Orient Express, el placer de un viaje con glamur
jueves 7.dic.2017 por Ángela Gonzalo del Moral 0 Comentarios
El 19 de mayo de 1977, el Orient Express partía por última vez de la Gare de Lyon. No había coche-restaurante, ni lujo, y casi ni viajeros. La locomotora ya no era de vapor sino diesel, no había flores, ni sedas y aunque se cerró el servicio todo el mundo sabe que el Orient Express nunca morirá. Su glamour había perdido fuelle y los costes se disparaban.
Ha sido escenario de obras literarias y de películas. La última se puede disfrutar estos días en las pantallas españolas. "Asesinato en el Orient Express", dirigida por Kenneth Branagh. La adaptación cinematográfica nos traslada a un viaje de aventuras, con un reparto de lujo, Johnny Depp, Penélope Cruz, Willem Dafoe, Daisy Ridley, Judi Dench y Michellte Pfeiffer. La historia no os sorprenderá porque es conocida por casi todo el mundo, pero la proyección de esta cinta, nos ha hecho recordar como era viajar en aquel tren de lujo, que cruzaba Europa de Oeste a Este.
En sus vagones viajaba la aristocracia continental , reyes o actores y escritores. Entre sus viajeros ilustres encontramos a Leopoldo II de Bélgica; el zar Nicolás II; el presidente francés, Paul Deschanel; Agha Khan, Pío XII o Ferdinand y Boris III de Bulgaria, -este último, cuando el tren viajaba por su país, se subía a la locomotora con la intención de conducirla-. Especialmente famosa era la princesa austríaca Paulina Matternich, un "deleite" para los pasajeros y la excéntrica marquesa de Polignac, que viajaba hasta con chef propio.
En la década de los 30 llegaron los hombres de negocios, los diplomáticos y tampoco faltaron los especuladores o los espías... como la célebre Mata Hari, que escuchaban los "cuchicheos" de las clases acomodadas, especialmente en el lujoso restaurante. Hasta James Bond, interpretado por Sean Connery, viajó en él. Y una compatriota suya, la escritora Agatha Christie lo convirtió en leyenda, lo trasladó al imaginario colectivo como nos explica Carlos Abellán, director del Museo del Ferrocarril de Madrid.
El fundador de la Compañía Internacional de los Wagons-Lits, Georges Nagelmackers, que comercializó los primeros coches cama en Estados Unidos, los trajo a Europa con la intención de llevar a los adinerados a las mismas puertas de Oriente Medio. Para hacerlo posible contruyeron una impresionante infraestructura de más de 2.000 kilómetros, que unía las capitales de Francia y Turquía en unas 80 horas.
Casi 4 días, en los que se atravesaba Munich, Viena, Budapest o Belgrado... y claro muchos acababan intimando. Más tiempo tardaban los viajeros que salían desde la estación Victoria de Londres desde donde llegaban a Dover, para tomar un ferry hasta Calais y de allí a la Gare de Lyon, donde acoplaban los vagones a un tren que siempre estuvo rodeado de misterio y romance.
Todo estaba pensado para el lujo. Paredes de madera de teca y caoba, sábanas de seda, vajilla de oro y salones de terciopelo con los asientos forrados de azul oscuro reamtados en encajes impolutos. El primer tren tenía un coche restaurante y dos coches-cama de 20 compartimentos con literas que durante el día se transformaban en salones. Tenía electricidad y agua caliente. Uno de sus decoradores fue el prestigioso René Prou que diseñó las famosas lámparas y utilizó la marquetería en tonos dorados y motivos florales. Su compatriota René Lalique, uno de los más reconocidos exponentes del modernismo, decoró los paneles de cristal del restaurante con ninfas bailando
Los convoys tenían nombres como el Zena, que aseguran fue el escenario donde discurrió el famoso libro de Agatha Christie, el Phoenix o el Persus. Fue un tren en el que se dicidió el futuro de Europa, y estableció récords de velocidad y comodidad. Comenzó circulando a 70 kilómetros por hora, para llegar a principios del siglo pasado a los 100, e incorporó frenos automáticos de aire, que le permitía descender con seguridad los agudos descensos de los Alpes.
El humo, los billetes viejos, el champán.... y al final Estambul.
Fue el primer tren que atravesó Europa, el lujo de los ferrocarriles. Bordeaba el lago Leman, atravesaba el túnel del Simplon, cruzaba las planicies de Lombardía camino de Milán, Venecia y Trieste. Subía a los glaciares austríacos y se lanzaba por los profundos valles del Tirol, para alcanzar el Danubio y las llanuras húngaras, finalizando su trayecto en la exótica Estambul, con sus minaretes y las azules aguas del Bósforo. Su servicio fue interrumpido por las dos guerras mundiales o por revueltas en los Balcanes. En 1891 sufrió un sabotaje y descarriló, momento que fue aprovechado para secuestrar a los pasajeros. En él murió un diplomático francés y un estadounidense fue atracado.
La muerte del Orient Express no necesitó minuciosas investigaciones, ni fue necesario contratar a los mejores detectives. Como en el argumentario de "Asesinato en el Orient Express", el asesino fue colectivo: los tiempos modernos, regidos por los aviones, el automóvil y los servicios turísticos por carretera, sustituyeron el glamour de un viaje por la velocidad. Porque como nos recuerda Carlos Abellán, "no se viajaba, se vivía una experiencia".
La fecha de defunción del Orient Express fue el 19 de mayo de 1977, aunque siguieron algunos proyectos turísticos que usaban su legendario nombre, eran itinerarios más reducidos. Si busca experiencias ferroviarias excepcionales, tiene la posibilidad de viajar en el único viaje que realiza cada año repitiendo la antigua ruta París-Estambul. Sale de la capital francesa hacia el 24 de agosto y entra en la estación de Sirkeci, seis días más tarde. Eso sí las reservas deben realizarse con dos años de antelación... el billete supera los 6.000 euros.... y es que el Orient Express es único... Un viaje envidiable ¿no?