Un paseo por el tiempo: 200 años de transformación del Passeig de Gràcia
viernes 10.ene.2025 por Ángela Gonzalo del Moral 0 Comentarios
El Paseo de Gracia de Barcelona es una de las avenidas comerciales más reconocidas en el mundo, con una amalgama de tiendas de lujo, marcas de renombre, restaurantes, hoteles y edificios modernistas patrimonio de la humanidad. Esta combinación de cultura, gastronomía, comercio y arquitectura la han convertido en una de las calles mundialmente más conocidas, que atrae a visitantes de todas partes.
Pero no siempre fue así. Pocos saben que esta icónica avenida, tiene unos orígenes humildes y una evolución fascinante que abarca dos siglos de historia y transformación urbanística que ha vivido una mutación constante en los últimos 200 años.
La histórica ciudad condal llegó a tener tres cinturones de murallas que la defendían de forma temporal de las invasiones que sufrió durante siglos. Siempre fue una plaza relativamente fácil de atacar. Así que se fueron poblando villas a su alrededor. Una de ellas era Gràcia que siempre quedó fuera del recinto amurallado. Un viejo camino de barro unía el Portal de l'Àngel con ese municipio.
Al principio solo existía un convento franciscano, el de Santa María de Jesús, que desapareció a principios del XIX debido a la invasión napoleónica, pero fue el germen de lo que más tarde se convertiría en una de las arterias más prestigiosas de la ciudad.
Curiosamente, el paseo surgió tras una pandemia que diezmó la población de la ciudad y las autoridades decidieron derrumbar las murallas que rodeaban el casco antiguo de Barcelona.
"Causó muchísima mortandad y mucha gente se quedó sin trabajo, entonces el gobernador militar decidió organizar el camino entre Barcelona y el municipio de Gracia, que entonces era una entidad independiente y ahora es un barrio de Barcelona , explica Luis Sans, presidente de la Associació Passeig de Gràcia. Por eso promocionó la construcción de un paseo que empezó en 1821, aunque después las obras se paralizaron".
Tres años más tarde, en 1824, el Capitán General de Cataluña, marqués de Campo Sagrado, se tomó en serio las obras de modernización de aquel camino vecinal. Se construyeron las primeras instalaciones de madera, que acogían teatros y cafés, marcando así una de sus señas de identidad, el ocio y la relajación, que no ha perdido con el tiempo.
"Siempre ha sido un lugar de paseo, un lugar de disfrute, una calle agradable, yo creo que ya nació así, como un lugar para el disfrute de los barceloneses, como un lugar donde los ciudadanos salían a pasear hacia el municipio de Gracia. Además, tiene una ligera pendiente, lo que permite un paseo muy agradable y es una zona muy soleada por su orientación norte-sur".
En 1852 se instalaron las primeras farolas de gas y el 4 de octubre de 1860 se colocó la primera piedra del proyecto urbanístico que cambiaría la fisonomía de la ciudad, cuando Ildefons Cerdà planteó l’Eixample, convirtiendo esta vía en uno de los principales ejes de su proyecto.
"Es una calle muy agradable para pasear, nos dice Sans. Es una calle ancha, pero no mucho y es larga, pero no es larguísima, lo que hace que sea realmente muy agradable para pasear por ella".
El derrumbe de las murallas obligó a reinventar la ciudad extramuros y ahí aparece la figura de Ildelfons Cerdà. No fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando el viejo camino comenzó a cambiar su imagen gracias al ambicioso plan de este urbanista que transformó la ciudad de Barcelona.
Rápidamente, se transformó en un centro de ocio para la aristocracia local. Restaurantes, teatros y jardines, dieron paso a una nueva forma de disfrutar de esta parte de la capital catalana. Pero la verdadera transformación coincidió con la llegada de la modernidad y el auge de la arquitectura modernista a finales del siglo XIX y principios del XX.
Esta área, destinada a la expansión de la ciudad, se convirtió en un lugar codiciado por la burguesía catalana, que empezó a construir residencias lujosas a lo largo del paseo. Los edificios, en su mayoría modernistas, reflejan la riqueza y el esplendor de una época que buscaba marcar la diferencia con la ciudad amurallada que quedaba atrás.
Su relevancia comercial atrajo a las clases más acaudaladas, que empezaron a construir edificios propios en la avenida y a competir para ver quién tenía la casa más lujosa y extravagante. Así fue cómo los arquitectos modernistas de la época tuvieron carta blanca para dejar volar su imaginación y proyectaron los magníficos edificios que hoy otorgan a la vía un valor único.
Antoni Gaudí, el más singular de todos, firmó la Casa Milà, más conocida como la Pedrera, que sorprende con su fachada ondulada, y también la Casa Batlló, con su techo en forma de dragón. Junto a ésta, Josep Puig i Cadafalch construyó la Casa Amatller, con una fachada triangular que evoca el gótico catalán desde un modernismo colorido y, más allá, cerca de la plaza de Catalunya, Lluís Domènech i Montaner, edificó la Casa Lleó Morera.
Esta familia era rentista, los Ametller, chocolateros y Josep Batlló, un empresario textil.
La prensa satírica de la época le puso un sobrenombre para criticar lo que consideraban excesos de los arquitectos que mantuvieron importantes rivalidades en los planos de sus proyectos. Le llamaban la "manzana de la discordia".
Se trata de un conjunto de cinco edificios: la Casa Lleó Morera de Lluís Domènech i Montaner, la Casa Bonet de Marceliano Coquillat, la Casa Batlló de Antoni Gaudí, la Casa Amatller de Josep Puig i Cadafalch y la Casa Mulleras de Enric Sagnier. No solo había discordia entre los burgueses, también existía una rivalidad profesional entre estos arquitectos.
Unos edificios que no solo lucen su belleza durante el día, sino también por la noche, con actividades en sus ricos interiores, realizados por grandes diseñadores y artistas de la época
A medida que avanzaba el siglo XX, se consolidó como un área residencial de alto nivel, y comenzó a convertirse en un importante centro económico y más tarde comercial, como recuerda Luis Sans, presidente de l'Associació Passeig de Gràcia.
El año 1992 y las Olimpiadas pusieron sobre el mapa internacional la ciudad de Barcelona y la llegada de las multinacionales, tanto de lujo como de marcas más asequibles, comportó su impulso comercial. Este auge coincidió con la ciudad post-olímpica de 1992, cuando se posicionó como un destino global para el turismo, revitalizando todavía más la avenida, que mezcla modernidad y tradición.
A lo largo de sus aceras se encuentran tiendas de moda y lujo y locales comerciales más accesibles, lo que permite que toda clase de público pueda disfrutar de esta emblemática avenida.
La presencia de viviendas históricas, restaurantes de diferentes rangos y la proximidad a importantes museos como el del Modernismo y la Casa Museo Gaudí, hacen que esta calle sea un reflejo perfecto de la diversidad de la propia ciudad.
El Paseo de Gracia, con sus 200 años de historia, sigue siendo un lugar vivo que respira el espíritu de Barcelona. En este tiempo se ha convertido en una de las principales zonas comerciales de la ciudad y un lugar relevante para los barceloneses y para los visitantes, que disfrutan de su vibrante vida comercial y de su rica herencia arquitectónica y cultural.
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