí buscó la sede de “La voz de Galicia”. Entró dispuesto a averiguar si erraba en sus suposiciones. No fue complicado conseguir que le permitieran buscar y rebuscar en los archivos microfilmados de la hemeroteca.
La impresión que experimentó al encontrar un par de artículos relatando los pormenores del suceso fue incomparable. Estaban fechados el dos y el tres de octubre de 1960, el día de su nacimiento y su segundo día en este planeta. El titular rezaba “Tragedia en el monte Louro” A medida que fue leyendo quedó petrificado, aunque de las almendras de sus ojos no salió una sola lágrima. El autor no daba nombres, sólo iniciales. Las del hombre eran A.H.V, las de las fallecidas, madre e hija, eran C.F.C y E.H.F. Los nombres de Cora y Erica resonaron en su mente. En su columna, el periodista relataba lo sucedido al más puro estilo de “El Caso”, la tragedia acontecida a una familia que pasaba unos días de vacaciones en la montaña. Junto a la crónica, una fotografía, una imagen en blanco y negro tomada el día de autos a las puertas de la morada. En ella apenas se distinguía a un hombre cabizbajo, muy abatido, que lloraba hundiendo el rostro entre las manos. Estaba apoyado en un Land Rover de
Aquel había sido su cuerpo, pensó, su anterior organismo. Aquel rostro oculto había sido su rostro. Aquellas manos sus manos, con las que acarició a la mujer y a la niña que todavía recordaba con tanto amor y dolor. Las mismas que después elaboraron la pócima mortal que acabó con su vida de entonces. Todo había ocurrido, había sido cierto. Cora y Erica fueron tan ciertas como lo fue él en aquella vida perdida y en la nueva vida que aun intentaba vivir. Ya tenía la certeza, una certeza absolutamente incompartible. ¿A quién contar semejante locura? ¿Quién iba a creerle? ¿Quién podía tomar en serio semejante historia?
Sintió una enorme soledad, también cierto consuelo. El velo que cubría la faz de la muerte se había descorrido en parte, y su fisonomía no era tan aterradora como contaban casi todos los cuentos. No era la de una calavera, no tenía las cuencas vacías en vez de ojos, no tenía tan malas intenciones, ni buscaba venganza sonriendo hierática. Dejó de temerla, lo que le fue muy útil en muchos aspectos de la vida. Era cierto, ¡todo había sido cierto!, y bastaba que él lo supiera. Esa fascinante y paranormal certidumbre alivió en parte el pesado lastre. Tal vez, las puertas de la muerte fueran una buena salida, la única salida…
Y una vez más, como una ligera fiebre, llegó el fatal desconsuelo por el recuerdo de Cora y Erica. Una vez más…
Teresa dijo
¡Hola David!
Me he quedado totalmente impresionada con tu relato.
Es precioso, y muy conmovedor... Me ha emocionado mucho. Me ha encantado.
¡Sigue escribiendo así!
Un besazo!!!!
25 abr 2009
fullmoon dijo
el libro de David ya ¿está a la venta en librerias? lo encargue en la casa del libro pero no recibo respuestas.Agradeceria que me lo confirmaseis :feliz dia del libro.
25 abr 2009
Anónimo dijo
Fullmon:
creo que el nuevo libro sale el 12 de mayo...
Salu2.
Besos C&C
25 abr 2009
Desde Oslo dijo
Hola David,
Antes de nada darte a ti y también a María y Sergio las gracias por este blog, que también leemos desde la lejanía.
Hace unos meses que he leído tu primera novela "Amantea"... me pareció sencillamente brillante, como brillante me parece este blog y la oportunidad de oro que tengo de charlar con el autor de este gran libro.
A veces, con el único objetivo de desahogarme... como una pura válvula de escape, escribo algo, pero de una forma totalmente amateur, nada qué ver con los grandes... y a referencia de esto quería preguntarte ¿donde puede un escritor buscar la inspiración parar escribir algo tan triste y tan bonito a la vez, como la historia que cuentas en Amantea? ¿Tiene algo de autobiográfico este libro?...
Sé que es mucha gente la que firma en este blog, y sería muy difícil contestarnos a todos, por eso, gracias de antemano.
Un saludo desde la tierra del frío!
25 abr 2009
rosse dijo
Gracias David
Este cuento es el mejor regalo que podemos recibir,para el dia del LIBRO.sobre todo a los que tanto llena nuestra vida la lectura.
un beso para todos los del tede
un abrazo especial para ti y sige escribiendo tan bonito
rosse
25 abr 2009
Pepe dijo
Muy bueno el cuento, David.
Sigo diciendo que eres un auténtico artista de la escritura. Sabes adentrarte en el cuento mostrando al lector esos detalles que hacen que la historia tenga un sentido especial.
Mucha suerte con tu nuevo libro que ya falta poco para que salga... :)
Un saludo desde Barcelona.
25 abr 2009
Maribel dijo
Hola David ..... Me ha encantado!!!!! Una vez más me has emocionado, Gracias, muchas gracias!!!! Besos.
25 abr 2009
Alba1990 dijo
Qué bueno volver a leer nuevos pedacitos que fueron descartados, que digo yo, si esto son descartes no quiero imaginar como será "el hombre del baobab", estamos ya todos sin uñas :P
el otro día pasé por la Feria del Libro, volví a casa con nuevas obras con las que disfrutar en las próximas semanas, además entre el buen ambiente que había vi a periodistas y otros tantos escritores, pero ni rastro de nuestro David, quizá en las próximas semanas se deje caer por allí... infórmanos vale? :)
25 abr 2009
C&Cfan dijo
Hoola David!!...
Quiero decirte que me han encantado tus dos cuentecillos, me han parecido fascinantes y emocionantes, como la mayoría de todos tus escritos que he tenido la suerte de leer. Decirte que espero que esta venilla escritora te dure mucho tiempo más, porque, lo haces muy bien, tienes mucho talento.
Gracias por habernoslos regalado por el pasado día del libro. Yo te regalaré una recomendación, aunque, igual ya lo has leído:
-"El niño con el pijama de rayas"
A esta recomendación sumo una rosa como la tuya...
Un besazo enorme guapo, se os quiere...nos vemos en los tedés...abrazoos!
25 abr 2009
Valdepeñas dijo
Me ha gustado mucho su texto de Erica y Nora de final inesperado con un espirituoso de por medio. Mientras la leía esperaba algo similar al film de Tim Burton Big Fish, revisado recientemente para apreciar cosas anteriormente no observadas, y es que a un buen metraje hay que acercarse como a un cuadro, fijándose en los marcos que lo delimitan. En el, Edward Bloom, inspirado según Burton, en el fundador del emporio Bloomberg hace todo tipo de hazañas, a cual más conmovedora y de mayor belleza, el verdadero (Mike Bloomberg) contrató a floristerías de 32 estados americanos los suficientes narcisos para que llenarán la entrada de la casa de su chica (Jessica Lange). El film también describe que el ejercito le dio por muerto (con notificación de defunción incluida), que aprende a pilotar aeronaves para hacer en el cielo piruetas en forma de corazón con el nombre de su amada, etc. etc. Y durante ese periplo, y todo el periplo de su vida, hizo rica a mucha gente buena, convirtiéndole en el mayor acreedor, en algunos casos de conciencia y en otros, documentado, de los Medias norteamericanos.
Pero, tu historia primera es más triste. Con lo bueno que está el Cognac sólo y del tiempo (a temperatura ambiente) en copa barón tipo Lex Luthor!!!
Suerte y a animarse, que se le nota algo bajito...
25 abr 2009
Nube dijo
Que bonito David.
Como siempre tu generosidad nos desborda y desarma.
Ya estoy deseando tener tu libro entre mis manos.
Un fuerte beso.
25 abr 2009
Rosa dijo
Hola David!
Después de leer el cuento siento como una nostalgia e incertidumbre. Es un cuento lleno de ilusión por un amor que alcanza, por la ternura de su hija, pero a la vez aparece la muerte y todo lo tiñe de soledad. Creo que en estás líneas recoges los grandes sentimientos humanos, el amor a tus seres queridos, la felicidad de tener una vida que siempre has deseado y la tristeza de la muerte cuando aparece siempre sin previo aviso, cuando menos te lo esperas arrebatándote aquello que más amas. Por eso creo que tu relato me ha dejado una sensación agridulce en mi, porque has juntado la belleza y la fatalidad de la vida en tus palabras.
Gracias por compartirlo con nosotros ;) y por esa graciosa y pequeñita rosa, que amable eres!
Por cierto, Barcelona estaba preciosa, las calles se llenaron de luz, de colores, de música, de pasos entre gentes llevando rosas y libros. Te hubiera gustado David!
Espero poder verte algún día, porque el niño de tu cuento me ha recordado algo que me da fuerzas: Nada es imposible...
Un besazo a todos!
25 abr 2009
Juana dijo
Muy bueno David, me sigo emocionando con cada cuento tuyo,con cada relato,por la manera que tienes de transmitir emociones y situaciones que te enganchan en la primera línea.
Gracias por tu regalo del día del libro ,que aquí en Barcelona es un día especialmente bonito, y por tu linda
rosa.Un beso
25 abr 2009
Laura de Durango dijo
Ay David!! qué delicadeza al escribir, qué sentimiento... Muy bonito. Los pelillos como escarpias. Me tiene enamorá y con estos detalles ni te cuento.
25 abr 2009
monica tejeda dijo
Qué sorpresa descubrir este blog !! Buscando noticias sobre tu nuevo libro...me encuentro con esta página. No sé si tendrás tiempo de leer todos los comentarios. Aún así te escribo estas palabras para decirte que desde que leí Amantea me robaste el corazón. Deseando estoy ya que llegue el día 12 de Mayo para comprarme el libro que tanto tiempo he estado esperando.
Pones tanto sentimiento cuando escribes que es imposible no caer rendida ante tí, cuando empecé Amantea no podía dejar de leerlo y a la vez me detenía porque no quería que se acabara nunca.
Felicidades por ser como eres, los tuyos deben estar muy orgullosos de tí.
Mónica
25 abr 2009
FLoR dijo
¿Qué día sale el libro? En mayo, ¿no?
Aunque atrasada es la única rosa que he visto en el día dle libro...
25 abr 2009
Nuria dijo
Caro David:
Este año por Sant Jordi no me he regalado libro alguno.Celebraré dicha fiesta el día 12 de mayo. el mismo día en que tu libro sale publicado y lógicamente me lo autoregalaré y los regalaré a mis amigos/as mas queridos.
Tras leer tus relatos nada me apetece mas que leer el hombre de Baobad, lo espero desde la última página de Amantea.
Tu sensibilidad me conmueve, me llena me enamora y me hace sentir bien, me hace meditar me para en este mundo de prisas y descontrol, tus escritos son mi bálsamo tras una jornada agotadora de trabajo.
Gracias por este regalo una vez más.
26 abr 2009
Nicolás F.A. Burón dijo
David.
Un cuento fascinante, intrigante y al mismo tiempo de aquellos que no se olvidan. Me has alegrado el día.
26 abr 2009
Jenny dijo
David, muy lindo relato. Es triste pero a la vez romántico y tierno. No tengo idea de porqué lo descartaste de tu libro pero ha sido un gran detalle de tu parte dejarnoslo leer con motivo del día del libro. Tu nuevo libro promete, ojalá pueda leerlo pronto. Ahhh!!!! y gracias por la mini rosa. Otra rosa virtual para ti también.
Saludos.
26 abr 2009
Anna Maria dijo
Hola David muchas gracias por compartir con nosotros este maravilloso regalo ese trocito de ti mismo y de tu alma que es ese don que tienes de transmitir sensibilidad y un montón de emociones . Es un bonito regalo y más auténtico si cabe hoy porque no es una fiesta de esas señaladas que nos vemos obligados a hacer por la presión de un mundo consumista . Siempre es el dia de los libros ellos son nuestros amigos, nuestros confidentes, nuestros maestros, nuestra luz en momentos de soledad y de compañía. Y nos has regalado una rosa que decir de la belleza de las flores signo de amor , amistad y homenaje y que deberiamos tener siempre cerca nuestro. Tu nos has regalado dos rosas hermosas la virtual y sobretodo tu arte y tu talento en ese jirón que aunque se descartó en un principio consérvalo mimalo podria ser el comienzo de una nueva historia mágica contada con pinceladas de tu paleta de acuarelas. Te mando un fuerte abrozote para ti y para todos los compis del blog , petonets a todos desde Barcelona.
26 abr 2009
Maria de Paris dijo
Grandioso. No me voy a repetir. Me he sentido identificada con los comentarios de los blogueros. Rosa, Nuria, Nube, Anna Maria, Alba...GRACIAS David.
Intentaré averiguar si puedo comprar tu libro por correspondencia a partir del 12 de mayo porque no sé si podré conseguirlo aqui. Sino, le pediré a mi familia en España que me lo compre y me lo mande.
Besos
26 abr 2009
Nuria dijo
Maria de Paris:
Si no lo puedes conseguir dimeló y te lo envio yo. Sin problemas.
te echaba de menos en el blog. Estas bien?
26 abr 2009
Persona dijo
Gracia, David. Muy buenos y bonitos tus detalles.
26 abr 2009
Lilit dijo
Empecé a leer el cuento y lo he dejado para imprimir y seguir leyendo. Para mi no es igual leer en el "orde" que leer en tinta, prefiero a ser posible leer en tinta, me gusta mas, y creo que me entero mejor ya que le pongo mas interés.
He oído estos días que hay una encuesta de que opina la gente sobre si el poder leer libros digitales, desbancará al libro de papel con tomo y lomo de toda la vida, el que luego tenemos en la librería para toda la vida. Desde luego a mi me apasiona tener los libros, leerlos, mirarlos, mimarlos, acariciarlos y hasta deleitarme viéndolos simplemente, por lo que donde este un libro que se quite el digital.
26 abr 2009
BÁRBARA dijo
¡HOLA DAVID! ME HA GUSTADO MUCHO EL RELATO, ESPERO CON IMPACIENCIA QUE SE PUBLIQUE TU LIBRO EL DÍA 12 DE MAYO, BUENO MUCHAS GRACIAS POR ACORDARTE DE TODOS LOS QUE TE LEEMOS,UN BESO Y HASTA PRONTO.
26 abr 2009