Este sí es el último...
Alguien comentaba que mi último post no era forma de despedirse y tal vez tenía razón. Por eso hoy lo convierto en penúltimo. Este sí será el último. Voy a compartir algunos recuerdos en el día del adiós. Mejor, ¿no?...
Mi primer recuerdo de RTVE es muy antiguo. Un evocación que sigue emocionándome. Yo tendría siete u ocho años, sería el año 1969. Un profesor, Don Manuel, nos llevó de excursión a Prado del Rey. Primero visitamos
Sólo era un sueño infantil, uno más de los miles de sueños que soñamos los niños. Desde entonces, empecé a incluir cámaras en todos mis juegos, las fabricaba pequeñas con taquitos de Lego y plastilina, o más grandes con cajas de zapatos y rollos gastados de papel higiénico a modo de objetivo. Las colocaba en las curvas del Scalextric, o enfocando a los Madelman, o en torno a una pista de circo en el que la fiera más fiera era mi hámster. Mis hermanos pequeños hacían de actores o presentadores bajo la luz de las linternas o los flexos que eran los focos.
La fiebre era alta e intensa. Aunque nunca imaginé entonces que aquella pasión me llevaría a estudiar televisión y que algún día podría vivir de ello, de aquel juego maravilloso que me sigue entusiasmando.
Años después, en 1982, durante el Mundial de Fútbol, empezaron mis primeros devaneos con TVE. Trabajé de mozo, cargando y descargando camiones y unidades móviles, tirando o enrollando cables de colores, hilos conductores que llevaban hasta uno de los aparatos más extraordinarios que conozco, las cámaras.
Miraba extasiado esos artilugios deseando aprender todo de ellos, y envidiando a esos señores que los manejaban. Escrutándolo todo y tomando nota de cuanto me rodeaba. Hacía complejos gráficos y dibujos, anotaba las peculiaridades de cada modelo, me sumergía en complejos manuales de tubos de cámara (los Orticon, los Plumbicon), dibujaba una y otra vez los diagramas de bloques de cada telecámara hasta aprendérmelos de memoria.
Mi ansia de conocimiento del medio no conocía límites. Quería aprenderlo todo, absolutamente todo, mientras seguía buscándome la vida para pasar todo el tiempo posible en los platós de Prado del Rey, cuantas más horas mejor.
Tuve la suerte de ir aprendiendo al lado de los mejores, compañeros siempre generosos que fueron enseñándome y alentándome a seguir con paciencia y cariño. Todo en programas históricos como “Si yo fuera presidente”, “La edad de oro”, “Barrio sésamo”, “Puesta a punto”, “Sabadabadá”, “Jazz entre amigos”, o “La clave”, el programa en el que por primera vez me puse tras una cámara en directo…
Después, en 1984, me fui a Sevilla, al Centro Territorial de TVE en Andalucía, años maravillosos en los que de verdad me fui formando como reportero al lado de profesionales que jamás podré olvidar, compañeros y amigos que siempre van conmigo. Aquí siguen…
Más tarde, en 1988, me marché a la corresponsalía de TVE en Italia y Vaticano. Allí viví, tal vez, los años más intensos y enriquecedores de mi carrera, de mi vida. De algún modo nunca he dejado de añorar mi etapa romana. Regresé a Sevilla en 1991, poco antes de que comenzara
Los avatares de la vida y de la profesión me llevaron luego a dar el salto hasta el otro lado de la cámara, en 1997. De la noche a la mañana, un cambio decisivo. Presenté un par de años los informativos territoriales y después, el día menos pensado, me llamaron para hacer una prueba en Madrid.
En 1999 me incorporé al Canal 24 Horas, mi verdadera Universidad como presentador de informativos. Cinco años duros, fructíferos, insomnes, extraordinarios, que me convirtieron en un verdadero profesional.
De ahí, en 2004, salté a los Telediarios, a
Este es un breve resumen de una larguísima trayectoria en esta casa, porque entre estas líneas quedan sin escribir un millón de renglones, un millón de historias, un millón de personajes, de sucesos, de situaciones, de aventuras, de sabores y sinsabores, de amigos y amigas, miles de días llenos de camaradería…
Hoy, 20 de agosto de 2010, voy a presentar mi último Telediario en TVE, no sólo eso, voy a compartir mis últimas horas en la redacción, en los pasillos, en los rincones, tras las puertas, algunas de las cuales cruzaré por última vez. Se acumulan los abrazos, apretones de manos y besos que difícilmente podrán condensar y contener lo que siento, estos contradictorios y peculiares sentimientos. Era inevitable experimentar esta rara y feliz melancolía…
Buena parte de más de la mitad de mi vida ha transcurrido aquí. Y fue un honor, un placer, un lujo. Fue estupendo poder vivir y trabajar tantos años a vuestro lado, al servicio de los telespectadores de TVE.
Mil besos son pocos para agradecer tanto…