Saint-Exupèry y el Principito dos eternos aventureros
martes 31.jul.2018 por Ángela Gonzalo del Moral 0 Comentarios
Dos personajes se encuentran en el desierto, un aviador que acaba de romper el motor de su aparato y un niño llegado del espacio. Ahí empieza una apasionante historia de reflexiones y maneras de ver la vida. "Volé por todo el mundo hasta que me ocurrió algo milagroso. Siempre quise a alguien para compartir esta historia", dice el piloto.
Se cumplen 75 años de la publicación de uno de las obras más leídas del mundo, El Principito, del francés Antoine de Saint-Exupèry, y nos parece una buena excusa para descubrir los viajes de este intrépido aventurero, que insiste una y otra vez en que "lo esencial no es visible a los ojos". Sin duda uno de los principios que debería regir nuestros viajes cuando visitamos otro país o ciudad.
Es uno de esos libros que siempre que lo abrimos descubrimos algo nuevo. Ha sido traducido a 300 lenguas y dialectos.... Una muestra de la atracción de esta obra es que encontramos multitud de lecturas y adaptaciones en internet... algunas de ellas nos acompañarán mientras descubrimos las aventuras de este viajero de las estrellas.
El Principito, procede de un planeta muy pequeño,"apenas más grande que una casa", en el asteroide B612, con tres volcanes, amenazado por los baobabs, y donde a pesar de que hacía frío, un día creció una rosa. Se siente muy solo y decide recorrer el universo "para hacer amigos". Él no es un turista, es un aventurero, porque conoce a nuevos habitantes de otros planetas, con costumbres diferentes a las suyas y comparte con ellos su tiempo. Por eso es tan importante la actitud de nuestro joven viajero.
Quiere conocer mundo.... y emprende un largo viaje aunque no sabe si volverá. Así inicia su largo recorrido por los asteroides 325, 326, 327, 328, 329 y 330. En el primero, dominado por un rey, descubre la "ambición de poder". El monarca hace cumplir todas sus órdenes, como a menudo podemos comprobar en cientos de lugares históricos que visitamos en nuestros viajes. Claro, que él era un monarca universal, porque reinaba sobre planetas y estrellas. No se ha comprobado si el Principito sufría jet-lag, pero debió ser así porque ante el soberano, cansado, se puso a bostezar, "he hecho un viaje muy largo y apenas he dormido".
El siguiente planeta que visitó estaba habitado por un vanidoso, en el tercero, durante una visita muy corta, conoció a un bebedor, que tampoco tenía mucho que aportarle, y en el cuarto asteroide se topó con un hombre de negocios, que intentaba obtener ganancias con las estrellas. Algo similar a lo que ocurre en la mayoría de los viajes cuando muchos convierten todo en negocio.
A los viajeros nos encanta el amanecer y el atardecer, pero el Principito tuvo la suerte de "poder ver en un día ponerse el sol cuarenta y tres veces!"
Siguiendo su viaje se topó con un farolero tan estresado en encender y apagar su farol, que ni siquiera tenía tiempo de tomarse unas vacaciones, y lamentó no poder quedarse en el planeta para tener la posibilidad de ver mil cuatrocientas cuarenta puestas de sol, cada 24 horas. Le esperaban nuevas aventuras como la de encontrarse con un geógrafo que necesitaba un explorador para conocer su territorio y poder plasmar las montañas, los mares, los ríos, las ciudades y los desiertos en un enorme libro, en el que sin embargo no estaba dispuesto a reflejar la flora y fauna del lugar.
Fue su último paso antes de llegar a la Tierra, según el geógrafo, "un planeta con muy buena reputación". "Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte". Allí aprendió lo que era un explorador.
Ese fue uno de los primeros descubrimientos de nuestro joven explorador al llegar al séptimo planeta, "que no es un planeta cualquiera", y en la que "los faroleros del polo norte y polo sur, eran los únicos que trabajaban dos veces al año". En el desierto empezó la gran aventura de nuestro pequeño protagonista. Allí conoció a una serpiente, un zorro, un jardín cuajado de rosas, a un comerciante y a un aviador extraviado. "¿Sobre qué planeta he caído? -preguntó el principito". "Sobre la Tierra, en África -respondió la serpiente".
También conoció al guardavía, que formaba paquetes de mil viajeros y despachaba los trenes que los transportaban de un lado a otro. Viajaban con prisa en trenes rápidos sin saber a dónde se dirigían. "Únicamente los niños aplastan su nariz contra los vidrios.... únicamente ellos saben lo que buscan".
Precisamente esa es una de las reflexiones que queremos destacar. Mientras el resto de los personajes se mantienen encerrados en sus planetas, él se ha dedicado a viajar y a conocer a esas personas que nunca hubiera encontrado si él, también se hubiera quedado en su planeta con los baobabs, los volcanes y su rosa. No nos queda otra cosa que disfrutar de las aventuras que nos proporcionan los viajes y trasladar este gusanillo a las nuevas generaciones. "Si alguna vez viajan, esto podrá servirles de mucho", decía el viajero del espacio refiriéndose a los niños. Recordemos que "para los que viajan, las estrellas son guías; para otros sólo son pequeñas lucecitas".
Antoine de Saint Exupéry, el escritor de sus propias aventuras
El autor de esta maravilla literaria es Antonine de Saint Exupéry, nacido en Lyon con el inicio del siglo XX. Amante de la aventura y ansioso por descubrir otras realidades se incorporó a una sociedad de aviación como piloto de correo aéreo. Así conoció el Sahara español, que le sirvió de inspiración para Correo del Sur. En Buenos Aires, al otro lado del Atlántico, fue director de la Aeroposta Argentina, y organizó la red de la filial de Aéropostale en Sudamérica. De esa experiencia surgió su segunda novela "Vuelo nocturno". En su afán por volar sufrió graves accidentes uno de ellos en el desierto egipcio y otro en Guatemala. Tras este accidente escribió "Tierra de hombres". Su última aventura transcurrió entre Cerdeña y Córcega, en uno de esos viajes por el Mediterráneo, desapareció su avión y nunca más supimos de él.
Postdata: recuerden, "si algún día, viajando por África cruzan el desierto. Si por casualidad pasan por allí, no se apresuren, se los ruego, y deténganse un poco, precisamente bajo la estrella. Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinarán en seguida quién es. ¡Sean amables con él! Y comuníquenme rápidamente que ha regresado. ¡No me dejen tan triste!"